Entre las líneas eléctricas, el peligro acecha siempre. La presión de trabajo, la fatiga, el más pequeño error… Es el día a día de los linieros, esos héroes de las alturas que cuando escuchan a las personas, en especial a los niños, decir: “¡Ya llegó la luz!” sonríen mientras dominan sus miedos.
Un liniero conoce los riesgos, la posibilidad de un accidente, pero se sobrepone y escala un poste para instalar transformadores, cambiar aisladores o tensar los cables. Lo hace una, dos, cientos de veces; y nunca se confía porque le va en ello la vida.
Bien lo sabe Freddy Béquer Rondón, quien hace 46 años desafía la corriente de alta tensión y hasta sus propias angustias. Cuida por la seguridad propia y la de sus “muchachos”, como les dice a los trabajadores de esta brigada de linieros de la Empresa Eléctrica de Trinidad y una de las que más kilómetros han recorrido en toda Cuba.
“No se me ha escapado ningún ciclón”, le cuenta a Escambray, que escucha hablar de sus hazañas y procura el diálogo. Llega y todos bromean con él. Es un mulato alto que no aparenta rozar los 65 años. Se sienta en un banco y mientras revive momentos trascendentes de su labor, se revela como el hombre sensible que es, casi un padre para los compañeros de trabajo más jóvenes.
Comenzó en la Empresa Eléctrica porque un primo lo embulló. Había concluido el Servicio Militar y eras apenas un muchacho con deseos de comerse el mundo. En el curso de liniero aprendió la técnica para solucionar diferentes averías del servicio eléctrico, pero la mayor lección fue la hermandad que se forja en condiciones límites.
“Nos llevamos muy bien, con respeto y nos cuidamos. Cuando estamos cerca del peligro el trabajo tiene que ser muy ordenado. Es complicado porque nos enfrentamos a dificultades técnicas y a la vez es fundamental que el equipo sea muy unido porque la corriente eléctrica resulta peligrosa; pero si cumplimos todas las medidas de seguridad el éxito está garantizado”.
Cada especialidad tiene sus luces y a Freddy lo deslumbró el trabajo con los transformadores. “Es un elemento vital para mantener el servicio en las empresas y el sector residencial, asegura este hombre al que todos admiran y respetan.
Desde hace varios años se desempeña como jefe de una de las brigadas de linieros pertenecientes al sector eléctrico en este territorio. “A los muchachos les gusta trabajar conmigo. Soy un poco pesado, pero la exigencia es para protegerlos y que la tarea salga con calidad. Es la mejor enseñanza que puedo dejarles”.
A Cuba la ha recorrido de una punta a la otra y se ha estremecido con la angustia de otros. Tras el paso de un huracán, su brigada de linieros es una de las primeras en llegar a los territorios devastados. “Es incómodo porque ves la destrucción, la tristeza de las personas y su desesperación. El trabajo es agotador, pero cuando comienza a restablecerse el servicio sientes la gratitud de todos. Te saludan, son amables. Es muy hermoso.
¿Qué momento lo marcó más?
Baracoa, después del huracán Matthew en el 2016. Aquello daba grima. Me marcó y a la vez me gustó porque entre todos logramos recuperar los destrozos que ocasionó al sistema eléctrico. Sentí mucha admiración por los muchachos. No flaquearon nunca a pesar de las condiciones duras de trabajo.
¿Y el ciclón Dennis en Trinidad?
También fue una labor fuerte. Me tocó primero traer la corriente de Cienfuegos, y después reparar las averías en Casilda y en varias zonas de la ciudad. La dirección de la empresa propuso que me quedara en el albergue que se servía de un grupo electrógeno para que pudiera descansar mejor. Pero yo quería estar con los míos. Cuando llegaba muerto de cansancio a la casa, mi esposa me echaba fresco para que pudiera dormir un rato, y al otro día temprano para el trabajo.
En esta labor hay peligros todos los días y Freddy ha pasado sus sustos también. “Fue en San Juan y Martínez, una localidad de Pinar del Río a la que llegamos para ayudar a restablecer el servicio eléctrico. Las personas estaban desesperadas y con el apuro subí a un poste a desenredar una línea. El cable me vino encima y me tumbó al suelo. Me fracturé una pierna y no pude continuar esa vez con mis compañeros.
Fue por violar las normas de seguridad. Nunca he olvidado ese incidente porque demuestra que en el trabajo no puede haber apuro y sí mucha concentración, además de cumplir con todas las medidas que conocemos muy bien.
Eso le sirvió para no cometer otros errores
Para no cometer más errores y velar porque los muchachos no corran ningún riesgo. Me siento responsable de ellos, a los cuatro los considero hijos míos. Ellos me dicen papá, la verdad que yo los quiero mucho
Han tenido un buen maestro.
Se han educado en la misma forma de trabajo, y son exigentes igual que yo. Uno de ellos va a ocupar mi cargo cuando llegue el momento de la jubilación. De vez en cuando lo dejo suelto para que vaya ganando confianza, aunque siempre estoy cerca.
La experiencia se gana con los años y los reconocimientos, también.
Guardo muchísimos diplomas y medallas, que no son solo míos sino de mis compañeros. Uno de los premios más grandes fue el carro asignado a nuestra brigada. Nuevecito. Se recibió en un momento bastante difícil tras el huracán Ian. Durante cuarenta días nos facilitó el trabajo en Pinar del Río. Ahora cubre la guardia en la empresa. Es ahí donde hace falta.
¿Qué significa este trabajo para usted?
Es mi vida. Entré siendo un niño prácticamente y ya voy a cumplir 65 años. Las relaciones con mis compañeros son excelentes. Me gusta bromear y mantener un ambiente de respeto. Pero un día hay que separarse, darle paso a la juventud.
¿Qué se lleva?
Momentos inolvidables. El cariño de otra familia que se forjó en las altas y las bajas. Me voy, pero si me necesitan saben dónde buscarme.
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