Crónica de un asesinato brutal (+fotos)

El 24 de octubre de 1957, tres nuevos nombres ingresaban a la larga lista del martirologio taguasquense: Pedro María Rodríguez, luchador clandestino; Agapito Moya, chofer particular del poblado, y el doctor Jorge Ruiz Ramírez

El pueblo de Taguasco recuerda siempre a los revolucionarios, miembros del Movimiento 26 de Julio. (Foto: Vicente Brito/ Escambray).

En la tumba de los mártires es donde crecen los laureles de la victoria.

 Ignacio Manuel Altamirano

El 24 de octubre de 1957, tres nuevos nombres ingresaban a la larga lista del martirologio taguasquense. Las víctimas de este crimen serían Pedro María Rodríguez, luchador clandestino; Agapito Moya, chofer particular del poblado; y el doctor Jorge Ruiz Ramírez.

El asesinato de revolucionarios constituyó una de las variantes represivas más utilizadas por la tiranía batistiana para contrarrestar el auge de la lucha insurreccional.

Desde hacía años la Guardia Rural del poblado había comenzado a fichar y circular a los sospechosos de actividades revolucionarias. En Taguasco, en el libro de incidencias del cuartel con fecha 1 de noviembre de 1956, aparecían circulados 84 revolucionarios, de ellos 68 como ortodoxos, fidelistas, comunistas y 16 auténticos y priístas. Entre algunos de los fichados muy comprometidos por sus actividades revolucionarias estaban Pedro de Paula Hernández, Flores Barrios Castillo, Benito y Bernardo Lazo Carmona, Manolo Quiñones, Güelfo Acosta González, Izaira Castro González y Angelita González Castillo.[1]

Pedro María Rodríguez.

LAS VÍCTIMAS

Las víctimas de este crimen serían Pedro María Rodríguez, luchador clandestino; Agapito Moya, chofer particular del poblado; y el doctor Jorge Ruíz Ramírez.

Pedro María Rodríguez nació el 2 de diciembre de 1938 en Taguasco. Con 17 años el joven se había graduado en la antigua Escuela Técnica Industrial de Rancho Boyeros, hoy Julio Antonio Mella, y en 1955 comienza a laborar como empleado en la fábrica de pinturas Clipper, función que simultaneaba con otra de auxiliar químico en la Esso Standard Oil.

Su espíritu combativo, inquieto y preocupado por los destinos propios lo llevó a despreciar su posición en ambas empresas. Sus inquietudes revolucionarias le valieron un puesto de lucha dentro del Movimiento 26 de Julio, en el que posteriormente ingresara. En los grupos de acción y sabotaje que integrara el valeroso villareño desplegó una efectiva labor.

Agapito Moya Soriano nació el 25 de marzo de 1921. Desde muy niño fue trabajador en distintos oficios, fue limpiabotas, llevó cantinas a las escogidas de tabaco en rama, asistía a la escuela cuando podía, más tarde cortó caña, fue zapatero y chofer de alquiler.

Durante la lucha insurreccional, realizó distintas actividades clandestinas, demostrando su repudio a la tiranía, llevando y regando propaganda, tirando tachuelas y haciendo todo lo que podía; su estudio fotográfico lo utilizaba para la confección de propaganda y su zapatería como centro de preparación de grampas abiertas y retorcidas. 

Su auto de alquiler era parte de su sustento y fachada para moverse y trasladar los medios de acción y sabotaje.

Jorge Ruiz Ramírez nació el 3 de septiembre de 1918 en Sagua la Grande; sus padres: José y Margarita. Su padre y dos tíos paternos eran veteranos del Ejército Libertador. Cursó los primeros estudios en la escuela pública de Sagua la Grande; en La Habana, la enseñanza media y superior y posteriormente en la Universidad de La Habana se graduó de médico en 1947.

Para poder costear sus estudios tuvo que trabajar a la par que estudiaba. En 1948 se trasladó a Taguasco y puso su consultorio en la calle principal, lo que le fue posible por la ayuda de sus familiares en Taguasco.

Aunque tenía a su disposición un local fijo, como consulta, casi en el centro del pueblo, nunca dudó en salir a socorrer a cualquier paciente que lo necesitara. Numerosos son los testimonios del trabajo humano y muy profesional del doctor en el poblado. Contaba una de sus antiguas empleadas domésticas que a su hijo mayor se le presentó repentinamente una apendicitis, que para operarlo necesitaban de una donación de sangre y que fue el propio médico Jorge Ruiz Ramírez quien extendió su brazo para donar la sangre. 

Agapito Moya.

DÍAS ANTES DEL CRIMEN

En 1957, perseguido ya por los órganos de la dictadura, Pedro María Rodríguez, el Palmerito, decide regresar a su natal Taguasco, desde donde planeaba marchar hacia la Sierra Maestra para integrarse a la lucha guerrillera.

Sin concederse un minuto de descanso, Pedro llevó a Taguasco materiales para preparar cápsulas de fósforo vivo con el propósito de realizar las acciones de sabotaje que fueron posibles antes de partir hacia las lomas.

La maestra de Santa Rosa cuenta: “Noches anteriores a que lo fueran a buscar, quemó la escuela de La Mulata. Esa noche pensaba quemar la escuela de Santa Rosa, pero como yo vivía allí con tres hijos pequeños y una de brazos, no lo hizo. Una hermana que yo tengo en La Habana conocía de sus actividades, ya que le entregaba los pomos vacíos de penicilina que él utilizaba en la preparación de las cápsulas de fósforo vivo, y el día que salió de La Habana pasó por su casa a recoger los pomos y le dijo: ‘Voy para la Sierra, pero primero voy a pasar por Taguasco a levantar el Movimiento, que está flojo’”.[2]

LOS HECHOS

El miércoles 23 de octubre de 1957, Pedro María Rodríguez realizó su última acción contra el régimen batistiano. Se produjo en la oficina del correo local. Inadvertidamente, el revolucionario taguasquense había sido observado por el encargado de dicha oficina, Anito Medina, con lo cual se forjó el eslabón inicial de la cadena de ocurrencias que culminaría en uno de los más brutales crímenes que aborda la historia de la tiranía batistiana.

El teniente Pascual Cuéllar Nodal, jefe del puesto de Taguasco, conocía minutos después de la acción la confidencia de Medina. Salió en persecución del revolucionario. Este, ajeno a la delación, fue aprehendido en la finca de su padre, desde donde los esbirros pretendieron llevarlo al cuartel. Fue a mitad de trayecto que la soledad del camino y la ausencia de testigos dieron rienda suelta a la bravura del oficial, quien conminó al joven a que le entregara el nombre de sus compañeros. Valientemente, ignorando las amenazas del esbirro, Pedrito rechazó la deshonrosa proposición y fue brutalmente golpeado por el oficial.

Por el efecto de los golpes, el muchacho cayó de la cabalgadura en que era conducido al pueblo. Lejos estaba el esbirro de imaginar que así aceleraba su propio fin. Pedrito, al incorporarse, esgrimía en su diestra una pistola que todo el tiempo llevaba oculta en espera de una oportunidad como la que el propio Cuéllar le dio. Resueltamente, el joven revolucionario disparó y alcanzó en el cuello al esbirro. Entonces, el escolta del oficial disparó su arma contra Pedrito, quien, a pesar de haber sido gravemente herido, pudo repeler la agresión.

“El día que se lo llevaban preso al pasar por la escuela yo formaba a los alumnos e izaba la bandera y le dijo a los alumnos delante de Quintero: ‘Muchachos, cuiden esa bandera’, después que fue herido lo trajeron a la escuela me pidió un papel y un lápiz y escribió un nombre de mujer y una dirección de La Habana, el papel por miedo lo desaparecí, al montarlo en el jeep de la maestra de Santa Julia que lo trajo para Taguasco, tuve que calzarlo con la colchoneta de la niña”.[3]

Mientras tanto en el poblado el doctor se despide de su esposa y dos hijos, se encamina a su consulta. Lo invitan a tomar a café en un hogar cercano a su local. Era un profesional muy querido en el pueblo. El chofer de alquiler Agapito Moya tenía varios clientes para ese día. Había pensado en ir de pesca con varios amigos en la tarde. El doctor no atendió ninguno de los casos previstos, y el chofer del Chevrolet tampoco salió de pesca esa tarde.

Ambos fueron víctimas de los verdugos batistianos. El primero, por su viril actitud al tomar bajo su custodia, como médico, el cuerpo casi sin vida del joven revolucionario; el segundo, en humanitario gesto, al ofrecer su automóvil para el traslado del herido.

Doctor Jorge Ruiz Ramírez.

UN TESTIGO

Al grupo se incorporó Rodolfo Rodríguez, hermano de Pedro, un adolescente de apenas 15 años aproximadamente, a quien a mitad del camino hacia Sancti Spíritus el doctor Ruiz Ramírez hizo saber que debía bajarse del vehículo, pues tenía la ropa muy manchada de sangre, y agregó: “Si te ve la tropa de Mirabal en esas condiciones vamos a tener problemas; Rodolfo, ¡quédate!, nosotros responderemos con nuestras vidas por la vida de Pedro. ¡Bájate!”.

El chico obedeció y escapó de la muerte.

EL CRIMEN

La soldadesca batistiana estaba avisada del hecho. Un grupo comandado por el sanguinario capitán Ramón Mirabal interceptó el auto y pretendió que el médico Ruiz Ramírez entregara al revolucionario herido, pero él le respondió de esta forma: “Es muy grave el estado del muchacho, debo llevarlo rápidamente al hospital; mi deber es salvar su vida y no lo abandonaré”.

El auto fue interceptado por efectivos de la capitanía de Sancti Spíritus antes de que pudiera llegar hasta el centro médico de la localidad. No hubo respeto para la vida humana.

El jefe del puesto, capitán Ramón Mirabal, ordenó entonces la indiscriminada matanza. Las versiones de las atrocidades cometidas contras los tres detenidos difieren. Se afirma que el joven médico fue golpeado brutalmente en la cabeza con la culta de un fusil y su pecho atravesado por una bayoneta. Luego fueron rematados por tiros de pistolas.

Más tarde, trasladaron sus cuerpos para Jíquima de Peláez, donde fueron rematados. Cuentan que los árboles de la finca Venturosa del Mulato, en La Larga, fueron testigos del horrendo crimen.

Funerales del Dr. Ruiz Ramírez.

LA BÚSQUEDA

Un día después del crimen, el 25 de octubre de 1957, el Colegio Médico Nacional hace una denuncia, después de haber recibido un acta de su delegado en la ciudad donde refería: “El Dr. Ruiz Ramírez fue requerido en su consultorio de Taguasco, Las Villas, por atender a un joven de apellido Rodríguez, herido por proyectil de arma de fuego en la columna vertebral”. Dada la gravedad del caso, el Dr. Jorge Ruiz decidió conducir en un automóvil de alquiler al herido hacia una clínica de Sancti Spíritus y comunicó a los familiares del mismo esta decisión.

Ante la falsa noticia de que había sido liberado, el Colegio Médico refiere lo siguiente: “En presencia de varios testigos que los vieron en dicho cuartel (aludían al cuartel da la Guardia Rural en Sancti Spíritus) a las doce y media de la tarde los familiares que visitaron las clínicas y hospitales de esta ciudad estaban alarmados porque no encontraban al joven herido ni al Dr. Ruiz Ramírez, por lo que miembros de este colegio médico investigaron sobre el posible paradero de los mismos”.

El doctor Julio Oyarzábal Girbau al visitar el cuartel y puestos de la policía fue requerido por el teniente Mirabal para que reconociera tres cadáveres que se encontraban en el cementerio de Zaza del Medio; después de grandes dificultades, se logró reconocer el del Dr. Ruiz Ramírez. El doctor Oyarzábal denunció el estado en que se encontraban los restos mortales de su colega.

Los esbirros mintieron descaradamente sobre el destino de estos tres taguasquenses. En el acta del cuartel de Zaza del Medio se dejó por escrito que el doctor Ruiz Ramírez, el chofer y el herido fueron muertos en un combate en la zona de Jíquima de Peláez, término municipal de Cabaiguán.

LA GLORIA

Los cadáveres fueron recogidos por varios compañeros y protegidos hasta que pudieron trasladarlos para Taguasco. Pedro María fue velado en el local del Sindicato de Torcedores y en desafío a sus asesinos se le iba a poner el uniforme verde olivo, pero los guardias obligaron el entierro antes de lo previsto.

En la Colonia Española velaron al doctor y el ejército obligó a sacarlo para casa de un familiar, de donde salió el cortejo fúnebre para darle sepultura en La Habana.

Elvira Izquierdo Lanza, una amiga del joven médico asesinado, contó años después los pormenores del velatorio y su entierro.

“Yo, que lo vi cadáver, les aseguro que mi amigo Jorge no está muerto (…). Algunos me aconsejaron: ‘¿Tú estás loca?, ¿cómo vas a ir a su velorio? Esto está muy malo y te vas a señalar’. No seguí esos consejos. Lo menos que podía hacer era ir. ¿Acaso Jorge se echó hacia atrás? Y a él sí le iba la vida. No le podía fallar, y no le fallé. Lo vi antes de meterlo en el ataúd: las heridas, los golpes; parecía un quemado en algunas partes de su cuerpo”.

Mientras tanto, en Taguasco no pudieron evitar que todo un pueblo los acompañara hasta el cementerio. Y dicen otros que esa tarde lloviznó; como si el cielo hubiese querido mojar con sus lágrimas la calle por donde pasaban los féretros de sus hijos amados.

El Comité Ejecutivo del Colegio Médico Nacional denunció ante el Tribunal Supremo los crímenes que se cometían en el territorio nacional con repetición alarmante en relación con los que ejercían la profesión médica.

AL transcurrir un año de estos macabros hechos, exactamente el 9 de noviembre de 1958, el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro Ruz, hace también su denuncia de los crímenes a varios médicos a través de la emisora Radio Rebelde: “Matar a los médicos es haber llevado el odio y el salvajismo al más alto grado que pueda imaginarse”. 

El excapitán Ramón Mirabal, aunque trató de evadir la justicia revolucionaria después del triunfo de la Revolución, oculto por algunos años, finalmente fue identificado, denunciado y capturado, para después ser procesado por un tribunal revolucionario en la audiencia de la ciudad de Santa Clara, el cual lo condenó por los crímenes cometidos a la pena de muerte por fusilamiento, la cual se llevó a cabo en los alrededores da Cabaiguán, donde dicho acusado precisamente cometió sus atroces asesinatos.

Agapito y Pedrito descansan en su natal Taguasco. Sus tumbas siempre se han mantenido limpias y con flores como rebeldía revolucionaria. Ruiz Ramírez contaba al morir con 39 años de edad. Sus restos se encuentran en el cementerio de Colón.

*Doctor en Ciencias Pedagógicas e historiador del municipio de Taguasco.


[1] Ernesto Brito Alfonso y Virgilio Companioni Albrisa. El Movimiento Revolucionario 26 de Julio en Taguasco. Revista Siga la Marcha, Segunda época No 18/2005-2006, p 10-13.

[2] Testimonio de Iluminada Peña González, maestra de la escuela en Santa Rosa.  

[3] Testimonio de Iluminada Peña González, maestra de la escuela en Santa Rosa.  

Virgilio Companioni Albrisa*

Texto de Virgilio Companioni Albrisa*

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