Su carácter afable y jovial, unido al trato amistoso con el que se refiere a cada alumno, sin hacer diferencias por edad o por la seriedad de sus reclamos, hace de Eduardo Alomá Rodríguez un director poco convencional. Ha convertido el espacio en que reside en un lugar seguro al cual acuden pequeños que cursan desde preescolar hasta sexto grado:
“Tengo un problema”, “Profe, ¿y mi mamá?”, “Buenas, director, ¿usted ha visto a la maestra Liety?” y “Qué rico quedó el almuerzo” son algunos de los planteamientos que hacen los pioneros. A este último chico, lo escolta hasta el comedor y le pide que no tenga pena y se lo exprese a los cocineros, que las buenas acciones también merecen reconocimiento.
Persona sencilla y comunicativa, el director de la escuela primaria José Martí, de Trinidad, cuenta que la suya no es de las grandes historias donde la vocación proviene de abolengo o en las que el protagonista se decidió por el magisterio en el primer quinquenio de vida. Esta fue, más bien, una cuestión de azar.
“Quería ser Camilito, pero no tenía peso ni tamaño suficientes. Cuando acabé noveno grado opté por algo vinculado con el deporte. Sin embargo, tampoco se me dio. Al final me propusieron la formadora y respondí: No importa lo que haga, yo solo quiero estudiar”.
Que una carrera no planeada acabaría por convertirse en su vocación desde hace más de 40 años no figuraba en las cavilaciones del joven Eduardo. Pero la realidad se impuso.
“Estudié en la formadora de maestros de Cienfuegos, me gradué allá y comencé a trabajar en el internado Félix Varela, de Cumanayagua. En esa época descubrí que me priva la Matemática. Soy maestro primario y nuestra formación se enfoca hacia la enseñanza general, pero, me matan los números”.
En su larga trayectoria, Eduardo laboró en la primaria Esteban Hernández (la misma que resultó afectada por una tormenta local severa el pasado 19 de abril) y fue director, con apenas 21 años, en la comunidad Alberto Delgado.
Se trasladó a la escuela Miguel Calzada, en Topes de Collantes y dirigió otros centros estudiantiles en Puriales, Purialito, Tres Palmas, Felicidad… Tras seis meses en la Escuela Provincial de Cuadros llegó al Comité Municipal del Partido de Trinidad y atendió la esfera del turismo hasta que, un año más tarde, decidió regresar a las aulas.
“Todos sabían que la educación era lo mío. Necesitaban un director para el internado 28 de Diciembre de La Pastora y para allá fui. Me desplacé hasta el pre pedagógico y luego llegué a la José Martí. Llevo 15 o 16 años trabajando en esta, mi segunda casa, pero no de forma continua: también cumplí misión en Venezuela”.
Hablar sobre la tierra de Bolívar le supone una gran satisfacción. Narra cómo dio un paso al frente cuando la república sudamericana solicitó educadores que revolucionaran su sistema educacional. Explica, además, que la enseñanza es siempre un aprendizaje bidireccional y, por ello, quien educa puede crecer en el proceso.
“Fuimos al estado Trujillo, en el municipio Valera como asesores metodológicos integrales que asesoraríamos desde el punto de vista directivo. Atendimos tres misiones: Robinson I y II, Ribas, en las enseñanzas secundaria básica y preuniversitaria y la misión Sucre, para la universidad”.
“Fue una experiencia maravillosa. Allí entendimos la gran diferencia que supone la organización de nuestro sistema docente comparado con uno extranjero. Les enseñamos a planificar, a ordenar, a realizar un orden del día para que todas las carencias hallaran soluciones. Venezuela agradece mucho a Cuba en este aspecto”.
Relata que vivir en un país extranjero permite descubrir que ciertos aspectos de la vida cubana son envidiables y algunos como la seguridad social —al cual ubica como el logro superior de la Revolución—, son prácticamente un milagro nacional.
“Es increíble. Digo que cada cubano tiene que verlo. Los venezolanos envidian la paz de la vida en Cuba, aquí no tenemos bandas armadas ni malandros”.
Del sistema educacional de aquel país puso en práctica dos pautas fundamentales: el respeto debe primar por sobre todas las cosas y un maestro cariñoso siempre será recordado. Honra esa frase donde Martí explicó que para los niños trabajamos y no es una opción hacerlo con resignación, por un pago o por mérito, porque en el mundo moral no hay mejor salario que la convicción.
“¿Qué supera la sonrisa de un niño cuando te dice que el almuerzo estuvo bueno? ¡Nada, periodista! Por eso hago tanto hincapié en que no importa que tengamos poco si ponemos alma, corazón y vida”.
Cómo las demás 448 instalaciones del territorio, la escuela primaria José Martí inició un nuevo escolar. “Prácticamente todos los alumnos vinieron a saludarme. La confianza alumno profesor no es un acto, sino un hábito”.
Con 60 años de edad y una brecha generacional enorme, Eduardo Alomá Rodríguez comprende que un director funcional tendrá que ser rector, maestro, padre y, en ocasiones, amigo. Quizá por ello es conocido por compañeros, pioneros y padres como defensor de los niños.
En la biblioteca del centro bromea con otros profesores y pregunta por que él: no se cree digno de una entrevista, dice que hacer bien lo que toca por plantilla no es nada más que un deber; que no es merecedor de una medalla ni se cree un superhéroe cotidiano.
“Digan lo que digan, para mí lo verdaderamente importante es que todas las escuelas estén abiertas, las aulas llenas, que estén la tiza, el borrador y la pizarra, que esté el alumno y que esté el maestro, que el maestro enseñe con calidad y que el estudiante sea capaz de comprenderlo. Si cada cual hace lo que le toca como toca, nuestro éxito será una garantía”.
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