La maestra y guía del hogar de nuestra infancia

Para innumerables familias cubanas la Doctora María Dolores Ortiz constituye referente de superación y aprendizaje que jamás pasó de moda

La maestra de Cuba deja una clase de humildad, perseverancia y amor a la cultura.

En mi casa se leía mucho. Los libros estaban por doquier: en la biblioteca dentro del cuarto de mis padres, desvencijado y con paredes de adobe, pero con los estantes necesarios para acoger cuanto texto compraran, y se pasaban la vida comprando textos impresos; en la mesita de noche; en la cama.

La cama era el lugar favorito de mi madre para confraternizar con sus fuentes de saber. Leer un libro y tener a su alrededor otros tres o cuatro le proporcionaba un placer que no entendíamos. «¿Los lees todos a la vez, mami?» La encaró cierta vez mi hermana, deseosa de ordenarle el entorno. «Si, todos a la vez», respondió ella, soberbia.

Amaba el programa Escriba y lea. Lo veía cada lunes. Era una manera de validar sus conocimientos y, de paso, aprender. Dios librara a quien tuviera el atrevimiento de cambiarle el canal a la hora del programa. Según mis recuerdos se transmitía exactamente a las 8: 30 PM. Y nos acostumbramos también a verlo, a los acertijos inteligentes, a las preguntas aquellas que marcaron época: «¿Posterior a nuestra era? ¿Posterior a la Edad Antigua? ¿Posterior a la Revolución Francesa? ¿América insular? ¿Un país con costas?».

Alguna vez, en mi adolescencia, tuve un bolígrafo muy similar al de la doctora María Dolores Ortiz. ¡Cómo lamentaba no haberlo conservado! Sentía orgullo de saberme también amante de los libros, como mi madre -aunque jamás superaré sus lecturas-, y de que fuera una mujer quien, la mayoría de las veces (al menos eso nos parecía a nosotras) ganara las rondas de preguntas para adivinar el objeto, el personaje, la película, el libro…

Era tal su elegancia, su buen decir, su serenidad, su sapiencia, su hondura en las reflexiones que siempre agregaba luego de acertar en sus preguntas que aprendimos a verla como a una guía. Y esa guía se mantuvo hasta no hace tanto en el mismo programa que cada lunes, desde 1969, nos llegaba a través de la pequeña pantalla, cuando pudimos tenerla en casa allá, en nuestro pueblito en las proximidades de la Sierra Maestra.

Me sucedió algo extraño con Escriba y lea. Ocurrió que perdí a mi madre en una noche de lunes de 1989, y que, al salir de la casa de mi hermana, que vivía cerca de ella, a solo dos horas de fallecer, lo último que hizo fue ufanarse de haber acertado también el nombre de aquella película soviética que constituía el plato fuerte del programa, en aquel momento al aire.

Enterada del hecho y tras el impacto de una partida repentina que marcó para siempre mi vida, evité por muchos años sentarme a ver de nuevo el programa, quizás el más didáctico, además de antiguo, de la televisión cubana. Luego le cambiaron el día de transmisión y también el canal. No volví, muy a pesar mío, a ser su asidua televidente de antes. Algo cambió como consecuencia de la pérdida de mi madre, la más ferviente admiradora del espacio y de la doctora Ortiz que yo haya conocido.

Descubro ahora que la panelista incomparable, exclusiva, era apenas tres años más joven que la mujer que me trajo al mundo, y vivió muchísimos años más, rodeada del cariño y de la admiración de quienes le conocieron dentro y fuera de Cuba.

Me alegra haber podido seguir, aunque ya no de tan cerca, sus éxitos en esas demostraciones de erudición siempre despojadas de todo alarde, repletas de amor por el saber y por el ser humano.

La maestra de Cuba, la que más sistemáticamente nos enseñaba cara a cara, de tú a tú con nuestras familias a través de las pantallas de los televisores, deja una clase de humildad, perseverancia y amor a la cultura.

Se me ocurre que hay también mucho de hidalguía en esa mujer que ahora se va, como hizo mi madre hace ya casi tres décadas y media, luego de regocijarse por haber acertado en aquel filme del programa en que ella fue, y nunca dejó de serlo, la única panelista femenina.

Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

3 comentarios

  1. Delia Rosa Proenza Barzaga

    Muchas gracias a usted por esas apreciaciones tan justas y exactas. Efectivamente, el Dr. Du Bouchet también calaba muy hondo en los afectos de quienes más seguían y disfrutaban el programa (me incluyo) en aquellos tiempos, durante tantos años. No había arrogancia alguna, eso se percibía claramente.
    De nuevo, gracias por comentar.

    • Elia Sánchez León

      Muy bellas tus palabras sobre la Doctora Ortiz, tu crónica muy linda y ligada a tu madre tu Infancia y tu tierra, mi tierra xq somos coterraneas. Para mi ella era la más inteligente del Panel. Muy sencilla aparte de su elegancia e inteligencia, siempre humilde y sencilla. Yo la admiro mucho y sentí el horario y cambio de canal del programa. Para mi ella y el Doctor Bultec son iconos de la cultura cubana.

  2. Ícaro Cachirulo

    Hermosa crónica y dulces recuerdos personales. Gracias por compartirlos. «Escriba y lea» es un programa que atestigua con su historia la esencia educativa de la televisión cubana, en mundo donde la telebasura de la tv comercial y las tonterías de Netflix a veces nos agobian. Yo, al igual que tu madre, también desde adolescente me sentí inspirado por la sapiencia de esos panelistas. Y la doctora Ortiz, junto al también difunto Dr. Du Bouchet, trascenderán como los más inolvidables. Resulta digno de admiración que esos señores con tantos títulos y responsabilidades académicas, durante tantas décadas, dedicaran un pedacito de su agenda a compartir sabiduría con su pueblo, mediante la pequeña pantalla y de manera lúdica, incluso cuando el programa no siempre gozó de la comprensión del público más masivo, aunque sí de adeptos/adictos televidentes sedientos de cultura, como tu mamá, en los confines de la Sierra. Además de erudición, la doctora, al menos frente a las cámaras, parecía inmune a la arrogancia que se le puede suponer a una intelectual con tanta trayectoria. Ah, su sonrisa! ¿A quién no le daban ganas de haber tenido en la universidad una profesora así?

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