Lo dice y en sus palabras ni por un instante hay asomo alguno de muletilla. Lo afirma tan categórica como la cofia blanca que durante 32 años se ha mantenido firme por encima del moño al igual que ella, que no ha salido de aquel consultorio jamás. “Si vuelvo a nacer sigo siendo enfermera de la familia”, repite Elena Aguirre Hernández —licenciada en Enfermería desde 1990— y la frase, por reiterada, pudiese llevar un dejo manido, pero ella ha sido enfermera a tiempo completo y más de tres décadas después no se arrepiente.
Primero se estrenó en un consultorio de La Esperanza —esa comunidad guayense— durante los dos años de servicio social y luego comenzaría a trabajar en el consultorio No. 7, de Guayos, hasta los días de hoy.
Allí está su hogar: la casa consultorio donde ha vivido desde entonces, la familia que ha creado con su hija y su esposo y la otra que ha fundado con los lazos sanguíneos de la profesión donde incluye a los más de 1 000 pacientes que atiende.
Pudiera nombrarlos, incluso, a cada uno y le creo cuando dice: “Yo conozco el nombre y los apellidos de toda mi población, del pi al pa. Sé de qué padece todo el mundo, qué toma, porque yo salgo mucho para la calle y me relaciono bastante con los pacientes.
“Ese consultorio es mi familia, es mi casa y mis pacientes son mi familia. Me gusta ir por la tarde a casa de los vecinos a tomar café con los viejitos, conversar con ellos. Me gusta dar esa charla educativa si el paciente tiene algo y ahora que no hay muchos medicamentos le digo: Hágase un tilito, tome pasiflora”.
De aquel consultorio solo ha salido una vez. Cuando en el 2016 fue a cumplir misión internacionalista en la República Bolivariana de Venezuela y por poco no regresa.
“Yo estaba en el Distrito Capital, en Caracas, en un lugar violento que eran cerros. Me atacaron dos veces, me pusieron una pistola en la cabeza para robarme, pero sobreviví y un 31 de diciembre le cayeron a tiros al consultorio, nos metimos debajo de la cama y, por suerte, no pasó nada.
“Allá padecí un dengue hemorrágico que casi me muero, estuve en Terapia Intensiva y aquí daban partes sobre mi estado dos veces al día. Yo pensaba que no regresaba a Cuba, pero saqué fuerzas por la familia y regresé”.
Quizás fueron la mejor cura: la hija, el esposo, las hermanas también enfermeras, los sobrinos… —muchos de los cuales son médicos— que aguardaban por ella. Quizás fue también su entereza y esa rectitud con la que asume hasta las palabras que comparte, que la distinguen como la enfermera que es.
Y después de tanto no se cansa. Ni por las veces que a media madrugada ha tenido que levantarse para ir a inyectar con morfina a un paciente en un estadio avanzado de una enfermedad oncológica o a asistir a un anciano encamado con falta de aire o a curarle una lesión a quien lo necesite o salir corriendo hasta el policlínico con un niño en brazos convulsionando.
Ha sido así siempre y lo supo desde que decidió ponerse la cofia en la cabeza. “Es un gran sacrificio para la familia, pero mi esposo sabe que está casado con una enfermera, mi hija va a ser enfermera —ya está en segundo año de la licenciatura— y cuando uno estudia la carrera de nosotros sabe que es sacrificada, que es a la hora que nos toque y cualquier día de la semana si nos necesitan tenemos que ir donde está el paciente”.
No renunció a tales esfuerzos ni cuando la hija era pequeña, como tampoco dejó de ser madre y enfermera las 24 horas. “Los mismos pacientes me cuidaban a la niña. Si tenía que ir a ver un viejito encamado venía un familiar, se quedaba con la niña y yo iba a ver al paciente. Fíjate que ella desde chiquita sabe inyectar y curar escaras porque iba a ver conmigo a los pacientes”.
Esa misma vocación la ha ido inculcando en los doctores que llegan al consultorio y luego los ve graduarse en otras especialidades médicas o en los estudiantes que, según cuenta, cuando los van a ubicar en las rotaciones dicen: “Yo quiero el consultorio 7, porque está Elena”.
Nada le mella los deseos. “La experiencia más difícil que uno a veces enfrenta en los consultorios hoy por hoy es atender a un paciente cuando no hay todas las condiciones para trabajar.
“Tengo pacientes con úlceras por de cúbito, que son las famosas escaras, que cuando vas a curar no tenemos todos los recursos, pese a que se priorizan y se les trata de garantizar, aunque sean limitados; pero siempre doy el paso al frente, busco una alternativa y tratamos de que el paciente se vaya satisfecho con el trabajo de nosotros”.
Es lo que ha aprendido y enseñado durante todos estos años. Porque para ella la arcilla fundamental de la que tiene que moldearse un enfermero es del amor por lo que hace.
“Para ser un buen enfermero tiene que gustarte la carrera, tener amor a la profesión, porque de eso depende el amor al paciente y a la familia. A mí me gusta el consultorio, me gusta la prevención, la educación… eso me encanta. Yo soy la enfermera de todo Guayos, pregunta por Elena Aguirre en Guayos para que veas”.
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