Octubre 3 del 2021. Mientras Cuba celebra otro aniversario del Primer Comité Central del Partido y del nacimiento del diario Granma, Escambray publica un excelente material acerca del programa del arroz en el Sur del Jíbaro, proyecto concebido por Fidel.
Como tantas veces, siento deseos de llamar al autor para decirle: “Compadre, tronco de trabajo”. O mejor aún: ir hasta Sancti Spíritus para abrazarlo. Pero a esa hora, Juan Antonio Borrego Díaz sigue librando desigual combate, de vida o muerte, contra la covid.
Horas después Escambray: periódico, macizo, cordillera, cámara, set en vivo, sonido, éter, manantial, río, desembocadura, llano, ciénaga, sabana, caimán, Cuba entera… se retorcería de ese dolor que ni la medicina ni el tiempo curan.
Supuesta, solo supuestamente, se nos iba el hombre que con callada ternura de niño sumaba casi un cuarto de siglo al frente del periódico espirituano, sin renunciar —y dudo que el periodismo cubano recoja otro caso igual— a la condición de corresponsal del diario Granma, en cuyo equipo se mantuvo 29 años.
Como de su encomiable labor en Escambray se ha hablado, tal vez no lo suficiente, pero sí en más de una tribuna, prefiero evocar parte de lo que, como corresponsal, nos deja a estudiantes, profesionales en activo, jubilados e incluso a investigadores.
CORRESPONSAL NO ES CUALQUIERA
Borrego nunca buscó la plaza que, desde La Habana, reservaba Granma en 1992 para un periodista apto de verdad, capaz de llevar a las páginas del diario el rico acontecer del territorio espirituano.
No era tan fácil como podía parecer. Él sabía que no cualquiera es corresponsal. Solo que para alguien como él —crónicamente enamorado de la profesión y modelado por las divinas manos de sus padres y de su tiempo— la negación no existía.
Lo percibió enseguida Susana Lee, en aquel entonces jefa de Información, al estrechar la mano de aquel joven que con tan pocas palabras tanto dijo, primero en diálogo de rutina con ella y luego en colectivo.
Recuerdo que, conforme a un hábito muy suyo, El Borre se acomodó allá, en el fondo, acaso por timidez (no lo creo), por modestia (puede ser), para dominar mejor el “escenario de combate” (es probable) o para no llamar la atención ni buscar protagonismo (nadie lo dude).
Lo real, innegable, es que desde su llegada caló entre colegas, directivos y lectores.
Sin querer hacer una valoración académica (dejo eso a los expertos), trataré algunas de las razones por las que Borrego fue todo un corresponsal, de pies a cabeza, de piel a médula.
AUTODISCIPLINA
Si algo lo distinguió siempre fue su férrea disciplina, su respeto a Granma, a la provincia y a los lectores, su constancia, sabiendo, incluso, que un corresponsal nacional es dueño de su tiempo, se lo planifica a su antojo, es más libre.
Aun así, hasta en los momentos más intensos como director, diputado, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba en Sancti Spíritus, siempre aseguró el flujo de materiales. No recuerdo ni un señalamiento a él por razones de productividad o calidad.
DOMINIO DEL TERRITORIO
No sé cómo se las ingeniaba, pero conocía todo lo económico, social, histórico, político, cultural de una provincia que dominaba al dedillo.
Dirigir Escambray lo ayudaba. Pero, ¿y antes de asumir el cargo? Para él era obvio lo que jamás puede olvidar un corresponsal: el valor de tener las fuentes en la palma de la mano, pegar oído a ras de calle, captar al vuelo la seña del país y aterrizarla vestida de guayabera, cerrar fila con los medios locales y corresponsalías nacionales acreditadas para no estar girando en otra órbita o, peor aún, sin órbita.
USO DE TODOS LOS GÉNEROS PERIODÍSTICOS
Cierta vez fustigaron a un colega de equipo por querer vestir de león a un simple curiel. O sea, sobredimensionar una “informacioncilla”.
No era el estilo de Borrego. Mientras más escuetas, sus informaciones eran más leoninas, en tanto sus materiales de página completa podían ser devorados con la rapidez de una nota informativa.
El oficio le permitió, además, dominar los más variados asuntos, ampliar conocimientos de fotografía, diseño, malabares para transmitir (sobre todo en los tiempos del télex) y hasta el arte de conducir. En Granma, el corresponsal es chofer, fotógrafo, corrector, el primero en “llevarse recio a sí mismo”, casi a punto de censura en casa.
Incontables veces otros colegas volvían redactando dentro del auto que los llevó a cobertura. Borrego, en cambio, podía sentarse a escribir o a seleccionar fotos después de soltar el volante.
CODO CON CODO, TECLA CON TECLA
Hasta donde sé, nada establece que un periodista tiene que cultivar las más cordiales relaciones de trabajo con sus colegas. De ello, no obstante, Borrego fue referente, con su desinterés total, proverbial modestia y elevado sentido de la cooperación. Lo saben el gremio yayabero y corresponsales como Freddy Pérez y José Antonio Fulgueiras (de Villa Clara) o el avileño Ortelio González, con quienes ciñó tecla para tratar temas, por solicitud de Granma, durante coberturas del 26 de Julio o por iniciativa propia.
SI DAS PRIMERO, DAS DOBLE
Consciente o no, Juan llevó esa vieja máxima al oficio de informar, no mediante el “palo periodístico”, pues sus notas e imágenes eran de quien las necesitara. Hablo de titulaje. Sabía que ahí radicaba el primer “golpe” para “enganchar” al lector. Y de inmediato, los demás: estilo directo y claro para textos informativos o mezcla de fino vuelo periodístico con alto revuelo literario para armar otros géneros que dejaban “casi sin pincha” al corrector.
Ojalá el tiempo me hubiera permitido desapolillar archivos, para saborear, juntos, la riqueza de títulos suyos o de párrafos así:
“Cuando Fidel Castro se paró sobre el lomo de aquel anfibio, que en medio de la crecida parecía más una hoja de guásima que un vehículo militar, lo que realmente creyó tener frente a sus ojos fue el mismísimo río Amazonas, que se desbocaba hacia el golfo del Guacanayabo”.
LA ECUANIMIDAD EN DOS PIES
También el hábito de guardar aparente silencio revelaba la sencillez de Borrego. Cuando otros desgranábamos criterios, preocupaciones y hasta quejas, él permanecía callado. Sus intervenciones en 29 años como corresponsal podrían ser contadas o resumidas con facilidad. Decía lo estrictamente necesario, pero al hablar había que quitarse el sombrero. En 3 minutos transmitía más que lo acumulado durante horas por quienes pedían la palabra 15 veces más que él.
Y con esa mirada penetrante, fija, estudiosa, a menudo pícara, bellaca, podía decirlo todo sin tener que abrir la boca.
Hasta en los momentos más tensos o intensos conservaba envidiable ecuanimidad. Jamás lo vi alterado, bravo, fuera de control.
DE HUMOR
Un hemograma a Juan Antonio, creo, hubiese arrojado buena presencia de humor en sangre. Lo llevaba en vena. No sé si desde los días en que se enhorquetaba a la zanca del caballo con su padre, allá en la zona de Jicotea, Yaguajay; si le brotó con eso que padres y abuelos llaman “el desarrollo” o si fue en la universidad donde la congénita seriedad del muchacho “se echó a perder”.
Su humor no era prestado; era suyo y punto. Tampoco era un humor público o colectivo, aun cuando los menos cercanos a él terminaban arrimándose para escuchar cuentos, anécdotas o frases que desternillaban de risa al más serio o hacían pensar al más jocoso.
DE AMOR
He ahí la clave. A Borrego le sobraban talento, capacidad, pasión, conocimiento, sensibilidad, convicciones, principios, seguridad, optimismo…; pero sobre todo amor: por el trabajo, que le consumía tiempo, salud y vida; por sus seres más queridos, por ese team de Escambray que devino prolongación familiar, por su Yaguajay amado, por toda la gente humilde de la villa espirituana, por la Parroquial Mayor, el puente sobre el río Yayabo, las piedras de las más coloniales calles, los techos de tejas en peligro o las paredes aún sin pintar, la majestuosidad del coloso Uruguay, la boca abierta de la presa Zaza, el antiquísimo aroma de Trinidad…
No lo digo yo. Lo confirman sus publicaciones.
Sin ese amor a bordo, no continuara siendo el tremendo corresponsal que ES (así, en presente y en mayúsculas), el “tronco” de timonel que, desde alguna callada dimensión, sigue guiando al Escambray, reportando para Granma, legando enseñanzas periodísticas y ocupando digno escaño en el Parlamento de todos los cubanos.
Para El Borre, yo nunca pediría un minuto de silencio (aunque lo justifique su divina tendencia a él). Para colegas así solo se puede pedir el más entrañable de todos los aplausos.
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