Cuando esta semana en Naciones Unidas el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez le cantó las cuarenta, con verbo sereno y firme, al Gobierno de los Estados Unidos en su propio patio en más de una oportunidad, nos remitió a aquella sesión del 23 de diciembre de 1958 del Consejo de Seguridad Nacional del país norteño, que escudriñó en el panorama político de la isla caribeña de ese tiempo.
“Debemos evitar la victoria de Castro”, alertaba en ese contexto Allen Dulles, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la cual concibió cuatro operaciones a finales de 1958 —tres de estas, variantes de golpe cívico-militar— para tratar de impedir el triunfo del Ejército Rebelde, liderado por Fidel, como lo ha referido el investigador estadounidense Thomas G. Paterson.
Con evidencias, la historiografía revela la intervención protagónica del mismo Dulles en el plan de la invasión por Playa Girón, cuya derrota le costó el puesto —se vio obligado a renunciar— al frente de esa agencia federal.
Justamente, el líder histórico de la Revolución comandó las fuerzas que doblegaron a los mercenarios en el sur de Matanzas y, más que ello, enfrentó, también sin pelos en la lengua, a sucesivas administraciones estadounidenses, incluso, desde el estrado que lo hizo Díaz-Canel en recientes jornadas en el período ordinario de sesiones número 78 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su calidad de jefe de Estado y presidente protémpore del Grupo de los 77 (G77) y China.
Cada año, por esta fecha, la sede de la ONU en Manhattan, Nueva York, es puro ajetreo diplomático, al acoger la reunión anual más transcendental de los 193 Estados miembros de la organización, donde convergen varios segmentos de alto nivel.
Allí, Díaz-Canel, que es decir Cuba, ha hablado con voz propia. Al respecto, pueden citarse sus intervenciones en la reunión de alto nivel sobre prevención, preparación y respuesta frente a pandemias; en la Cumbre de Ambición Climática; en el diálogo de alto nivel sobre financiamiento para el desarrollo, y en el debate general del período ordinario de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Si bien estamos en presencia de distintos espacios, se constata un denominador común: en cada uno de estas tribunas, el mandatario del país antillano, en su condición de máximo exponente de la diplomacia revolucionaria cubana, formuló denuncias y propuestas para transformar problemáticas colocadas sobre la mesa de análisis.
A la vuelta de los días, resulta valedero repasar aspectos medulares planteados por Díaz-Canel, que no debieran terminar en la papelera de reciclaje de la Asamblea General de la ONU. Y empezamos por el que más duele —al menos, desde nuestro punto de vista—: el enfrentamiento a la pandemia de la covid, que corroboró lo obvio; pero no pocos lo olvidan: sobre la faz de la tierra, somos, ante todo, seres humanos, independientemente de que usted sea el más consecuente izquierdista o milite en la ultraderecha.
Ese elemental razonamiento lo tiró por la borda el Gobierno de Estados Unidos que, mientras la covid engordaba su lista millonaria de defunciones en el mundo, acrecentó el bloqueo contra Cuba “a niveles sin precedentes y generó dificultades y demoras para el arribo de insumos y equipamientos médicos imprescindibles para enfrentarla, en particular, para la industrialización de las vacunas cubanas. Se obstaculizó, incluso, la adquisición de oxígeno medicinal en terceros países y el suministro de ventiladores pulmonares”, denunció el Presidente cubano.
Así lo expresó, letra a letra, Díaz-Canel, luego de dirigir los destinos de Cuba, en un tiempo en que nuestras vidas caminaban por el filo de una navaja. De ahí, la posición de nuestro país, expuesta por el dignatario de la Mayor de las Antillas, de abogar por la adopción de un instrumento internacional robusto para la prevención, respuesta y recuperación ante pandemias, bajo la conducción de la Organización Mundial de la Salud.
Y mientras esa propuesta va y viene, viene y va, entre decisores y expertos, Cuba —en la voz de Díaz-Canel— puso a disposición de los pueblos del mundo algo más tangible: sus capacidades tecnológicas y científicas y sus recursos humanos para ayudar en la prevención, preparación y respuesta frente a pandemias actuales y las por llegar.
Otra “pandemia” azota, y la vida en el planeta pende de un hilo. “Las alarmas de la emergencia climática están activadas hace décadas. El tiempo se acaba, cada vez más velozmente, con cada día que transcurre sin una acción efectiva en el enfrentamiento al cambio climático. Unámonos en la acción por un objetivo superior: preservar el planeta, es decir, la vida”, aseguró el mandatario cubano en la Cumbre de Ambición Climática, este 20 de septiembre en Nueva York.
Para corresponder con tal urgencia, la nación antillana dispone de un Plan de Estado para el enfrentamiento al cambio climático; y en su actual Presidencia del G77 y China, ha compartido proyectos para minimizar los efectos de este problema medioambiental en otros países en desarrollo particularmente vulnerables.
También, siendo coherente con esa línea de acción, Díaz-Canel anunció la convocatoria a una Cumbre de Líderes de este mecanismo de integración el 2 de diciembre, en los márgenes de la Cumbre del Clima o COP28, prevista en Dubái del 30 de noviembre al 12 de diciembre venidero.
Párrafo independiente merece, además, la intervención del mandatario de la isla, en sus funciones de presidente protémpore del G77 y China, en el diálogo de alto nivel sobre financiamiento para el desarrollo. En esa plataforma de intercambio, presentó posibles acciones específicas con miras a reformar la actual arquitectura financiera internacional, divorciada totalmente de las necesidades de los países del sur.
“No estamos pidiendo limosnas ni rogando favores”, acotó el jefe de Estado un día antes —el 19 de septiembre—, al hablar, en nombre del G77 y China, en el debate general del período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU.
Era predecible —y ello no le resta significación— que Díaz-Canel volviera a la carga contra el cerco económico, financiero y comercial de Estados Unidos que embiste hoy a Cuba con la fuerza descomunal de la más potente especie de dinosaurio, y tramado para que la escasez de todo lo habido y por haber sea también ley y, en consecuencia, el descontento popular derive en la quiebra del orden constitucional.
Los códigos de esta política de hostilidad los han descifrado decenas de oradores de otros países, quienes denunciaron, igualmente, sus reales pretensiones en varios segmentos de alto nivel en Naciones Unidas.
Los antecedentes de esa solidaridad nos conducen al pensamiento de Fidel, aquel guerrillero, que desde que se alzó en la Sierra Maestra, les quitó el sueño a Allen Dulles y al mismísimo presidente Eisenhower.
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