El Santiago Espirituano es la fiesta popular más importante de estas tierras y no son pocos los que se lamentan de que este sea otro año sin celebrarla, mientras no pocos lo ven como un acto de insensatez y una agresión a las esencias culturales locales.
Los días de inflación galopante que vivimos, las limitaciones de todo tipo agravadas en los últimos tiempos por los efectos de la política sancionatoria contra el país, la lenta recuperación económica, el “reacomodo” financiero en la sociedad cubana parecen ser las causas más objetivas de esta nueva suspensión.
Pero sería poco serio no reconocer que en los últimos años antes de la pandemia ya el Santiago estaba urgiendo de balones de oxígeno para respirar. Año por año se fueron limitando y hasta desapareciendo sus elementos populares más auténticos.
Se fueron a bolina desde sus escenarios naturales hasta aquellos elementos que nacían en los barrios, obviando que los valores endémicos de la fiesta son su razón de ser. La concentración y simplificación de sus áreas y la falta de compromiso fueron lacerando con lentitud y desidia.
De otro lado, se hizo costumbre gastar sin medir la capacidad de pago de los talentos artísticos, los hacedores de la fiesta desde las comunidades, generando una cadena de impago que todavía hoy se arrastra injustamente.
Carrozas, comparsas, representaciones de personajes tradicionales, costumbres sedimentadas a lo largo del tiempo se habían perdido en los últimos tres lustros o más. Siendo justos no se ha respetado la alerta de muchos investigadores, estudiosos y conocedores de la fiesta, pasando por encima en función de ese vano criterio de que con cerveza y ron todo sale bien.
Este tiempo sin el Santiago Espirituano debe ser aprovechado para renovar el jolgorio y aunque las autoridades culturales de la provincia manifiestan una alta preocupación e interés por revivirlo, no basta si en estos festejos están ausentes como actuantes naturales los barrios, los consejos populares y toda la estructura que forma parte de los cimientos de la gobernabilidad local.
Es cierto: en cuestiones de tradiciones culturales aquello que se pierde, que desaparece, no puede rescatarse. Pero sí se puede incentivar la transmisión de los elementos identitarios del Santiago, reactualizar la fiesta y sus componentes, incorporar nuevas visiones artísticas en función de su recuperación.
Se necesitan nuevas comparsas y ocuparse de las que han logrado perdurar contra viento y marea, reactivar aquellos espacios dentro de la ciudad que nunca debieron minimizarse, involucrar a los nuevos actores económicos, comprometerlos. ¿Acaso en cada cuadra por lo menos no hay un emprendimiento nuevo? ¿Nuestras empresas no pueden asumir la producción y patrocinio de carrozas y comparsas, áreas comerciales y de bailables? ¿Qué lo impide?
En los últimos días varias instituciones culturales han hecho propuestas en un acto de resistencia para no perder el sueño de tener una fiesta popular como va.
La Casa de las Promociones Musicales, el Teatro Principal, la Casa de la Guayabera crearon un corredor cultural que se ha convertido en alianza, mientras que la Casa de la Trova propone lo suyo y la Oficina del Conservador de la Ciudad se involucra desde su perspectiva. Sin embargo, son islas cada una de esas propuestas, todos van por su lado cuando lo que se necesita es hablar un mismo idioma y hacer en unidad a pesar de las dificultades.
Soñar el Santiago no es una utopía, es ahora mismo la ocupación de muchos, pero no ganamos si dejamos para 2024 la formación de capacidades, la búsqueda de alternativas para que no termine de desmoronarse lo que los espirituanos han construido con amor y sentido de pertenencia.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.