Para muchos los medicamentos son tan solo cápsulas con formas de figuras geométricas que, rellenas de sustancias químicas, nos salvan de las enfermedades y, aunque otros ven en ellos la historia misma de la humanidad, para el doctor Julián Pérez Peña los fármacos son la esencia de una vida dedicada a informar al pueblo sobre los peligros de la automedicación.
Es un hombre sencillo y carismático que disfruta del cine y la literatura en sus ratos de ocio. Cuando en mayo de 2005 se sentó ante las cámaras para grabar el primer capítulo de La dosis exacta estuvo a punto de tirar la toalla, mas no pudo traicionar la confianza depositada en él por el colectivo del programa y el Ministerio de Salud Pública (Minsap).
El profesor Pérez Peña es también máster en Administración de Salud y especialista de primer grado en Administración de Salud y fue director de medicamentos del Minsap, pero se niega a que le recuerde sus títulos académicos: “Para servir al pueblo no hace falta mencionar los diplomas”, dice.
Julián cree que los medicamentos son un bien social, muy empleado por las personas, porque en Cuba existe una elevada cultura acerca de las enfermedades: “De hecho, las personas se recomiendan ellas mismas los medicamentos y así se ha vuelto normal que alguien te indique que ingieras tal o más cual medicamento para determinada dolencia.
“Pero, aunque esa persona tenga los mismos síntomas, la enfermedad pueda ser diferente y al automedicarse puede que el padecimiento incluso se agrave”.
¿Cómo surgió la idea de La dosis exacta?
Fue muy interesante y se remonta a inicios del 2000, cuando la industria farmacéutica que estaba en el Minsap pasó al Ministerio de la Industria Básica y en una reunión que se daba los sábados a las seis de la tarde, el entonces ministro de Salud, el comandante José Ramón Balaguer Cabrera, propuso crear un programa para la televisión en el cual se alertara a las personas sobre los peligros del uso indiscriminado de los medicamentos.
Luego me seleccionaron a mí para que intercambiara con los medios de comunicación y así, en otra reunión, me paré e hice una intervención apasionada sobre el tema. En ese encuentro se hicieron tres propuestas y entre ellas estaba la de un programa de poca duración que incluyera un dramatizado.
El nombre se le ocurrió a su directora inicial, María del Carmen Balea, quien también dirigía en ese momento el muy popular programa La otra geografía. Entonces escribí el primer tema y se decidió que fuera yo el conductor.
¿Qué tan compleja fue la primera grabación?
Imagínate que esa primera grabación la hicimos en el vestíbulo del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana y cuando me puse la bata y me senté a grabar pasó de todo (ríe): cambiaba la vista en cámara porque alguien se movía detrás, o cuando decía mi parte sin equivocarme alguien, sin querer, gritaba y salía la voz en la grabación y había que cortar y hacerlo de nuevo.
Recuerdo que un día no pude más y me quité la balita (el micrófono) y dije: no lo hago más, pero la directora me decía que no podía dejarlo porque lo estaba haciendo bien, aunque ya habíamos repetido 14 veces la misma toma y aquello no salía.
¿Fue este el más grande reto de su carrera?
La verdad que sí fue un gran reto y no solo en lo intelectual por el hecho de escribir el programa; sino porque también sugería como debía ser el dramatizado y el mensaje que debía transmitir.
También me tuve que adaptar a tener cámaras delante y hablar más pausado porque yo lo hago rápido. A veces empleaba un término médico y la asesora gritaba: “¡Corten!”, y me explicaba cómo hacerlo para que todos me entendieran.
Al final me acostumbré a todo aquello y el programa estuvo 18 años en la televisión y en la preferencia del pueblo.
Por aquel entonces yo era el director del Centro para el Desarrollo de la Farmacoepidemiología y comenzamos a grabar el programa en mi oficina hasta que luego fuimos hasta las casas de las personas porque, en honor a la verdad, así quedaba mejor.
¿Considera que el programa ayudó a salvar vidas?
En lo personal creo que es un espacio televisivo muy útil y creo también que, a partir de ese programa, la sociedad cubana tiene hoy una mayor conciencia del riesgo de los medicamentos.
Ya incluso cuando van a tomar algún medicamento lo piensan mejor y hasta consultan a un especialista, lo cual no siempre sucedía años atrás.
¿Hoy asume un nuevo proyecto para la televisión?
Hace dos o tres meses el equipo de Ruta 10, que es un programa que lleva tan solo un año al aire, me contactó y me propuso esta sección para también hablar sobre los medicamentos.
Al principio no quería ir porque no sabía bien cómo era y, además, es a las diez de la mañana, que a esa hora casi todos estamos trabajando, pero es un programa dedicado a la tercera edad. Entonces me entrevisté con la directora y ella me convenció.
A diferencia de La dosis exacta, este es en vivo y tengo mucho más tiempo al aire para desarrollar mejor la idea de lo quiero transmitir, porque, al no haber dramatizado, me enfoco mejor en la relación riesgo-beneficio del medicamento.
¿Es hoy la automedicación un problema en Cuba?
Mira, más que para el país, este es un problema mundial y en Cuba tenemos el antecedente del elevado nivel cultural que poseen las personas; así que muchos tienen un botiquín en sus casas.
El 95 por ciento de las personas de la tercera edad, que ya es el 21 por ciento de la población cubana, toman medicamentos y ese es un factor nada despreciable a tener en cuenta.
El principal peligro está en no conocer la dosis exacta de los medicamentos y en automedicarse. Paracelso, considerado a veces como el padre de la toxicología, escribió una vez que la diferencia entre un veneno y un medicamento es la dosis.
Lo que sucede es que las personas o bien incrementan las dosis, o no toman la dosis necesaria. Todos los medicamentos tienen riesgos y esa perspectiva no puede olvidarse.
Además del estudio de los medicamentos, ¿qué le apasiona?
Me gusta mucho el séptimo arte y el mundo de los audiovisuales, incluso en mi época como estudiante universitario escribía para una revista de cine y era de los redactores de esa publicación.
Cada día veo o una película o una serie, especialmente las policíacas o thrillers que me encantan y también leo mucho, sobre todo porque me interesa mantenerme actualizado. Pero no solo leo literatura científica, sino también los grandes clásicos de la literatura universal y siempre ando a cuestas con un libro. Al cine y a la literatura les dedico el 80 por ciento de mi tiempo libre.
Pocas personas conocen que usted formó parte del colectivo de autores del Formulario Nacional de Medicamentos. ¿Qué significó tamaña experiencia?
Cuando empezamos yo también era el director del Centro para el Desarrollo de la Farmacoepidemiología y en Cuba se había hecho ya un formulario (en la década de los 60 del pasado siglo), que no es más que un listado de los medicamentos que circulan en el país, al cual se le anexan una serie de informaciones complementarias.
Pero ya para la década de los 80 era imperativo actualizarla, entonces le propuse a Marcos Portal, por aquel entonces ministro de la Industria Básica, financiar el nuevo Formulario Nacional de Medicamentos y con su ayuda salió y ya va por su tercera o cuarta versión.
¿Cuál es el mayor susto que ha pasado detrás de las cámaras?
Primero enfocar el tema que, a veces, no sabía cómo hacerlo y el segundo reto fue el maquillaje porque no tenía cultura alguna de su importancia para la televisión y tuve que someterme a largas sesiones.
Sin lugar a dudas usted es una persona mediática. ¿Lo detienen en la calle para saludarlo?
Claro y me preguntan si soy yo el de La dosis exacta, y cuando ya no quedan dudas, entonces piden mi opinión sobre tal o más cual medicamento.
¿Fallecen personas en Cuba por automedicarse?
Los medicamentos constituyen una causa de muerte; de hecho, la automedicación es la cuarta causa de muerte en los Estados Unidos y la quinta causa de muerte en Gran Bretaña. En Cuba aún no se ha realizado un estudio profundo sobre este tema; pero está muy claro que automedicarse constituye un gran riesgo para la vida.
Quizás sea por el elevado consumo de este fármaco en el país, pero que la Dipirona sea el más noble de los medicamentos ¿es un mito o una realidad?
Es un mito. No existen medicamentos nobles en el mundo porque todos tienen riesgos. Hay medicamentos que interaccionan con el alcohol y, por lo general, los analgésicos como la Dipirona lo hacen y pueden además producir irritación gástrica.
Aunque la Dipirona o la famosa Duralgina no incluye esa información de advertencia, se recomienda no tomarla con bebidas alcohólicas, o no consumir alcohol cuando se toma este medicamento de forma continuada.
Mira si es así que los países escandinavos prohíben la fabricación de la Duralgina. De hecho, en los Estados Unidos tampoco se fabrica este medicamento y sí se utiliza el Paracetamol bajo la marca comercial, muchas veces, de Tylenol.
¿Qué le preocupa tras una vida larga y plena como la suya?
Me preocupa la baja disponibilidad de medicamentos hoy, porque estos no se pueden sustituir y es necesario tomarlos de forma continua para los padecimientos que fueron prescritos.
Me preocupa, además, que las nuevas generaciones tienen poca noción de que, entre los grandes riesgos de este mundo, están los medicamentos, tanto como el cambio climático o la drogadicción.
Las grandes trasnacionales tienen el monopolio de la promoción de los medicamentos y en ocasiones nos intentan vender productos falsos, o sea, que no resuelven el problema anunciado y las personas son muy sensibles a este tipo de información y tratan de usarlos, sencillamente por la promoción que les dieron. En el futuro hay que estar muy alertas ante la promoción de los medicamentos.
¿Qué les recomendaría a los lectores de Escambray?
Que no se automediquen y que se informen constantemente; además de que el médico está en la obligación y en el deber de hacerlo. Les recomiendo a las personas que aprendan sobre la relación riesgo-beneficio de cada medicamento.
¿Y usted nunca se automedica?
(Ríe) Bueno, yo soy médico, pero cuando tengo algo lo consulto con otro especialista.
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