Aunque puede abrir muchas otras, apenas ponga el primer pie en el Intercontinental Baseball Stadium de Taichung, en Taiwán, el 8 de marzo, Cuba comenzará a despejar las incógnitas generadas desde que se anunció su participación en el Quinto Clásico Mundial de Beisbol, reiniciado para bien después de seis años.
Lo diré rápido: me inscribo entre quienes auguran que la variopinta selección antillana podrá pasar el desafío de la fase de grupos, aunque no será coser y cantar en un evento en el que cada nación no es lo que parece, pues cada una se armó hasta con peloteros prestados de la bola rentada. No lo digo por pasión festinada. Pese a que mucho se ha hablado de los magros resultados internacionales en las últimas dos décadas, este conjunto, sin llegar a ser el dream team que muchos aspiraron, es en papeles superior al de otras versiones y desde fuera el grupo en que cayó parece accesible, si se le compara con otros.
No hablo de los saldos de la gira por Asia porque para mí, más allá de lo que aportó a la necesaria preparación con juegos “semirreales”, victorias y derrotas son un espejismo; una, porque no estuvieron todos los que, desde lejos, se avistan como regulares; dos, porque, aun cuando enfrentaron un buen nivel, tampoco se midieron con la meca; tres, porque ningún partido tiene los ingredientes del evento oficial que se inicia, en cuanto a presión, significado, exigencia.
Como hijas de los pronósticos, nacen algunas de las especulaciones —que también tengo— sobre la suerte de Cuba. Otras conjeturas las engordan: improvisaciones de última hora como inventar un estreno de Alfredo Despaigne en primera base o retomar la receptoría de Ariel Martínez con un torneo en las narices. Y al final, para mí, las más preocupantes desde la conformación del elenco: ¿cómo lograr la cohesión y el team work entre peloteros que se unieron a cuentagotas, sin contar la disparidad de formas y mentalidades de jugar? ¿Cómo traducir en el terreno el amor y la pasión por la camiseta cubana, al margen de cada situación circunstancial de los “emigrados”, las procedencias y residencias de cada jugador, al estilo de como lo hizo República Dominicana para ganar la Serie del Caribe?
Saltar ese valladar debe ser una de las claves para lograr uno de los dos boletos de la llave A. Aunque dicen que no es tan potente como en otras versiones, el primero, Países Bajos, es un contrario con oficio y hombres de poder, mientras Panamá siempre presenta elencos competitivos, pero parece asequible, lo mismo que Italia, a pesar de no ser el manjar fácil degustado históricamente, pues llevará a hombres con marca MLB; en tanto Taiwán es para muchos el que debe completar, con los nuestros, el dueto de clasificación.
Que Cuba lleve a peloteros profesionales no la convierte en un rival invencible. No se puede perder de vista que, con la temporada de la Major League Baseball al doblar de la esquina, esta se convierte en el atractivo principal de los que pertenecen a ella. Coincido con quienes señalan al pitcheo como la mayor de las fortalezas, liderado por los cuatro jugadores insertados en las ligas japonesas que, sin llegar a ser tan absolutos como Pedro Luis Lazo cuando asegura que tenemos lo mejor del mundo, parecen de fiar, aunque los límites impuestos a la cantidad de lanzamientos obligarán a seguir con lupa el manejo del box.
Pero con lanzar no basta. Hay que fabricar carreras; de cómo las harán dependerá de los hombres que Armando Johnson y su equipo decidan como regulares. ¿Podrán jugar un debutante como Dayán García o Yoelkis Guiber tras su excelente demostración en la gira? ¿Tendrán el valor de llevar al banco a los “emigrados”, a los que ya etiquetamos como “consagrados” y que no viajaron para ver los partidos en el dugout? Lo que sí parece claro es que habrá que hacerlas a base de estrategias, inteligencia, oportunidad y de correr bien las bases, además de evitar que el contrario las haga.
A la distancia del tiempo puede leerse mejor el desempeño de Cuba que, con selecciones puras, se ubicó en lugares que retratan su nivel en el concierto internacional en esos momentos. La primera del 2006 fue un estreno trepidante, con un subtítulo que hoy es quimera; el sexto del 2009 fue un puesto decoroso, lo mismo que el quinto del 2013, mientras el séptimo del 2017, sin ser un desastre, enseñó descosidos que nunca más se remendaron.
Por la participación de más países —20 en total—, la ubicación de la isla puede ser inferior y entonces sería la debacle. Mas, pasada la fase de grupos, todo lo que suceda dependerá de la fuerza de cada uno para superar la presión de las muertes súbitas, que no cesan hasta el título que muchos le cuelgan ya a Japón, Estados Unidos, República Dominicana, Venezuela…
Hasta el 21 de marzo, el suspenso y la emoción se apoderarán de los amantes del buen béisbol. Al menos eso esperamos que sea este Clásico: un espectáculo de lujo en el que Cuba —ojalá— sea parte de lo mejor.
Me estimula leer Escambray porque hay oficio y método en los artículos que publican y están alejados de la sugerencia atroz de Michel en el artículo Fuego amigo
porque Revolución no es chapucería ni callar ante ella.Felicito a los periodistas de Escambray.