La canchánchara en Trinidad, además de la bebida preparada en los campos cubanos para aliviar el frío y la fatiga de los mambises, despierta —como la mismísima mezcla— una cascada de emociones que remiten a tradiciones de hondo arraigo en la tercera villa de Cuba.
Y es que el vocablo con tan melódica pronunciación designa también la vasija de barro en la que se ofrece el trago a base de jugo de limón, miel de abeja, aguardiente, hielo y agua. En la idea inicial de su diseño se unieron dos prestigiosos investigadores de la localidad, Teresita Angelbello y Víctor Echenagusía Peña, que recrearon la forma redondeada de la güira cimarrona, pero en un recipiente elaborado a partir de la arcilla.
En el torno de Daniel (Chichi) Santander nacieron los primeros prototipos del depósito ideal para degustar la bebida que sabe diferente cuando la mezcla se revuelve y entra en contacto con el frío del barro.
Bien lo saben los turistas y locales que coinciden en la casona de la calle Real del Jigüe, el sitio homónimo donde el trago se ha convertido en valor añadido de un producto con una dimensión cultural extraordinaria, además de turístico.
Por ello el festival que por estos días invita al jubileo lleva por nombre La Canchánchara, “un evento soñado hace años, con muchísimas motivaciones y alianzas entre decisores locales, los Ministerios de Cultura y Turismo y el sector no estatal”, resaltó Reinier Rodríguez, gerente general de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem), que apoya la realización de esta propuesta sin precedentes por estos predios.
SABOREAR LA TRADICIÓN
Los bocetos originales del diseño del recipiente para servir la canchánchara lamentablemente se perdieron; mas, Víctor Echenagusía ha dibujado sobre el papel sus recuerdos, que comparte con Escambray.
“Partimos de la historia y el significado de las güiras cimarronas donde los mambises bebían la mezcla, pero había que tener en cuenta otros requisitos higiénicos para ofertar el coctel. Pensamos entonces en un material que podía cumplir esas exigencias y le añadía un valor cultural importantísimo”.
Con la propuesta bajo el brazo, llegaron él y Teresita Angelbello a la casa de Chichi, donde seis generaciones de Santander han moldeado su vida y sus sueños del barro. Al pie del torno se hizo el milagro.
“Primero salieron figuras más largas hasta lograr esa forma redonda ideal que tienen hoy; vimos la textura para evitar que la vasija resbale por la humedad, los bordes pulidos…, luego el esmalte que proporciona el mayor disfrute de la cerámica, y así logramos este concepto que ha llegado hasta hoy”, recuerda el prestigioso intelectual complacido por la fama, incluso a nivel internacional, ganada por la pieza gracias a la tradición alfarera de la ciudad.
Y es la familia Santander la que ha perpetuado la dinastía del barro en esta urbe colonial. Hasta los días de hoy, esa heredad implica tornear a mano todas las obras. “Las piezas van tomando forma casi sin uno proponérselo; es algo especial que aprendimos desde muy pequeños. Todavía recuerdo a mi abuelo y a mi padre en el primer taller”, evoca Chichi, uno de los más grandes maestros artesanos de la ciudad.
Azariel —su hermano— domina también los secretos de la arcilla, un noble material empleado inicialmente en la fabricación de elementos constructivos hasta que aparecieron macetas, porrones, jarras, cazuelas, tinajones…, todo tipo de objetos utilitarios y piezas de exquisita factura como expresión de una de las tradiciones más raigales en la villa. “Y no hay que ir a buscarlo a otra parte, está aquí mismo. Es otro valor que tiene nuestro trabajo”, asegura el mayor de los Santander mientras sus manos acarician el barro y encuentran una calma extraordinaria.
CON EL SELLO DE LO LOCAL
Alrededor de la canchánchara —un vocablo tan simbólico en Trinidad como sus calles de piedra o la torre campanario del Convento— se gestó una propuesta cultural sin precedentes en esta localidad, un festival nacional que revive costumbres, reconoce la creatividad de los pobladores e invita disfrutar de lo mejor de las tradiciones cubanas.
Idea del compositor trinitario José (Pepe) López y con el apoyo de las autoridades locales, la Egrem, los ministerios de Cultura y Turismo, Artex, la Oficina del Conservador de la Ciudad y el Valle de los Ingenios, entre muchos otros patrocinadores, el evento se distingue por la variedad de actividades, además de la presencia de importantes personalidades del país y de agrupaciones y músicos reconocidos.
Uno de los aciertos del festival —de acuerdo con Pepe López— es lograr que confluyan en los diferentes escenarios artistas nacionales y locales que han mantenido vivas tradiciones musicales como la trova, las serenatas desde un balcón, las descargas entre músicos…; un ambiente especial que por estos días envuelve la villa.
En los alrededores de la plaza fundacional del Jigüe tuvo lugar la apertura, una gran fiesta que incluyó la elaboración de la canchánchara más grande del mundo. En la enorme vasija confeccionada por la familia Santander se mezclaron 250 litros de ron junto al resto de los ingredientes, jugo de limón, miel de abeja, hielo y agua. La ceremonia estuvo acompañada por un espectáculo que fundió la cultura española y africana con la actuación de la compañía Habana Flamenca y las Tonadas Trinitarias.
Con broche de oro cerró la primera jornada al reconocer a varias personalidades de la urbe, entre ellos José Ferrer, exintegrante del Dúo Escambray, Isabel Béquer —La Profunda— y Víctor Echenagusía, y disfrutar de los conciertos de Haila María Mompié, Waldo Mendoza, Isacc Delgado, Wil Campa y Maikel Blanco en un escenario sin igual, la Plaza Mayor.
Esta celebración invita también a disfrutar de exposiciones de artes visuales, espectáculos humorísticos, lo mejor de la gastronomía y la creatividad de los pobladores, entre muchas otras propuestas que integran cultura, patrimonio e identidad.
Hablar entonces de Canchánchara nos remite al muy auténtico trago heredado de nuestros mambises, a la graciosa vasija de barro para degustarlo, a la típica casona colonial donde la bebida se disfruta como en ningún otro lugar, a una fiesta que abrazó tradiciones, a la esencia de una ciudad y de todos sus hijos, que es pura magia.
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