¡Por estos lares no hay yagua que se me escape! La exclamación de Dunia Velinda Martínez atraviesa los montes de Los Alazanes, vuela sobre sabanas y cañaverales, despierta en pleno a los habitantes de Paredes y sigue revoleteando entre la brisa y las almas de quienes hacen del trabajo una razón de ser.
Pero se afinca más, cuando sabes que es una de estas mujeres que espantan el qué dirán y cierto tradicionalismo machista y le mete el cuerpo a una labor como la de recogedora de yaguas de palma, que por unos cuatro años desempeña en la brigada espirituana de Tabacuba dedicada a este quehacer imprescindible para beneficio de uno de los rubros más importantes de la economía cubana.
“Comencé acopiando yaguas que luego le vendía a un viejito y me buscaba algo de sustento, hasta que un día dicen que vaya pa’ Cabaiguán y haga el contrato y ser una más del colectivo dedicado a esos trajines.
“Fui, firmé y aquí estoy. Ya perdí la cuenta de cuántas docenas he entregado”, dice sonriente.
¿Es complicado?, indago.
“Sí, sobre todo cuando te tienes que mover a grandes distancias para buscar la yagua donde esté. Y aquí es donde entra mi esposo en la historia, de madrugada ensilla el caballo con la volanta, cogemos terraplén y no hay retorno hasta que vengamos a tope.
“Desandamos los kilómetros que hagan falta, sube y baja lomas, brinca arroyos, guapea contra las santanicas; es un trabajo rudo, sobre todo por el peso de cada una, pero yo la cargo poquito a poquito hasta llenar el carretón y faena cumplida”.
Y de repente, tras secarse el sudor de la frente con la manga de la camisa empapada y respirar hondo, mira al cielo y deja escapar su verbo: “Cuando hay cambios de luna, de nueva hasta menguante, tienes que ponerte los patines porque gotea mucha yagua del palmar. Comenzamos por los montes de la finca y un poquito más allá, hasta donde se pueda trabajar a pie, porque tenemos muchos competidores”.
Rostro de asombro, la interrogación dibuja el aire.
“Muchacho, aquí entre vacas, terneros, cerdos, carneros, chivos y hasta las aves, tienes que andar ligerita. No sé cuál será el secreto, pero las yaguas son un manjar pa’ ellos. Y lo más gracioso, no a todos les gusta la misma parte. Unos se comen las bandas y otros, el lomo, que tiene un salaíto encantador pa’ los puercos. Si pestañeas no dejan ni pa’ hacer estropajos”.
En el patio de la tradicional casa de campo que habita, las yaguas se señorean y suman a esta historia.
“Cuando recojo, las traigo pa’ aquí, coso las rotas, les paso una esponja húmeda a cada una, las plancho para que queden estiraditas y las entongo por docenas en un ranchito bajo techo y ventilado pa’ entregarlas bien buenas, porque no soporto la chapucería”.
Recoger yaguas, ¿necesidad exclusivamente?
“No, ¡qué va! A mí este trabajo toda una vida me ha gustado. Y no le tengo miedo. Soy guajira bien afincá’ y hago todito en el campo, lo que venga.
“He recogido hasta 600 yaguas en un mes. Y después que terminas en los palmares, pa’ la casa porque los animales esperan por la comida y tienes que hacer el almuerzo y otras cosas más.
“Pero ahora con más comodidad. Aquí en Los Alazanes nos han puesto unos paneles solares que son lo máximo. Tenemos refrigerador, nevera, ventiladores, ollas, batidoras, televisor y la ayuda de mis hijos y mi marido, que también le meten duro a la tierra.
“Ya es otra la vida. Con mi salario que ha pasado los 6 000 pesos, voy armando la casita de lo imprescindible y la comida no me falta, porque los demás sudan pa’ eso.
“Por eso, te aseguro que hay Dunia pa’ rato entre estos palmares. Y que venga trabajo, que esta mujer no tiene miedo”.
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