En una cáscara de nuez, o en un Leviatán

Hace 128 años, el 24 de febrero de 1895, estalló la Guerra Necesaria, en cuya organización José Martí debió enfrentar no solo los resquemores entre los curtidos guerreros y los nuevos combatientes

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El Apóstol de la independencia adoptó el seudónimo de Anáhuac en la Guerra Chiquita y con posterioridad, en la década de 1890, el de D. E Mantell y Abel. (Foto: Obra de Ernesto García Peña)

El olfato para detectar la malicia entre la bondad, y lo falso entre lo auténtico le decía a José Martí, dedicado a la preparación de la Guerra Necesaria, que aquel hombre, indistintamente nombrado por él como Ramiro o Ramírez en su correspondencia, era un espía.

En más de una carta, el Maestro alertó a Serafín Sánchez acerca de este agente, de estatura insignificante y de nariz colorada y tan larga como la del célebre Góngora, y cuya condición de infiltrado entre las fuerzas patrióticas de la migración cubana en Estados Unidos Martí la sintetizó en un símil magistral: “ojos de orejas”.

“Ruego sobre todo al General que me apague cualquier pista de  preparativos visibles: cuanto se ha hecho es sabido al dedillo, y tiene ahí agentes siguiéndolo, y exagerándolo, y dando la ocasión que debemos evitar si hemos de salvar la Revolución”, le indica Martí al espirituano en misiva fechada el 27 de mayo de 1894 en Jacksonville, Florida.

Y mientras esa ciudad del sur estadounidense atraía a turistas en aquel invierno, el Maestro aprovechaba la oportunidad para intercambiar con los integrantes de los clubes patrióticos para abordar, entre otras, cuestiones acerca de la obra secreta del Partido Revolucionario Cubano (PRC), fundado bajo su instancia el 10 de abril de 1892 para organizar, dirigir y materializar la Guerra Necesaria, que estalló en Cuba el 24 de febrero de 1895.

¿El líder político padecía de delirium tremens de persecución? ¿Veía fantasmas en cada sitio donde colocaba un pie en tierra norteña? Estas y otras interrogantes debieron rondarle al historiador Raúl Rodríguez La O, autor del libro Los escudos invisibles. Un Martí desconocido, revelador de la importancia concedida por Martí a las actividades de espionaje y contraespionaje, en lo esencial, durante la Guerra Chiquita y con más énfasis en los preparativos de la contienda del 95, de modo especial a partir de la fundación del periódico Patria, el 14 de marzo de 1892 y de la creación del PRC, como asegura el investigador cubano.    

CONVERTIRSE EN LA SOMBRA DE MARTÍ

Antes de subir a la cubierta del trasatlántico-correo Francia, que había salido del puerto de Le Havre, Martí se abrigó lo mejor que pudo. Otra vez Nueva York se desvestía frente a los ojos curiosos del joven abogado, procedente de la nación gala, donde encontró cobija en diciembre de 1879, luego de escapar de su segundo destierro a España. Aquel 3 de enero de 1880 la urbe estadounidense aún no lucía su Estatua de la Libertad; pero sí su gélido y ventoso invierno.

Prácticamente sin zarpar el vapor de regreso, el Héroe Nacional cubano estaba haciendo Revolución. Seis días después de su arribo lo designaron vocal del Comité Revolucionario Cubano (CRC), ente organizador del movimiento insurreccional, fundado y presidido por el General Calixto García; y el 24 de enero pronunció el discurso “La situación actual de Cuba y la actitud presente y probable de la política española”.

Al partir el veterano mambí en una expedición desde las costas de New Jersey hacia la isla para liderar la contienda en curso, la llamada Guerra Chiquita, asumió el 26 de marzo la presidencia interina del CRC, función conspirativa ejercida de modo ejemplar, que, a la postre, convirtió al Apóstol en blanco principal del espionaje y contraespionaje de las autoridades coloniales españolas y estadounidenses, en opinión de Rodríguez La O.

Pocos estudiosos han documentado, como lo hizo el francés Paul Estrade, la vigilancia que la agencia Pinkerton, a instancias de la corona española, sometió a Maestro, específicamente del 21 de abril al 21 de agosto de 1880 mediante siete agentes (J.P., C.D.B., E.S., F.J.P., D.B., C.K.E. y N.A.P.) de esa institución, predecesora de la Agencia Central de Inteligencia.

Para despejar el menor asomo de especulación en torno al seguimiento de la Pinkerton a Martí, el investigador francés enumera 77 reportes de gastos en dólares invertidos por los espías para fotografiar el día a día del conspirador, entre estos el pago por el alquiler de una habitación para vigilar desde esa posición la vivienda del patriota, y por el almuerzo en el restaurante Delmonico.

De manera inobjetable, el investigador privado E.S., de la Pinkerton’s National Detective Agency, llegó más lejos que sus colegas, al punto de alojarse en la misma pensión donde residía el Maestro, o sea, en la casa de huéspedes de los Mantilla.

En el artículo “La Pinkerton contra Martí”, publicado en el anuario de 1978 del Centro de Estudios Martianos, Paul Estrade describe la infiltración del susodicho E.S. en la residencia desde finales de abril durante tres meses y medio. “Ya metido en el redil —ilustra el destacado académico—, el lobo se disfraza de cordero. ¡Hay que ver los groseros ardides de que se vale para hacerse amigo y confidente del presidente interino del Comité Revolucionario!”.

El detective obsequió golosinas a los hijos de Manuel Mantilla y Carmen Miyares y al de Martí, quien por esa fecha también se encontraba en Nueva York, junto a su mamá, Carmen Zayas-Bazán. Sin embargo, los artificios del emplantillado en la agencia estadounidense no quedaron ahí: ansioso de obtener más información sobre el actuar conspirativo del independentista, implicó hasta una señorita nombrada Paral, camuflada en el pretexto de recibir clases de Español con el propio Martí y Carmen.

Animado en hurgar en la investigación detectivesca, más de una vez el escritor español José Luis Ibáñez Ridao retornó al Archivo Histórico Nacional, con sede en Madrid, donde los informes redactados por E.S. dan cuenta que cada tres o cuatro días compraba una botella de vino (23 en total) para la cena y la sobremesa con Martí y Mantilla en busca de información.

En el libro Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe, Ibáñez confirma la idea defendida por Estrade: la misión de E.S. consistía en convertirse en la sombra de Martí, como parte de la estrategia de espionaje de las autoridades españolas, cuyos gastos con ese fin ascendieron a 67 000 dólares durante 1880, incluido el pago, también, a la firma neoyorquina Davie’s Detective Agency.     

ANTES DEL ESTALLIDO NECESARIO

Todo un templo de sabiduría acerca de las diversas facetas del más universal de los cubanos, el doctor en Ciencias Históricas Pedro Pablo Rodríguez plantea que las acciones de vigilancia que tuvieron como blanco a Martí se mantuvieron, de una forma u otra, luego del fracaso de la Guerra Chiquita (1879-1880); pero estas fueron in crescendo al comenzar los movimientos del luchador hacia la Florida a finales de 1891 en la antesala de la creación del PRC.

La declaración pública de que la agrupación echaría pie en tierra en la organización de una nueva épica, alentó a la metrópoli ibérica a buscar evidencias irrefutables de que emigrantes de la isla preparaban acciones bélicas en su contra, violatorias de las leyes del país norteño y, que afectaban las relaciones diplomáticas entre España y Estados Unidos, añade Pedro Pablo Rodríguez.

El Apóstol de la independencia no tardó en comprender que el gobierno español buscaba pruebas del alistamiento de expediciones hacia la nación caribeña, de la compra de pertrechos de guerra, etc. No albergaba dudas: su correspondencia era abierta y leída por las oficinas de correos; por ello, alerta y aconseja discreción, a través de las propias misivas remitidas a patriotas de extrema confianza como Carlos Roloff, José Dolores Poyo y Serafín Sánchez.

En carta del 2 de agosto de 1892 orienta al espirituano: “Acá, hallé el peligro, que a toda costa hemos de evitar, de la intervención de este Gobierno en nuestras cosas (…). Vd. vigíleme allá. Lo peligroso, a puertas cerradas”.

Varias cartas a Serafín corroboran la atención brindada al asunto por Martí. “Y el consejo supremo: ocultar nuestro contento: acabar callados: que no haya la menor razón, ni en nuestro rostros, para que se crea que estamos tan adelantados”, le recomienda desde Nueva York en mensaje de mayo de 1894.

Una mirada reposada a las misivas del autor de Versos sencillos y le permite sostener al historiador Raúl Rodríguez que Martí muestra una evolución y especialización en el manejo de las técnicas del espionaje y contraespionaje en el enfrentamiento al adversario.

Para noviembre de 1894, los conspirados cubanos, liderados por Martí, disponían de claves, cifrados y seudónimos, así como de agentes especiales; desde hacía tiempo, el Maestro advertía a los suyos del actuar de espías como Ricardo Sartorius, Manuel Suárez, Lico Cardet  y otros, y la constancia se halla en la carta enviada a Serafín en diciembre de 1894. “Insisto en que de Mayolino no se haga confianza”, le sugiere.

Insertada a dicha línea de actuación, por orientaciones especiales de Martí y Máximo Gómez —asevera La O— surge la Agencia General Revolucionaria, de Comunicaciones y Auxilios el 5 de enero de 1895 en La Habana, considerada la institución más relevante de su tipo en la Guerra Necesaria.

No obstante, escasas jornadas después, el gobierno estadounidense abortó el llamado Plan de Fernandina, organizado por Martí, que incluía el envío de tres expediciones y numeroso armamento, a pesar de todo el sigilo puesto en su gestación. Lamentablemente, la traición no era un solo un fantasma.

El revés lo sacudió; sin dilación se comunicó con las figuras cimeras del movimiento emancipador. Ya el 29 de enero firmaba una nueva orden de alzamiento, junto a otros patriotas, y determina viajar a República Dominicana para encontrarse con Máximo Gómez. El 26 de febrero reciben la noticia del levantamiento armado. En medio de la noche, desembarcan por Playita de Cajobabo el 11 de abril.

Lastimosamente, sobrevino el 19 de mayo, y Dos Ríos perdió todo su anonimato en la geografía nacional. Y allí, dentro de la cartuchera de cuero que portaba Martí, un librito, donde aparecían los seudónimos de aquella épica: Maceo era Alfred; nuestro Serafín, Green… y él, Abel. Así lo había concebido el Héroe Nacional, quien al conocer el fracaso del Plan de Fernandina, manifestó su resolución de zarpar hacia Cuba “en una cáscara de nuez, o en un Leviatán”.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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