De los nombres y otros pesares (+fotos)

¿Qué le viene a la mente cuando a la entrada de una bodega se lee un cartel con el nombre de El Caimito o una placita del agro que se llame La Manzana? Escambray aborda el pesar que significa para el pensamiento cuando el nombre de los establecimientos no se corresponde con sus realidades

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No hace falta caminar mucho por una ciudad para encontrar algún local, de cualquier naturaleza, con un nombre que nada tiene ver con el lugar.

“No te puedes guiar por eso, porque te embullas y crees que vas a tener la posibilidad de comprar algo exclusivo”, dice Daniel Góngora, mientras mira la tablilla de la pescadería especializada El Pargo.

En el pensamiento ocurren operaciones lógicas que se trastornan cuando encontramos una bodega que lleva por nombre El Tranque o una placita del agro que se llame El Mamey.

Todo concepto es convertido de manera inmediata por la conciencia en una representación, o lo que es lo mismo, en una imagen ideal que tipifica al fenómeno y que generalmente se asocia a vivencias o conocimientos anteriores que poseen las personas. Hay nombres que no lo permiten.

Ni los trabajadores de la bodega saben por qué se nombra El Caimito.

Castigarse debiera a quien asigne nombres a establecimientos sin pensar cómo serán asumidos por un público que a partir de él buscará ofertas de producciones o servicios.

Iguales castigos merecen los abstractos, que no le dicen nada al que busca orientación. Pululan las placitas identificadas solo por números, puntos de ventas sin nombre y negocios que solo dicen su objeto: barbería, relojería, casilla…

Similar desorientación provoca aquellos que pueden entenderse de varias maneras: un parque infantil con el nombre de Mi Sueño, que hace dudar si se lleva el niño a realizar sus deseos, o si hay que llevarlo bien descansado.

¿Mi Sueño o Los Caballitos?

Hace pocos días, un conocido trataba de cambiar la opinión de su esposa en relación con la manera de celebrar su aniversario de bodas, para hacer la solicitud de comida a domicilio a un restaurante especializado en alimentos procedentes del mar, con nombre El Barco, de cuya calidad y puntualidad nunca la esposa hizo confianza.

A otros se les va la mano y caen en extravagancias para llamar la atención de sus posibles clientes; usan recursos de todo tipo basados en textos e imágenes, cual paraíso, imposible de pasar por alto.

No siempre el nombre expresa lo que tipifica a los establecimientos.

¿Cómo no entrar a un bar que lleve por nombre Viaje a las Estrellas, a la panadería La Gloria o al paladar Piquito de Oro? Ahora, por experiencia, pregunte primero para evitar frustraciones.

Otro vicio castigable debía ser el de dar nombres solo por algún símbolo cercano al lugar o por la región donde se ubique. Así se puede encontrar un punto de tiendas panamericanas llamado Coppelia, donde nunca se ha visto un helado; un taller de refrigeración con el nombre de El Horno o una herrería que cambie de animal atendido para llamarse El Perico.

Mientras los responsables de la nomenclatura de los locales puedan asumir posturas diferentes, cuando camine por cualquier calle de su pueblo no se deje llevar por los nombres que vea, porque puede salir frustrado de la casilla La Res, la barbería El Lince, la pescadería La Rabirrubia o del taller El Taladro.

¿Será el mejor nombre?

José F. González Curiel

Texto de José F. González Curiel
Editor Web y reportero del Periódico Escambray. Sancti Spíritus. Cuba.

Comentario

  1. En El Pedrero, Fomento, donde resido, existe un establecimiento gastronómico llamado Cafetería Pedrero y jamás han vendido una taza de café.

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