El 9 de mayo de 1920, en Media Luna, Manzanillo, nace Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley, en el seno de una familia numerosa, pero de relaciones constantes, cercanas, y cargada de afecto y cariño.
Su infancia transcurrió en medio de mucha dicha y comprensión, influyendo de forma positiva en su formación, exenta de dogmatismos, convencionalismo, prejuicios y rigideces, por la personalidad de su padre, hombre de ideas avanzadas, y por su madre, siempre alegre y cordial.
El amor a la Patria y a sus hijos más pródigos fue siempre un sentimiento que marcó la vida de su padre, el doctor Manuel Sánchez Silveira a quienes desde pequeños acostumbraba sentarlos a su alrededor y leerles obras de aliento político y páginas de grandes escritores y poetas.
Su personalidad y principios sólidos, dejaron una huella palpable en el carácter de Celia y en la sensibilidad y pureza que la caracterizaron a lo largo de su vida.
Fue una de las dirigentes más destacada de la lucha clandestina en el Oriente del país, sobresaliendo por su inteligencia y audacia, así como por excelentes dotes organizativos y ejecutivos, convirtiéndose poco a poco en el enlace entre la Sierra y el llano.
Diversos seudónimos utilizó durante los numerosos episodios de la lucha revolucionaria.
Había que tener coraje para cumplir sus objetivos pues se trataba de desafiar a uno de los tiranos más sádicos y sanguinarios que padeció Cuba, quien por entonces enlutaba a la nación con sus asesinatos monstruosos y persecución a los revolucionarios.
Llegó el momento en que debió partir hacia la Sierra Maestra e incorporarse al Ejército Rebelde, muchos eran los riesgos que corría en la ciudad. Lo hizo el 23 de abril de 1957. Ninguna mujer hasta ese momento había dado ese paso.
La primera batalla en que tomó parte fue la de El Uvero, el 28 de mayo de 1957. Sin embargo, resultó un imperativo reforzar el trabajo clandestino en la urbe y pasó de nuevo a la brega, en la base de soporte a la lucha en Manzanillo.
Con la muerte cruenta y salvaje de Frank País en julio de ese año a manos de esbirros batistianos, se ordenó el retorno de Celia al estado mayor en la Sierra Maestra. Allí contribuyó a la creación del pelotón de mujeres combatientes Las Marianas, una idea totalmente apoyada por Fidel Castro.
En los días gloriosos del triunfo de la Revolución, ya tenía un sitio como persona de total confianza del máximo líder. Además de haber probado sus evidentes cualidades de combatiente de primera fila y patriota.
No la vieron acomodarse en un sitio tranquilo. Se mantuvo en la brega, como siempre hizo. Cumplió responsabilidades de Secretaria del Consejo de Estado y diputada a la Asamblea Nacional, por Manzanillo. Fue la creadora de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado y miembro del Comité Central del Partido.
Estos compromisos permitieron mostrar, a los que no la conocían, la belleza de un alma fina, creativa, amante de la belleza y la cultura, las virtudes humanas más sencillas y la naturaleza, con una gran sensibilidad ante el drama y el dolor ajeno. Ningún reclamo, queja o insatisfacción que le llegara de cualquier lugar de Cuba le fue indiferente y se ocupaba personalmente por ayudar a mitigarlo o sanarlo. Como se diría ahora, era una obsesiva de lo bien hecho hasta el detalle.
Al principio, cuando todas las instituciones, resortes y mecanismos de justicia estaban por desarrollar, aunque se avanzaba en ellas, mucha gente decía llena de fe y confianza: “Voy a escribirle a Celia”, sabiendo que ella jamás los defraudaría. Y así era.
Alguien tan intenso y generoso alumbra todavía el camino de la Patria. Por su labor multifacética, su valentía a toda prueba, fidelidad a Fidel y a la Revolución, modestia, sencillez, trabajo sin descanso y eficiencia, es conocida como La flor autóctona de la Revolución y una de sus figuras imprescindibles.
(Con información de Tribuna de La Habana, Adelante, Cubadebate y Contraloría General de la República de Cuba).
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