Desde niño le gustaba mirar las entrañas de los carros. La grasa, el olor a gasolina, el ronroneo de los motores… marcaron la infancia de Julio Alberto Valmaceda Martínez, un mecánico de 65 años y experto en el arte de reinventar la vida.
Al taller de la base de Transportes Escolares del municipio de Trinidad llegó como aprendiz. Tenía 18 años y lo atrapó la pasión por la mecánica. Desde entonces ha sido su espacio vital, el laboratorio donde sana y revive ómnibus, algunos ya desahuciados.
“He estado aquí desde hace 47 años”; y con la frase, este hombre de pocas palabras, sella su apego al trabajo, a la necesidad de servir a los demás, de no pensar en días ni horarios cuando un motor “enferma” y se requiere su experiencia. Y es que Julio —o Pititi como le conocen todos— ve la salvación donde otros creen que no la hay.
“Dediqué mi vida al taller. Comencé de ayudante hasta convertirme en mecánico. Transitamos por varias sedes, pero siempre como parte de este colectivo. Somos una familia, desde el trabajador más simple hasta el director de la base”, cuenta con sano orgullo.
“Por mí han pasado varios de los modelos de los ómnibus Girón; el parque fue envejeciendo y en la base nos quedamos con el cinco y el seis”, prosigue mientras se mira las manos que conocen bien la anatomía de cada pieza.
Julio Alberto ha recuperado motores de todo tipo. “En el Período Especial comenzaron a escasear los componentes y tuvimos que recurrir a muchas inventivas para mantener activos los carros. Yo digo que este espíritu innovador se lo debo a Fidel, él nos enseñó a no rendirnos y a vencer todas las dificultades.
“He realizado muchísimas innovaciones; al principio las hacía y no las registraba hasta que alguien sugirió preparar los expedientes para presentarlas en el Fórum de Ciencia y Técnica a nivel municipal, provincial y nacional, con varios reconocimientos y premios.
Entre los aportes más relevantes, Julio Alberto menciona la adaptación de los componentes de un sediento motor de V-8 al de GAZ. “En la base había ómnibus parados y con esta solución se logró reactivarlos. El carro mejora, coge más fuerza y tiene menos gasto de combustible”, comenta.
Sus inventivas aseguran la vitalidad del parque de la Unidad Empresarial de Base de Transportes Escolares, limitado también por la carencia de baterías y neumáticos; pero gracias a la destreza de este mecánico se han recuperado medios en otras entidades del sureño territorio. Julio domina los conjuros para que un motor acabado vuelva a andar.
“A veces por el ruido puedo saber lo que tiene el carro”, dice sin sombra de alarde al tiempo que ilustra su fibra de mecánico. “En algún momento se me ocurrió ser chofer. Había un carro al que se le iba a dar baja y pedí permiso para repararlo fuera del horario de trabajo hasta que lo puse en óptimas condiciones. Creo que no estuve ni un mes ¡Qué va, este no es el mundo mío! Y lo entregué como lo armé; he seguido con mis hierros hasta hoy. Desde niño fue lo que vi haciendo a mi papá y a mi hermano mayor.
“Aquí no tengo hora para trabajar, entro y hasta que no mate el carro no me voy. Si no puedo ese día, al otro amanezco en el taller. Los choferes también me dan una mano, ellos conocen mejor que nadie su carro. Siempre los escucho; no creo que lo sepa todo.
“Lo que hacemos tiene que ser con mucha precisión y responsabilidad porque son ómnibus que trasladan niños, jóvenes, profesores, aunque todas las vidas son importantes. Se hacen varias pruebas durante varios meses antes de que el carro salga del taller. La transmisión, los frenos… Nunca ha habido un accidente por estas causas.”
Julio Alberto se ve fuerte, pero ya cumplió 65 años. “Hace poco presenté la jubilación, quiero dedicarle un poco más de tiempo a la familia, de la cual me siento muy orgulloso”, afirma, aunque nunca va a desprenderse de la necesidad de regresar al taller que le mostró las artes de reinventar la vida.
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