Se ha escrito una y otra vez, y por más que se cualifique, cualquier palabra quedaría pequeña ante la hazaña de los yudocas cubanos en Santiago de Chile, donde han convertido su deporte en el verdadero buque insignia de la delegación antillana.
Para reafirmarlo quedó la jornada de este martes. Como si ya no hubiesen sido suficientes los cinco oros y el bronce con los que halaron el medallero, el equipo mixto se encargaría de redondear el poder de los judoguis.
Al estilo de la mejor telenovela brasileña, cubanos y brasileños se midieron en un mano a mano de tensión, drama y hasta suspenso con un final feliz que sonrió a los nuestros, que compitieron, como en el fútbol, con un hombre (mujer) de menos y un coraje de más.
Más que pleitos encima de un tatami, parecía la batalla campal por el honor panamericano, por el sitial por países. Como guerreros al ruedo en cada combate iban más que la técnica, la concentración, el empuje o la determinación.
Iba la vida de cada uno de los 11 yudocas, aupados desde el graderío por la torcida y el ruido bullanguero. Para colmo de drama, terminó en abrazo a tres el encuentro por el título. Entonces hizo falta el sorteo electrónico que, por caprichos del guion, puso a pelear a los hombres que habían cerrado segundos antes las hostilidades.
Solo la fuerza, la determinación y el empuje de un hombre como Andy Granda pudieron con las libras de más de Rafael Silva, quien cayó rendido como el gladiador que no puede más que ceder ante su rival en digno pleito, ganado por ese extra que solo los grandes saben encontrar cuando el colchón exige y el país, también.
Y Cuba alabó hasta el cansancio a Granda y a todos. Aplausos para Idelannis Gómez, la muchacha que a fuerza de ippones hizo que Chile se pusiera a sus pies; a Iván Silva, que ganó aún con la venda que aguantaba su lesión; a Granda, que cual gigante selló un triunfo memorable, y hasta a Magdiel Estrada e Idalys Ortiz que, aunque perdieron, completaron los pleitos necesarios para conformar un equipo. También para Maylín del Toro, oro individual, y para Orlando Polanco, por su bronce.
Por eso el judo esta vez ha sido el buque insignia, porque supo imponerse por encima de pronósticos, porque supo voltear a su favor pleitos que perdía en la pizarra y a veces hasta el capricho de los jueces.
Al menos en esta ocasión, con plenos derechos y poderosos resultados, le arrancaron al boxeo ese epíteto ganado por años. Y no es que pongamos a “rivalizar” a una disciplina con otra, es que ahora se lo adjudicaron con categoría no solo por ser el deporte que más preseas y títulos le ha aportado al medallero cubano, sino por la forma categórica en que lo lograron al desbancar al gigante sudamericano, el rival que ha crecido en el continente y que, incluso, ya antes había terminado con el reinado del boxeo cubano en el área al llevarse el título por países en ese deporte.
No es secreto que mediaron años en que el judo cubano fue perdiendo la supremacía internacional que tuvo por décadas cuando las chicas de Veitía arrasaban en los eventos regionales, continentales, y le arrancaban varias medallas a los podios mundiales y olímpicos en la era de Driulis González, Amarilis Savón, Sibelis Veranes y Legna Verdecia. O cuando las secundaban los hombres como Justo Noda y Yordanis Arencibia, quien hoy conduce los destinos de las muchachas con su traje de entrenador.
Luego sobrevendría un impasse en ese reinado y las medallas cambiaban de nombre en una armada en la que, sin embargo, relucieron mujeres del tamaño de Idalys Ortiz, que se ha mantenido de generación en generación.
Pero esta vez en estos Juegos Panamericanos el judo es el buque insignia que hala a Cuba en esta difícil travesía en Santiago de Chile.
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