Aquel grandioso alumbramiento

El 28 de enero de 1853 nació el Apóstol de la independencia de Cuba. La fecha es propicia para desempolvar los factores que en su familia y su niñez posibilitaron la formación del más universal de los cubanos

Las contradicciones propias de cualquier hogar forjaron al Apóstol desde su niñez.

Benditos sean los hilos que condujeron al Martí Apóstol porque en ellos están las razones de su grandeza; esos de los que menos se escribe y se habla, pero que fueron condición esencial para la forja del Héroe Nacional.

Las influencias de un hogar lleno de extremos, donde Pepe fue conciliación; los entornos de sus amigos y compañeros de estudios; las enseñanzas de maestros, copados de ilustración y cubanía, junto a las abundantes lecturas consumidas con excesivo esmero y desde las cuales bebió de lo mejor del pensamiento progresista de todo el mundo, empujaron a José Julián en su proyección sacudidora de una realidad podrida como la de la Cuba colonial de la segunda mitad del siglo XIX.

EL HOGAR Y LAS PRIMERAS INFLUENCIAS

Las turbulencias de una isla defendida a ultranza por España cuando ya muchas regiones de América habían alcanzado la independencia a mitad de siglo, así como las ya evidentes codicias del “vecino del norte que nos desea y nos desprecia”, hicieron que el general Concha reforzara las fuerzas vivas y los medios para defender la posesión.

Cuatro batallones, cuatro escuadrones y una batería de artillería arribaron de la península a controlar los revuelos, en cuyo envío llegó enrolado don Mariano Martí, un cabo que había sido ascendido a sargento por su disposición al traslado.

Valenciano robusto y de aire mandón, típicos de militar, muy pronto ajustó costumbres al nuevo entorno citadino habanero, donde gustaba asistir a los entretenidos bailes de Escauriza y del café La Bola, en uno de los cuales conoció a la bella isleña Leonor Pérez, venida desde Santa Cruz de Tenerife, con la que muy pronto contrajo matrimonio.

Aquel glorioso e imprescindible alumbramiento del 28 de enero de 1853 trajo al mundo al primogénito del matrimonio, a quien el Capellán del regimiento donde militaba el padre puso por nombre José Julián.

El carácter de sargento de Mariano le trajo más de un problema en sus labores militares, razón de sus saltos de un oficio a otro y de muchos momentos duros en casa con los suyos.

Pepe sufre, pero asume poco a poco una rudeza escondida que llevó consigo toda la vida y que le sirvió de coraza para los momentos más complicados de su martirio por el bien.

Leonor y las hermanas compensan con dulzura y apegos aportadores de lo más noble del héroe, que más tarde tuvo que juntar esfuerzos, reconciliar posturas y perdonar en nombre de la patria.

Cuando Pepe tenía apenas nueve años, don Mariano fue nombrado capitán de patio en Hanábana, una comarca cañera en la jurisdicción de Matanzas, a donde llevó al primogénito para que, con sus excelentes caligrafía y ortografía, le auxiliara en los quehaceres burocráticos del expedientado, sembrado de por vida en estas tierras desde aquel entonces.  

Un sinnúmero de cartas escribió doña Leonor a su esposo como súplica para que aprobara el regreso del talentoso niño y pudiera continuar estudios en la capital; hasta que, al fin, en una visita al hogar se realizaron los deseos de la madre, cuando ya José Julián estaba a punto de cumplir 10 años.

En el colegio San Anacleto, tan recomendado por toda la sociedad habanera de la época, muy pronto el chico emparejó los meses de atraso y fue puntero en todas las clases.

Tal vez fue aquí donde José Julián tuvo que hacer los primeros pininos conciliadores sin el amparo filial, dadas las ronchas que levantaron sus habilidades entre sus compañeros de aula.

Una impresionante secuencia de estudios, que incluyó el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, el colegio de pintura y escultura San Alejandro y el colegio San Pablo, fundado por Rafael María de Mendive, ayudó a la maduración temprana del adolescente radical que tuvo una fecunda niñez, fuente de lo mejor del pensamiento progresista cubano y universal.

LAS INFLUENCIAS ILUSTRADAS

Romper con España, fundar en los discípulos un sentimiento de patriotismo, introducir lo más adelantado de la ciencia y la tecnología en el desarrollo del país y reformar la enseñanza de escolástica a científica son los hilos que movieron al pensamiento cubano anterior a Martí.

De José Agustín Caballero a Félix Varela; de este a José de la Luz y Caballero; de Luz a Mendive y de Mendive a Martí; he ahí la cadena de influencias que formó el alma de aquellos que se fueron a la manigua para liberar a Cuba del yugo español.

El proceso de sustitución del hato ganadero por la plantación, el florecimiento de la industria azucarera, la aparición de una burguesía plantacionista interesada en la ciencia, la tecnología y la reforma educacional trajeron aires de desarrollo, secundados por los sectores progresistas de la sociedad decimonónica cubana, que empezó a ver el dominio español como el principal freno para la realización de esos intereses.

Fueron las instituciones educativas las cunas donde nacieron el apego a la sabiduría moderna, la experimentación, la innovación y la libertad, entendida no solo como independencia política, sino como conocimiento de las leyes que rigen el universo como mejor manera de obrar bien en él. Por eso la insistencia martiana de que “ser cultos es el único modo de ser libres”.

Ciencia, tecnología, enseñanza ilustrada, independencia y cubanía fueron todas caras de una sociedad que mostró sus más altas aspiraciones en la opción “O Yara o Madrid”.

Esa influencia de los maestros cubanos de finales del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX la recibió Martí de la mano de Mendive, así como de otros educadores y amigos cuyas familias se interesaban ya por el bien para la patria.

La complicada tríada en la que estaba envuelto Pepe formó sus mejores virtudes de Apóstol. Las formas de sargento del padre, la dulzura de costurera que encontró en su madre y la refinada educación moderna hallada en la casa de los Mendive, en la calle Prado 88, combinaron de manera perfecta para que el genio que se gestaba pudiera enfrentar con grandeza los caminos que la vida le impuso y los que buscó por voluntad propia.

Desde edades tempranas, Martí recibió premios de diferente naturaleza en virtud de su sabiduría, incluyendo los idiomas.

Con 13 años ya había leído la mitad de la biblioteca de su maestro del momento, una de las más suculentas de La Habana. Combinó estudios con labores de ayudante de bodeguero y repartidor de libros. La mayor parte de los ingresos los aportaba para mantener la familia; otra parte los dedicó a comprar obras de arte.

Tanta luz abrió definitivamente su camino a la formación de un amor patrio distinto al de don Mariano, apegado a la tierra que le vio nacer. Más allá de la villa como “patria chica”, Martí formó de manera temprana el amor por la patria grande.

EL MARTIRIO TEMPRANO

En 1866 Domingo Dulce fue sustituido por el capitán general Lersundi y con él llegó la política de mano dura como forma de resolver las señales de inconformidad que se dieron en la sociedad criolla de la época y que anunciaban levantamientos organizados.

La decepción de los cubanos no se hizo esperar. Las conversaciones frecuentes entre Mendive y sus discípulos fueron fiel reflejo.

Cuando a principios de 1868 la corona española decide retornar a Domingo Dulce, tratando de suavizar la situación política usando libertades con arreglo a su propio nombre, Martí y sus colegas aprovechan para realizar importantes aspiraciones publicitarias.

Cuando estalla la revolución contra España, en octubre de 1868, cursaba Pepe el segundo año del bachillerato en el colegio San Pablo. Lee a sus amigos de clases el soneto “Diez de Octubre” y hasta llegaron a formar un club revolucionario donde Yara y Céspedes fueron temas recurrentes.

En virtud de la libertad de prensa hace circular su soneto ya conocido por los más cercanos en una hoja clandestina dedicada a los estudiantes, que llevaba por nombre El Siglo.

Aprovecha que su amigo Fermín Valdés trabajaba en la confección del periódico El Diablo Cojuelo e incorpora en él un artículo de fondo cuyo nombre fue la más extraordinaria síntesis de los ideales independentistas de la sociedad habanera hasta ese momento: “O Yara o Madrid”.

No conforme con esto, como forma de sostener las críticas al dominio español y el espíritu libertario de los cubanos, Martí tramita la salida del periódico La Patria Libre, con la ayuda de Mendive y de Cristóbal Madán, donde aparece su poema épico “Abdala”.

Dos grandes méritos para un adolescente ya maduro: primero, el poema tuvo como indicación inicial en mayúsculas “ESCRITO EXPRESAMENTE PARA LA PATRIA”, aprovechando el nombre del periódico, pero pensando en Cuba. Segundo, la modelación a un concepto de patria, no como el suelo que pisan nuestras botas, sino como sentimiento, como ideología o como escribiera años más tarde, como “comunidad de intereses; unidad de tradiciones; fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”.

Revueltas contra el dominio colonial en las que se vieron enroladas personas cercanas a Pepe, entre las que se reconoce la supuesta burla cuando el Primer Batallón de Voluntarios desfilaba frente a la casa de Valdés Domínguez, en Industrias 122, provocaron un registro de la casa en la noche del 4 de octubre de 1869.

Un telegrama donde se acusaba de apóstata a Carlos de Castro y Castro, discípulo de Mendive que se había inscrito en el cuerpo de voluntarios, sirvió de acusación a los dos compañeros cuyas idénticas caligrafías complicaron la identificación del culpable.

Un careo final donde ambos acusados se responsabilizaban  a sí mismos con el escrito, hizo que los argumentos de Martí “favorecieran” su sentencia a seis años de arresto, el 4 de marzo de 1870.

La pena fue conmutada por el destierro a Isla de Pinos, a donde llegó el 13 de octubre y por influencias familiares regresa a La Habana el 18 de diciembre.

El 15 de enero de 1871 parte deportado a España en cuyo viaje escribió la mayor parte de su obra El presidio político en Cuba.

En aquel barco viajaba, más que un adolescente herido por los horrores del presidio, un joven maduro que llevaba ya todas las herramientas para ser un político e intelectual de talla universal, cuando faltaban unos días para cumplirse 18 años de aquel grandioso alumbramiento en la calle Paula.  

José F. González Curiel

Texto de José F. González Curiel
Editor Web y reportero del Periódico Escambray. Sancti Spíritus. Cuba.

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *