Cuando habla sus manos no se están quietas. Acompañan las palabras que pronuncia despacio y cobran sentido para quienes siguen el vuelo de cada gesto generoso. A través de ellas otras personas pueden escuchar el silencio.
La de Ivis Milagro Pérez Soto es una vocación a prueba de todo. Ni sus padres, tampoco los profesores del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Eusebio Olivera la hicieron desistir de su sueño, “ser maestra de niños con problemas”; y más de dos décadas después agradece a esa convicción y a su fe la oportunidad de servir siempre a los demás.
Porque además de desempeñarse como intérprete de la filial de la Asociación Nacional de Sordos de Cuba (Ansoc) en Trinidad, de ser logopeda, psicopedagoga y profesora de los cursos de lengua de señas cubanas, Ivis abre las puertas de su casa y de su alma como refugio para la familia que forjó junto a su esposo y para la que ha crecido a la sombra del amor y la bondad.
“Estudié la especialidad de Defectología porque fue mi pasión desde pequeña —dice mientras una sonrisa le ilumina todo el rostro—. Mis padres me cuentan que en la escuela defendía a los niños que eran objeto de burlas. Eso me indignaba mucho, pues no aceptaba el hecho de que alguien pudiera violentar los derechos de otras personas. Eso sigue siendo esencial para mí”.
Con notas sobresalientes llegó al IPVCE y su vocación se hizo más fuerte, pese a que muchos, incluso algunos profesores, intentaron convencerla para que se inclinara por alguna rama de las ciencias. Ya en duodécimo grado, gracias a otro plan de becas y al destino también, escuchó hablar de una nueva licenciatura en Educación, la Defectología, que agrupaba todas las especialidades. “Esa es la carrera que quiero”, se dijo sin titubear.
“Finalmente se asignaron 27 plazas en toda la provincia, yo estaba segura de que una sería la mía. Del IPVC fui la única en solicitarla y hasta hoy no me arrepiento”.
La universidad resultó una etapa maravillosa de aprendizaje. “La mayoría de mis profesores venían de la antigua Unión Soviética y eran másteres o doctores. Los conocimientos teóricos se complementaron con la práctica en las escuelas especiales. Nunca tuve dudas de que había sido la mejor elección de mi vida.
“Yo nací de siete meses, pesé poco más de dos libras y estuve reportada de grave muchos días. Por eso Milagro es mi segundo nombre. Los médicos pensaron que iba a tener alguna discapacidad intelectual cuando creciera. Pero no fue así y Dios me regaló algunas aptitudes para estar cerca de estas personas y ayudarlas”.
Tras graduarse, se incorporó a una de las aulas de la escuela especial Jesús Betancourt de esta ciudad. Ya conocía a muchos de los alumnos, pues su primer trabajo investigativo durante la etapa universitaria se centró en una propuesta para mejorar la motricidad fina y gruesa en los niños síndrome de Down. Su paso por la escuela primaria República de Bolivia como psicopedagoga, por el instituto politécnico Andrés Berro en función de logopeda y luego como especialista del equipo interdisciplinario del Centro de Diagnóstico y Orientación terminaron de esculpir esa sensibilidad que hace de Ivis un ser humano excepcional.
“En el 2004 comencé con la comunidad sorda —le cuenta a Escambray con esa humildad tan suya—. Había un grupo de alumnas que debían continuar estudios preuniversitarios tras casi diez años desvinculados de la enseñanza, pues en aquel momento no había ningún intérprete de lengua de señas en el municipio.
“Mi hija más pequeña apenas tenía tres meses de nacida, pero no pude negarme. Comencé a trabajar con ellas los sábados, que eran los días de clases de la Facultad Obrero Campesina. De inmediato me percaté de que necesitaban consolidar muchos conocimientos por haber estado tantos años alejadas de los estudios.
“Improvisamos entonces un aula en la casa para atenderlas el resto de la semana. Mi esposo me hizo una pizarra, aparecieron sillas y pupitres; toda la familia ayudó. Junto a la directora de la Facultad por ese entonces, Moravia Martínez, preparamos un programa de clases con el apoyo de los profesores. Las muchachas no solo concluyeron el grado doce, sino que dos de ellas lograron estudiar en la universidad la especialidad de Defectología”.
Aunque Ivis ya conocía el alfabeto manual cubano y el dactilema, apenas sabía deletrear; sin embargo, hoy posee destrezas extraordinarias que le permiten interpretar y traducir los mensajes emitidos en lengua de señas a la lengua oral y escrita, y viceversa, para favorecer la comunicación entre las personas con discapacidad auditiva y la comunidad oyente.
“Las habilidades se adquieren con el tiempo y con preparación constante. Lo más importante para hacer una interpretación adecuada es conocer nuestro idioma, tener un amplio dominio del vocabulario, porque los sordos no conocen todas las palabras. Es necesario buscar sinónimos y estructurar otras frases lógicas que facilitan su comprensión. Es complejo, pero se puede lograr si se estudia con profundidad.
“También hay que actualizarse constantemente, porque se introducen nuevas señas a partir de la incorporación de nuevas palabras relacionadas con la tecnología, por ejemplo. Tenemos que adecuar la comunicación a estos tiempos y enseñarles nuevas habilidades relacionadas con el uso del teléfono y de otros dispositivos”.
Sin embargo, en un mundo cada vez más diverso e inclusivo, no son pocas las barreras que aún impone el silencio. Contra ellas Ivis nunca se ha rendido.
“Yo considero, y no me da pena decirlo, que la sociedad cubana no se ha sensibilizado lo suficiente con la necesidad real que tienen las personas discapacitadas de todas las asociaciones de ser entendidas y aceptadas.
“En el caso de la Ansoc es más difícil porque a simple vista no se ve la discapacidad. Es bueno saber que ellos presentan una serie de síntomas como la pérdida del equilibrio, las fatigas o fuertes zumbidos en los oídos, que no pueden percibirse, pero son muy molestos.
“A partir de la covid he visto manifestaciones de violencia hacia los sordos, porque algunos creen que fingen en las colas y que pueden funcionar igual que las personas oyentes, pero no es así. Nosotros sufrimos junto con ellos, hemos estado al tanto, aunque necesitan otros niveles de ayuda”.
Dentro de la comunidad sorda no eres una más. Te has involucrado tanto que ya conoces y sientes sus problemas.
El principal referente que tengo es el presidente de la Ansoc en el municipio, Yosbanis Rafael López. Vive para sus iguales, siempre en defensa de la comunidad no oyente; él ha estrechado esos lazos de amor y siento que somos una familia verdadera.
Las puertas de mi hogar siempre están abiertas. Si se enferman los acompaño al hospital, me preocupo por sus problemas de salud o de cualquier índole y ellos también me demuestran su afecto incondicional. Hace mucho tiempo que dejó de ser una simple relación de trabajo.
¿Cuándo estás en la casa o en otros espacios, no se te escapan algunas señas?
Todo el tiempo, a veces tengo que decirme, las manos atrás. Estoy tanto tiempo con ellos que ya no puedo dejar de hacerlas. Hasta mis vecinos quieren aprender algunas palabras y saludos.
También he recibido mucho apoyo y comprensión de mi familia. Cuando Yosbanis necesitó un timbre de luz, mi esposo, que es ingeniero Eléctrico, y mi hijo mayor le hicieron uno. Mi madre se comunica con las personas sordas que visitan la casa, mis hijas aprendieron la lengua de señas. La más pequeña, con un añito, movía las manitos. Me siento muy afortunada y vamos a estar juntos hasta que sea viejita.
La comunidad no oyente puede enseñarnos mucho. A no rendirnos ante las dificultades, a luchar por una vida plena y satisfactoria.
¿Queda algo por lograr?
Mi sueño es visitar el Centro Nacional de Superación y Desarrollo del Sordo en la Habana. Siento que necesito aprender más. Necesitamos avanzar en cuanto al conocimiento de la lengua de señas y las particularidades de estas personas. Los intérpretes somos los oídos de quienes no pueden escuchar.
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