Sus pasos son cada vez más lentos. La marcha indetenible de los años le ha quitado fuerza a sus piernas. Mas, Cándida Isabel Zayas Álvarez se impone. Se levanta todos los días con el mismo ímpetu porque no puede dejar de caminar ni renunciar a lo que la hace feliz: la Pediatría.
Quizás por ello, los cerca de 2 kilómetros que tiene que recorrer de su casa hasta el Hospital General Docente Joaquín Paneca Consuegra, de Yaguajay, los transita a gusto. De a poco llega a su destino, muchas veces, auxiliada por la solidaridad de quienes la encuentran por el camino.
Una vez en la instalación de salud, todo cambia. Allí se siente segura como en casa. En este lugar, más que compañeros de trabajo, ha encontrado a una familia. Para los trabajadores y los pacientes, esta mujer es un ángel del centro, una profesional ejemplo que ni a sus 83 años ha logrado divorciarse de la Pediatría.
Y es que por más de 30 años Cándida ha sido refugio para muchas madres que han depositado en ella la atención de sus hijos. Hoy, a la vuelta de los años, cuando ya no esté con estetoscopio en mano, sino detrás de cada Historia Clínica de los pacientes y llevando palmo a palmo las estadísticas de la sala, sigue siendo ese caudal de conocimientos que ampara cada diagnóstico.
Con saberes heredados de su formación como maestra, una carrera que asumió inicialmente para complacer la petición de sus padres, llegó más tarde a la Medicina y a la Pediatría, especialidad con la que siempre soñó.
“Siempre me gustó trabajar con niños, sobre todo con los más chiquitos. Al principio atendíamos hasta a los recién nacidos porque no había neonatólogos en Yaguajay. Me encanta atender a los niños, tratarlos bien, verlos mejorar”, confiesa Zayas Álvarez.
Aun cuando muchos se paralizan ante las dolencias de un niño, porque su llanto frena la más aventurada disposición, Cándida nunca dejó de apostar por especializarse en la atención a los pequeños. Y no es que obvie las complicaciones de este oficio. Sabe de sobra que lidiar con las patologías infantiles no es tarea fácil.
“Es muy complejo el trabajo, sobre todo con los niños menores de un año. Algunas madres los conocen bien; otras, no. Entonces tenemos que examinarlos lo mejor posible para no fallar. Los niños pequeñitos hay que atenderlos bien, porque cuando los coges empiezan a gritar, a llorar, y no puedes, por ejemplo, escuchar bien la respiración porque el llanto la interrumpe.
“Nunca me equivoqué en un diagnóstico, pero tampoco me confié con ellos. Para poder enfrentar los casos hay que estudiar, saber oír, usar mucho la clínica y, si es necesario, buscar el respaldo de la tecnología. También hay que conocer los nuevos protocolos para estar actualizados”, destaca la pediatra.
En una esquina de la sala de Pediatría, junto a los pediatras y al resto del personal, permanece Cándida la mayor parte del día. De allí no se mueve. Necesita nutrirse de los pases de visita, del intercambio con los estudiantes y galenos, y del ir y venir de los niños.
“Tengo 83 años y sigo aquí. Me gustan la Pediatría y los niños. Yo no tuve hijos y es una satisfacción para mí poder atenderlos a ellos. No me puedo alejar de mis muchachitos”, detalla la fémina, mientras le extiende la mano a uno de los padres que no pocas veces recurrió a ella.
Cándida llegó a Yaguajay después de haber vivido en Santa Clara y hasta en Matanzas. Mas, son tantos los años que lleva aquí, que ya es una de las hijas de esta tierra. En este pueblo también ha encontrado una familia.
“Conozco a casi todo Yaguajay, y las personas que no sé quiénes son, me conocen a mí. Yaguajay es mi vida. Todavía llega gente a la casa para que vea a algunos niños, y aunque los atiendo, siempre les digo que tienen que llevarlos al hospital, porque los tratamientos han cambiado”, refiere la especialista.
A esta mujer no le gusta llegar tarde ni faltar. Quizás por ello, calcula bien el tiempo para estar en la instalación justo a las ocho de la mañana. “Hasta que pueda seguiré viniendo al hospital. Tengo los pies y las manos fracturadas, pero siempre trato de ir al centro. Me gusta ver a mi gente todos los días. Me gusta estar aquí”, asegura.
Cándida no es la misma de 30 años atrás. Lo saben sus piernas que hacen lo imposible por soportar el peso de cada jornada. Sin embargo, no hay dudas que ella es historia en Yaguajay. Los más viejos la recuerdan como esa pediatra que le seguía el rastro a cada síntoma y que no descansaba hasta tener un diagnóstico certero.
Mientras, las nuevas generaciones la observan con admiración, pues a sus 83 años nada le ha mellado el amor por la Pediatría. A esta edad necesita sentir los latidos de la Medicina como el primer día. Y así seguirá, hasta que sus piernas impulsen sus pasos.
Bello trabajo periódistico,quiero contar una anécdota hace más de 35 años a un sobrino mio le diagnosticaron un timoma entre el corazón y el pulmón en Yaguajay y ahí estaba Candida ,inmediatamente fue remitido para el hospital Pedro Borras de L.H fue operado y gracias a la pediatría de Yaguajay y lo logrado en la Habana está vivo mi sobrino,jamás olvidará mi familia tan noble gesto.
Mis saludos y respetos para la Dra. Cándida, ejemplo de trabajo y abnegación, en todo momento. En los años 1990 a 1991, hice mi servicio social como Pediatra en ese hospital, y nunca la oí decir un no como respuesta por difícil que fuese la tarea que tenía que enfrentar. Considero que el haber trabajado con ella, para mi es un honor, y es una suerte para la población de Yaguajay, especialmente los infantes poder contar con ella allí en su Hospital Joaquín Paneca Consuegra. De corazón, un saludo y fuerte abrazo. Mucha salud para que continúe como hasta ahora, con su noble trabajo.
Así mismo Ejemplo de trabajo abnegado..ojalá todos pudiéramos llegar a su edad con la misma fuerza y deseos de ayudar y mucho más en estos momentos ..Que se necesita personal de salud con entrega y amor y eso a ella le sobra .no la conozco a título personal…pero un día quisiera conocerla .Debíamos invitarla a nuestras actividades al Hospital Pediatrico y que narre sus vivencias ..Mis respetos hacia ella