Es de esos seres que irradian las virtudes más nobles del universo: el amor y la gratitud. En Omaida Ortiz Soto no pueden andar separadas y han regido su destino desde que, con apenas tres años, dejó atrás la misma sombra de la muerte.
Lo sabe por su abuela, quien nunca pudo sobreponerse al horror de ver morir a su esposo Félix Soto Cisneros y a dos de sus hijos. En la finca El Portillo, en los alrededores del poblado de Magua a escasos kilómetros de Trinidad, la humilde familia resultó una de las víctimas del bandidismo.
Pero ya no la estremecen esos recuerdos. Ama demasiado la vida y la defiende desde ese altar sagrado que es el laboratorio clínico del policlínico Celia Sánchez de esta localidad sureña, a donde acuden muchos pacientes en busca de Omaida y su pericia detrás de un microscopio.
“Me gradué primero de asistente dental”, confiesa y percibe mi asombro. “Fue el curso que llegó ese año y no dudé en optar por él. Mi padre había fallecido y necesitaba trabajar lo antes posible para ayudar económicamente a mi mamá. Ella nos crio sola, a mí y a mis dos hermanas”.
Tenía entonces 16 años y al graduarse la ubicaron en el municipio cienfueguero de Cumanayagua; pero no permaneció lejos por mucho tiempo y regresó a Trinidad a trabajar, primero, en la Clínica Estomatológica Municipal y luego, en el centro asistencial donde labora hasta hoy.
¿Cómo llega al laboratorio?
Cuando terminaba mi turno como asistente dental iba directo para el laboratorio. Me fui enamorando de todo. El trabajo aquí tiene mucho que ver con mi personalidad. Soy más bien introvertida y no me gusta hablar mucho.
Frente al microscopio hay que estar totalmente concentrado para no cometer ningún error al analizar una muestra. Con ese resultado el médico puede dar un diagnóstico correcto e indicar el tratamiento para que el paciente se recupere. Son decisiones que a veces salvan vidas.
Omaida regresó al aula y se graduó como técnico de laboratorio en 1986. El policlínico de Caracusey fue también una escuela. “Allí completé mi formación. Nunca presumí de nada; estaba para aprender y aprovechar la experiencia de mis compañeras. Trabajé en ese centro durante 12 años y, aunque viajaba todos los días, fui siempre la primera en llegar”, recuerda.
Al comenzar el servicio de cuerpo de guardia en el policlínico Celia Sánchez regresó al centro asistencial. Años más tarde cumplió otro de sus sueños. “Cuando Fidel quiso especializar a los trabajadores de la Salud en los municipios vuelvo a estudiar y me hice licenciada ya vieja, en el año 2018”, refiere.
Esta mujer pequeña, de rostro afable y asequible siempre, ha transitado por varios departamentos para analizar muestras de todo tipo y ayudar a encontrar o descartar un diagnóstico.
“En la sección de hematología se estudian la sangre y los tejidos que la conforman. El hemograma es una de las pruebas que más se solicita al laboratorio clínico y lo cierto es que aporta resultados muy importantes en la evaluación de un paciente.
“La bioquímica o química clínica es otra de las áreas donde se realizan pruebas. En este caso lo que se observan son elementos químicos de la fracción líquida de la sangre y la orina, como la glucosa, el colesterol, el ácido úrico, la bilirrubina… Es la que más me gusta.
“En el momento de analizar una muestra me olvido de todo lo que me rodea. Me dedico por entero a estudiarla con el objetivo de encontrar un buen diagnóstico y el mejor tratamiento para el paciente”.
¿No ha sentido temor de equivocarse?
Somos humanos; pero en este trabajo no puede haber errores. Cuando he tenido dudas consulto con mis compañeras, observo el suero una, dos, muchas veces. Nuestra responsabilidad es interpretar de la manera más correcta los resultados.
A veces he sospechado de una hepatitis o una leptospirosis por la coloración del suero y realizo otras pruebas sin estar indicadas. Después le sugiero al paciente que consulte a un médico de inmediato. La experiencia ayuda mucho.
En 35 años el laboratorio clínico ha sido también su casa. “Me fui casi obligada durante la primera etapa de la covid porque ya había cumplido 60 años, pero cuando pude regresar no dudé en hacerlo. Hice PCR en el policlínico durante el rebrote más fuerte, fui a los centros de aislamiento, a la calle a hacer pesquisa… Y no me enfermé. Si me cuido no me contagio, me decía siempre”, asegura con un brillo especial en la mirada.
¿Nunca pensó en una misión?
Mi madre decía que no podía vivir alejada de mí. No quise dejarla sola y no me arrepiento.
Después que ella falleció volvieron a insistir, pero no acepté. Si mi mamá no disfrutó de las cosas materiales que pudiera haber obtenido, no quiero nada ahora. Ella nos crio sola, mi padre murió cuando éramos muy pequeñas.
Somos de origen muy humilde y gracias a la Revolución mis dos hermanas y yo pudimos estudiar. Mi hijo es también licenciado en Higiene.
La jubilación se acerca.
No pienso en eso, aunque ya ando cerca de los 65 años. Mientras tenga fuerzas voy a estar en este laboratorio. Trabajo desde los 17 años y voy a permanecer aquí hasta que me sienta útil.
Ahora mismo hay una muchacha recién graduada y estoy dispuesta a ayudarla. No quiero guardar los conocimientos sino compartirlos con los jóvenes. Hoy precisamente es su primera guardia y voy a regresar por la tarde para darle apoyo.
¿Recompensas?
El cariño de los pacientes. Siempre he podido contar con su apoyo. Cuando mi madre falleció fue precisamente una de esas personas quien me ofreció la bóveda de su familia. Eso nunca se me va a olvidar.
He tratado de ayudar a todos, no me gusta hacer diferencias, pero me conmueven especialmente los más humildes, los que no tienen nada que dar. Debe ser por mi origen. No conocí a mi abuelo, pero sí me siento orgullosa de su herencia.
Muy bonito homenaje debería ser así a todos los profesionales de la salud de Trinidad la verdad son todos muy sacrificados. Gracias en nombre de todos los cubanos estemos donde estemos. Gracias por su humildad y su cariño