Dice que va apurado porque los segundos son la divisa de la vida y a cierta edad cada uno hay que celarlos como oro. “Comencemos rapidito. ¿Dará tiempo en media hora? Necesito regresar temprano porque tengo un problemita en el baño”.
Llega excelentemente vestido, como quien asiste a una entrevista de trabajo con la elegancia y la decencia de otros tiempos. Saluda como caballero, con una corta reverencia y se hace de una silla de la misma forma en que, confiesa, invitaba a las chicas lindas allá en su juventud.
“Hace poco fui al Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y se quedaron boquiabiertos cuando me vieron: me daban por muerto. Mi nombre es Enrique Germán Zayas Bringas y soy el último cubano vivo de los que pelearon en Vietnam. Me pidieron una entrevista y le dije que no, que todavía no, porque lo que tengo que contar tiene que ser dicho primero por alguien de mi natal Trinidad”.
Todo comenzó una mañana cuando, junto a otros compañeros de la Escuela de Artes y Oficios de Trinidad, participó en la primera huelga estudiantil que se hizo en la ciudad como apoyo al asalto al Palacio Presidencial. A partir de ese momento se ganaría un nombre como conspirador fiel contra Batista y vendería bonos para recaudar fondos para el Movimiento 26 de Julio.
“Sí, sí, pero vamos a pasar página. Eso no es tan importante. Nadie quería ir a la guerra de Vietnam porque se decía que tenías el 99.99 por ciento de posibilidades de no regresar y peor aún si tu misión era descubrir el agente naranja que los estadounidenses lanzaban para defoliar la selva y bombardear con mayor facilidad”.
Arribó cuando la escalada. Lo recuerda porque fue en una fecha cercana a cuando el trigesimosexto presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, hizo su entrada a la Casa Blanca.
Llegó a Moscú, hacía mucho frío y lo recibió Carlos Olivares, el embajador de Cuba en la entonces URSS y, sin apenas adaptarse al clima soviético, tuvieron la dicha de ver el desfile por el Día de la Victoria contra el Fascismo, en la Plaza Roja.
“Desde ahí partimos a Wuhan, en China. Estuvimos 15 días hasta que un avión nos llevó a Hanoi. En Vietnam nos recibió Julio García Olivera, un compañero de José Antonio Echeverría en el asalto al Palacio Presidencial y a cada uno de nosotros se le asignó su tarea”.
La suya fue la de disfrazarse de soldado norteamericano e introducirse en sus filas. Relata que estaba todo dispuesto cuando los enemigos lo detectaron y no dejaron de disparar aquella ametralladora cuyos disparos recuerda como si los tuviera a 20 metros. Por supuesto, sus colegas no le permitieron partir hacia una misión suicida.
En la tierra de los anamitas conoció a Le Duan, jefe del Partido Comunista, y estrechó lazos con Pham Van Dong, a quien le adjudica gran parte del triunfo contra el imperialismo.
“Me imporesionaron las mujeres de Vietnam: cargaban armamenrto, bombas, artillería y, de habérselos pedido, habrían trasladado un tanque hecho piezas. Aluciné con puentes de bambú que soportaban blindados y disfrutaba como nadie la camaradería de Anam.
“Adonde yo iba nunca bombardearon. Pero sucedía algo increíble, pues cuando me iba de los lugares las bombas comenzaban a llover. Creo que la providencia me pretegía (ríe a carcajadas). Por ello me apodaron como El Negrito de la Caridad y me volví sumamente popular entre aquellos hermanos de ojos rasgados”.
Sobrevivió a la guerra y a pesar de que con apenas 20 años ya tenía tanto para contar, sus derroteros por el mundo no acabarían así. Luego del triunfo de la Revolución cubana llegó a la Universidad de La Habana para trabajar como profesor de Microbiología en la Escuela de Ciencias Biológicas y un día nombraron a un amigo suyo embajador.
“Me pidió que fuera con él, pues necesitábamos mejorar las relaciones entre los dos países en materia comercial y allí podría desbloquear nuevos horizontes con la caña de azúcar. Yo, contento, accedí. Lo menos que esperaba era reencontrarme con López Junco, amigo y periodista de Prensa Latina”.
Llegó como secretario científico y culminó su misión como segundo secretario en la Embajada de Cuba en la India; mas, en todos esos años, su mayor logro opacaría a cuanto descubrimiento biológico lograría en un laboratorio.
“Fui amigo personal de la primera ministra de la India, Indira Gandhi, y compartí durante un mes con el mismísimo Gabriel García Márquez, con su esposa y su hijo. Otro de los orgullos que atesoro fue abrir la puerta del avión en el que un día llegó Fidel”.
En los años posteriores fungió como consejero del Servicio Exterior de Cuba en Suiza, fue invitado a la Unión Soviética para presenciar el lanzamiento al espacio del cosmonauta Arnaldo Tamayo Méndez y uno de los primeros en visitar Afganistán cuando fue derrocado el rey Dahoud. De regreso a Cuba trabajó durante 10 años en el Minrex, junto a Melba Hernández.
Y a pesar de todo ello, este espirítu cándido y aventurero eligiría renunciar a su apartamento en La Habana para regresar a un pueblito de pescadores ubicado a 4 kilómetros de la tercera villa —Casilda— y, desde su modesto espacio, aportar durante más de cuatro décadas como musicólogo e historiador, al conocimiento y la preservación del patrimonio cultural vivo de su idolatrada Trinidad.
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