La Federación que debería volver a ser (+fotos)

Evocaciones de una federada que presenció el inicio de esta organización de vanguardia, por medio de la cual se han conseguido grandes conquistas

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La mujer cubana ha sido protagonista en labores esenciales desde el comienzo mismo de la Revolución.

Las veíamos hacer, ir y venir, tramar planes de ayuda social o económica. Las mirábamos entre juego y juego, mientras visitaban algún que otro hogar con la misma naturalidad con que se brindaban el café unas a otras o nos reprendían por cruzar la calle siendo aún pequeños.

Nacidos casi todos en el mismo año del triunfo revolucionario, los niños del barrio en aquel pueblo intramontano fuimos testigos de algo inédito, pero no lo sabíamos por no tener antecedentes. Mi madre, generalmente acompañada por algunas vecinas, estuvo entre las protagonistas de un movimiento que le aportaría al naciente proceso emancipador de Cuba una fortaleza sin igual, mucho más fresca, tierna y provechosa al interior de las familias que la que le conferían los hombres.

Eran los tiempos en que esos mismos hombres les prohibían a ellas usar pantalones, trabajar o cortarse el pelo, y vi el de mi madre caer entre las tijeras de una peluquera, y la vi usar pantalones, y comenzar a trabajar en la lechería de la esquina, primero, y más tarde en otros sitios, como aquel hogar materno fundacional de Guisa, en el que fue la primera administradora.

Las cubanas han participado siempre en labores determinantes para el país.

Todo eso se lo debía a la entonces incipiente Federación de Mujeres Cubanas (FMC), creada el 23 de agosto de 1960, cuando yo aún no había cumplido mi primer año.

Ya para los tiempos en que cursábamos la Enseñanza Primaria no se notaban las diferencias sociales heredadas de años anteriores. Lo mismo mis hermanos y yo, de extracción muy humilde, que mis amiguitas Josefina, Bertica, Luli, Amelita, Chely y Mavi, de familias con más recursos, jugábamos en los mismos portales, reíamos y preparábamos dulces caseros con la masa que nos facilitaban nuestras madres u organizábamos concursos de belleza con pasarelas y vestuarios improvisados.

Ellas, las adultas, andaban en otra cosa. Realizaban charlas muy a tono con el momento y se aconsejaban unas a otras, sobre el modo de tratar a los hijos sin causarles daños, por ejemplo.

Junto a otras mujeres, entre las cuales recuerdo sobre todo a Borja —se había mudado para el barrio con sus tres hijos pocos años después, cuando quedaron vacías varias casas de aquellos mismos amiguitos que viajaban con sus familias “al Norte”—, mi madre repartió ropa de la que llegaba como donación para los que menos tenían. Recuerdo muy bien el esmero de ambas en escoger lo que le servía a cada quien.

El aporte de la mujer en la agricultura ha sido siempre imprescindible.

Estaban también algunos cursos que las capacitaban para diversas misiones, como recoger materia prima, administrar los caramelos-vacunas contra la poliomielitis, coser o bordar y desplegar medidas de higiene en el hogar.

Las trillas gigantes de café figuran entre los mejores recuerdos. Ahí estaban también los hombres, pero no en mayor medida que las mujeres, sentadas, junto a algunos de sus niños que también ayudábamos, ante largas mesas de madera que pegaban unas a otras, y sobre las cuales beneficiábamos con la limpieza enormes cantidades de café.

Pródigo en plantaciones del grano, Guisa, en las faldas de la Sierra Maestra, sobresalía por la abundancia de esa planta aromática y también por la calidad de su pan, un producto divino que jamás he vuelto a comer en ningún otro sitio del país.

A golpe de aporte femenino se aprendió en el pueblo, en una u otra medida, a criar a los hijos de manera adecuada, ayudar en la labor de la escuela, vincularse a la vida útil, aportar, en fin, a la par de los maridos, algunos en extremo renuentes a que sus esposas hicieran algo más que cocinar o lavar en casa.

Los recuerdos vienen y van. Nosotras, las hijas, aprendimos de aquellas experiencias y replicamos muchas de las cosas que veíamos hacer de niñas. Hicimos incluso otras, más modernas y adelantadas, y ayudamos a consolidar, por ejemplo, las nuevas campañas de vacunación en la infancia, la labor social dentro y fuera del hogar, los esfuerzos por borrar cualquier vestigio de discriminación.

Nuestras hijas ya no vieron lo mismo, aunque todavía la década del 90 tuvo su grandeza en el quehacer de la Federación. Pero llegaron los 2000 y la realidad fue cambiando, como corresponde a cada tiempo posterior.

Fidel valoraba en su justa medida el aporte de las mujeres a lo largo de todo el proceso revolucionario.

La FMC sigue existiendo, pero al repasar la historia que conozco de la organización me invade la nostalgia. Pienso en las ideas de vanguardia de Vilma Espín, tan querida por las mujeres de mi infancia y por las que vendrían después. En las conquistas que se han alcanzado en tantas esferas de la vida donde antes ni se pensó en rostros de mujer. En la investigación científica, por ejemplo, y en las vacunas contra la covid. En los cargos de dirección. En los prejuicios extinguidos. En la autoestima ganada.

No encuentro justo que cada logro femenino en Cuba se atribuya a la FMC, porque no creo que corresponda a la realidad. Las mujeres, eso sí, seguimos haciendo, lo mismo en los barrios por propia iniciativa o unidas en delegaciones de base, que en los restantes ámbitos sociales. Hacemos, inventamos, resistimos y nos sobreponemos a las carencias y dificultades en cada nueva etapa, porque la derrota no se hizo para la mujer cubana, porque el porvenir depende también, en buena medida, de nosotras.

No sé si algún día volverán esos pasajes de gloria que he recordado en esta fecha. Fidel, quien valoraba en su justa medida el aporte de las mujeres a lo largo de todo el proceso revolucionario, tuvo frases que ilustran con exactitud cada uno de sus colosales logros, los del período especial de los años 90 entre los más memorables. Entonces se salvó la existencia misma, la vida, la familia.

Ya sé que no en todos los lugares del archipiélago la FMC funciona por igual. Que en algunos continúa con brillo similar, o parecido. Que en muchos otros el brillo corresponde a la ausencia real de actividad. Que muchísimas mujeres cubanas somos, en buena medida, gracias a esa organización.

No se puede borrar la historia; pero, ¡qué bueno sería si pudiéramos reescribirla! Conseguir, a base de esfuerzo, que nuestros nietos evoquen en su adultez o en su vejez hechos hermosos, transformadores y provechosos de estos tiempos, bajo el protagonismo de sus mujeres con su sabiduría, dulzura y bondad. La necesidad existe; la fuerza, también. Hágase lo que falta; está probado que es posible.

Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

Comentario

  1. Maria Elena Toyos

    Muy lindas tus palabras y muy reales

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