Pudo haber tenido otro destino: ser destruida, desechada, incluso vaciada, pero cayó en buenas manos. Mi tarjeta bancaria, la misma en la que se sitúa cada mes el monto de dinero correspondiente a mi condición de pensionada, regresó a mí intacta, luego de que el sábado pasado fuera encontrada en uno de los cajeros de la ciudad, donde quedó abandonada por un descuido de su dueña tras la extracción de una parte del saldo que guardaba en ella.
Quien la vio en la ranura del cajero que se disponía a usar probablemente miró a su alrededor y, al no encontrar al propietario, la colocó junto al teclado destinado a la numeración para las claves, de modo que quedara visible. Una joven pareja que utilizó el equipo después (Ruth Rihanna y Osmani, de 17 y 20 años, respectivamente), ante el hallazgo, entendió a bien llevarse la tarjeta a casa para decidir, junto a la madre de la muchacha, qué hacer con ella. Optaron, escuchado el parecer de Raiza, la madre, y de su hijo Alexae —también de 20 años— por apelar a las redes sociales, que afortunadamente rindieron sus frutos horas después de que Raiza lo publicara y otras personas corrieran la voz.
Todos obraron con entera honestidad, nadie intentó apropiarse de un dinero ajeno, sino que el pensamiento primero fue el que dicta la virtud: procurar que la tarjeta estuviera nuevamente en poder de la persona cuyo nombre aparecía en ella. Y eso que, por azar, también fue hallado en el lugar un papel con una clave escrita que, aunque no lo era, aparentaba el pin de la cuenta bancaria.
En la casa familiar se efectuó la devolución, previa presentación del carné de identidad. Así concluyó la historia, que hizo nacer una nueva amistad y que no tendría mayor trascendencia si se tratase de un caso aislado.
En los últimos años se han visto publicados en las mencionadas redes, donde se ve también tanto veneno para el espíritu, hechos que hablan de actitudes dignas de aplaudir, de valores humanos dignos de fomentar siempre y en todos, desde que se abre los ojos al mundo. Como regla, hemos sabido a lo largo de nuestras vidas de personas, de mayor o menor edad, que ayudan al prójimo, por más desconocido que sea; devuelven lo encontrado, así se trate de dinero o de alguna pertenencia valiosa; ceden de lo suyo a quien lo necesita, se despojan de un bien por considerar que otros están más urgidos…
Pero no hablamos de eso, que hasta hace algún tiempo fue, digamos, la regla; sino de la tendencia a considerar que en las actuales circunstancias de crisis económica la crisis de valores que la acompaña es total, que no queda nadie “bueno”, que la única ley imperante es la de “sálvese quien pueda” y que la juventud, en específico, está más perdida que todos.
Luego de mirar a los ojos de los protagonistas de esta historia no puedo decir que descubrí la invalidez de esa consideración. Yo ya lo sabía. Me lo han demostrado los tantos y tantos gestos de los que he tenido conocimiento desde el comienzo de la pandemia de covid hasta la fecha, en la vida real o a través de la pantalla del teléfono celular, por medio del cual hemos podido seguir la hermosa fraternidad fomentada, por ejemplo, por el grupo Te aviso. Aquí hay…, donde personas que no se conocían han fraguado un lazo amistoso a partir de las ayudas, o se ayudan hoy día sin siquiera conocerse.
Me lo dice, también, esa publicación que acabo de ver, en la que se da cuenta del auxilio brindado por una pareja de jóvenes empleados de una casilla especializada en la Feria Agropecuaria Delio Luna Echemendía el pasado domingo a una señora de avanzada edad, quien intentaba comprar algo por un importe menor al del paquete sellado con la mercancía. Me lo dice la experiencia de cubana con propensión a la solidaridad, la intuición, la esperanza.
Ha sido un gusto conocer de una feliz coincidencia: los tres muchachos que intervinieron en el rescate de mi tarjeta bancaria y me ahorraron sinsabores mayores son, como yo, nativos de la región oriental asentados a orillas del Yayabo. En estas tierras que nos acogen como propias, y en Cuba toda, seguiremos presenciando nuevas historias de virtud y humanismo. Ya vendrán nuevos agradecidos a contarlas.
Felicidades Delia, una vez más se demuestra la educación y solidaridad de nuestros jóvenes coterráneos. Gracias y feliz 2024.
Coincido. Pienso que hay más virtud en el mundo que maldad. Como la primera es más discreta, algunos no quieren verla. Felicidades por la recuperación de tu tarjeta.