Carlos Juan Finlay Barres, nació en Camagüey el 3 de diciembre de 1833 y fue el mayor de los tres hijos del matrimonio constituido por el médico oftalmólogo Edward Finlay Wilson, escocés, e Isabel de Barres, nacida en la isla caribeña de Trinidad y marcada por la cultura francesa; los que incentivaron en sus hijos la voluntad y el interés por el estudio.
Cursó la carrera de medicina en el Jefferson Medical College de Filadelfia entre 1853 y 1855, además recibió formación en París. Aunque comenzó su actividad profesional junto a su padre, decidió continuar el camino de la investigación para la cual había desarrollado habilidades y que incluyó distintas ramas de la medicina; sin embargo, su contribución fundamental fue en el campo de la Epidemiología.
Su casa en la barriada habanera del Cerro fue el sitio escogido para instalar el laboratorio donde desarrolló sus más importantes investigaciones, especialmente sobre la fiebre amarilla —enfermedad que en aquel entonces era un serio problema de salud mundial—-. Para ello contó con la fiel colaboración del también destacado médico español Claudio Delgado Amestoy.
El 18 de febrero de 1881, en la V Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Washington, Finlay expuso su teoría sobre la presencia de un agente biológico intermediario capaz de transmitir la fiebre amarilla desde un individuo enfermo a uno sano; esto creó escepticismo entre muchos científicos, pues entraba en contradicción con los conocimientos hasta ese momento existentes. Seis meses más tarde, el 14 de agosto de 1881, en una sesión de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, presentó la hipótesis de que el agente transmisor era la hembra de la especie de mosquito actualmente conocida como Aedes aegypti.
Con apenas 48 años era el creador de una teoría que explicó científicamente una forma de transmitirse las enfermedades infecciosas, entre las que se incluyen, además de la fiebre amarilla, el dengue y el paludismo.
Por esos años, Finlay, también lideró un movimiento científico en la Isla, con grandes logros fundamentalmente en la medicina y al que José Martí denominó “la revolución de los médicos”.
En el 1900 sostuvo un encuentro con algunos miembros de la Cuarta Comisión Médica del Ejército Norteamericano que vino a nuestro país a comprobar su teoría. En gesto de humildad y amor por la ciencia puso a su disposición toda la documentación de su trabajo, así como huevos de mosquitos.
Los experimentos desarrollados por el equipo norteamericano corroboraron la teoría del científico cubano; sin embargo, se pretendió adjudicar el descubrimiento al Dr. Walter Reed, presidente de la referida comisión.
Finlay ocupó la responsabilidad de Jefe de Sanidad de la República de Cuba entre 1902 y 1909, período en el que se llevaron a cabo campañas, diseñadas y dirigidas por él mismo, destinadas a eliminar el mosquito en sus propios criaderos; dichas campañas condujeron a la eliminación definitiva de la fiebre amarilla en La Habana y en Cuba en los años 1905 y 1909, respectivamente. Esto fue sin duda el colofón para demostrar la validez de su resultado científico, que lo convirtió además en el precursor de la lucha antivectorial.
Propuesto al Premio Nobel de Medicina en 1904 y 1912, en ambas oportunidades la posición de los norteamericanos favorable a Walter Reed impidió los deseos de prestigiosos científicos del mundo de enaltecer el trabajo del cubano. Alguna vez Finlay expresaría: “Lo siento por Cuba; hubiera sido la primera vez que hubiera venido a nuestro país este lauro internacional, dándome la oportunidad de probar mi cariño de hijo que ama a su patria”.
A pesar de las maniobras para despojar de su mérito al investigador cubano, la comunidad científica mundial no se dejó engañar y lo reconoció como primer y único autor del descubrimiento; así lo demuestran los numerosos galardones recibidos, entre ellos la medalla Mary Kingsley, máximo premio de la época para investigaciones en medicina tropical, en 1907, y la condecoración de Oficial de la Legión de Honor del gobierno francés, en 1908.
Por su parte la Unesco lo incluyó entre los seis más grandes microbiólogos de todos los tiempos y desde 1980 instituyó el Premio Carlos J. Finlay, como estímulo a las investigaciones microbiológicas. En su honor también, la fecha de su nacimiento fue designada para conmemorar el Día de la Medicina Latinoamericana.
Actualmente el Estado cubano entrega la Orden Carlos J. Finlay a las obras científicas más relevantes para el bienestar de la humanidad.
A pesar de su desaparición física hace más de cien años, el 19 de agosto de 1915, en La Habana, Carlos J. Finlay es un paradigma para las nuevas generaciones de médicos en Cuba y el mundo.
*Estudiante de Marxismo-Leninismo e Historia
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.