Asumir la cultura como sostén de todo acto de la vida y como expresión de sensibilización, creación, talento, ingenio materializado en cualquier soporte: escritura, danza, teatro, música, producción audiovisual… significa que se reconoce como máxima para el desarrollo individual y colectivo.
Tal idea —no siempre comprendida— transversaliza, para suerte de este país, varios de los procesos socioeconómicos que emergen en determinados puntos de la geografía. Es precisamente la cultura la responsable de la consolidación permanente de la sociedad.
De ahí que resulte un acto de fascinación cuando frente a nuestros ojos nace una pintura, se escuchan afinados acordes o en el campo se deja a un lado la utilización de productos químicos por naturales.
Por ello, la producción cultural tiene todas las condiciones para convertirse en una fuerza productiva directa del país; un criterio planteado en Sancti Spíritus por la doctora en Ciencias Económicas Tania García Lorenzo y demostrado, gracias a las buenas prácticas tanto del sector estatal como particular, durante los días del evento Vida Cultural y Desarrollo Local.
“Se trata de asumir nuestros proyectos de vida basados en esa cultura y tradición sobre las cuales emergemos, pero al propio tiempo los productos que se generan pueden alimentar la industria nacional desde la industria cultural. En el municipio, la localidad, el barrio, la comunidad es donde nace la cultura. Y sus actores se nutren de los procesos colectivos que tienen lugar con contradicciones porque coexistimos en una sociedad constituida por muchas generaciones con perspectivas diferentes”.
Corresponde entonces proteger y visibilizar a ultranza las mejores expresiones de esa cultura y dejar a un lado la banalización y todo cuanto la denigre. Mas, para ello urge fortalecer el aspecto económico de la cultura. Al ser hoy insuficiente no aporta todo su potencial a las arcas de la nación.
“Por ejemplo, demanda mayores inversiones la industria discográfica, hacer accesible económicamente los insumos vitales para crear y de medios para socializar y comercializar toda esa producción. Me refiero a un proceso que inicia con la creación, producción, distribución, promoción y consumo. Un proceso de unicidad que cuando no se fractura regresa a nuestros creadores”.
Por ello, alerta esta investigadora que es importante que, junto con la política cultural, se visibilice la política económica de la cultura, que no se administra, sino se promueve.
Y es que la oferta cultural cubana se distingue por ser de rigor y esencialmente humanista. Cuando tiene lugar esa producción de bienes y servicios culturales se protege el patrimonio cultural de la nación.
“Hay que desatar todo lo que entorpezca las fuerzas productivas, al amparo de la política cultural. Hay que pensar en una política cultural que esté acompañada por una política económica que la respalde. Y no podemos perder el rumbo en eso”, apuntó.
Un elemento imprescindible para que esa unicidad sea efectiva resulta la aplicación de instrumentos y herramientas provenientes de la ciencia.
“El sistema institucional de la cultura tiene un sistema de enseñanza artística que merece todo el respeto. Sí es cierto que a veces no son tan conocidos sus resultados académicos, pero existen; y cuenta con un cuerpo de investigadores de alta categoría. Necesitamos entronizar más los análisis de diagnóstico mediante métodos científicos como parte de la cotidianidad del diseño de la política pública. La academia alumbra espacios de reflexión, de análisis y que no salen a la luz. Somos un país de una riqueza extraordinaria”.
El actual contexto exige de nuevas actuaciones y pensamientos. La cultura como sostén necesita de todas las manos y fuerzas para que, además de fortalecer el espíritu de la nación, robustezca la tan necesaria producción nacional.
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