Maestro: siete letras de amor

Tras enarbolar las banderas de siempre durante los duros años de pandemia, los educadores continúan tiza en mano, pese a limitaciones, carencias y hasta incomprensiones de diversa índole

Jóvenes maestros prosiguen el legado de sus antecesores en las aulas. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Pensó que la vida se le iba: con sus comorbilidades era de esperar una tórpida evolución de la covid. Y de pronto, en el centro de atención a enfermos, más que los ojos, aquella voz familiar a través del nasobuco, una voz ya no de adolescente, sino de hombre hecho y derecho: “Profe, estoy aquí con usted”. Entonces se sintió como amparada por algo mayor que la medicina misma, y se supo a salvo. Afortunadamente vivió para contarlo. Ahora, conmovida, especifica que fueron dos, no uno, los exalumnos que ayudaron allí a devolverle la salud e incluso otros colaboraron en la consejería.

“Para mí los estudiantes tienen un significado especial, los veo como hijos que tengo que educar. Los encuentro en disímiles lugares y escuchar la palabra con que me saludan, junto a su cariño, me provoca emociones indescriptibles”, confiesa ahora. Como ella, muchos. Como ella, la otra maestra que habla con orgullo de sus niños de quinto grado, de sus casi cinco décadas de magisterio, de los grupos de WhatsApp que ayudaron a salvar el juego durante el enfrentamiento a la enfermedad, y que no sustituyen el contacto personal ni las reuniones, pero ayudan, ayudan mucho incluso en tiempos de normalidad.

Como ella, otros maestros hablan con lágrimas en los ojos al evocar las reacciones de niños a quienes los padres se les van lejos, dejándolos al amparo de terceros que casi nunca sustituyen el calor filial, ni los apoyan debidamente en su tránsito por el conocimiento, ni pueden evitar su llanto, sus preguntas, su vacío inesperado y nocivo.

Son docentes que, en estos tiempos duros, muy duros, hacen las veces de psicólogos, curan heridas que amenazan con lacerar la personalidad, emiten consejos para que sus alumnos puedan convivir con nuevas realidades y asimilen, a su vez, las lecciones.

Los últimos casi dos años han sido de recuperación, de cosechar lo sembrado durante el aislamiento triste, cuando no todos presenciaron de la mejor manera las teleclases que intentaban sustituir la figura imprescindible frente al aula, porque cerraron las escuelas, en una realidad sin precedente en Cuba. Ahora se nota la medida en que se aprovechó la alternativa; se trata de compensar lagunas, emparejar, en lo posible, el nivel de los grupos.

Hay maestros en cuyas aulas resuenan los aplausos y vibra la alegría cuando todos están. Porque no todos asisten siempre. Y a veces son entendibles las causas, a veces no. En ocasiones, dicen ellos, se hiperbolizan los problemas y el criterio adulto se instaura en el discípulo, que es quien más pierde cuando no va a clases.

Para enseñar todo lo nuevo está el ejército vinculado al magisterio, pero no solo para eso. “El maestro tiene que ser educador. Los primeros educadores son los padres, junto al resto de la familia”, recuerda la laureada profesora que sigue en la batalla muchos años después de jubilada. Habla también de las restantes influencias educativas que se ejercen, o que debieran ejercerse, fuera de la escuela. Hay, además, quienes tienen por misión, después de décadas en las aulas, llevar a ellas la metodología, controlar, dirigir, asegurar lo necesario para que el curso fluya a pesar de todo.

Y para apuntalar el futuro ahí están ellos, orgullosos, disminuidos en número, demostrando que sí es posible instruir y educar con amor, incluso ahora. Ahí están arrancando besos y abrazos a esos niños que reconocen la ternura; desafiando tormentas, minimizando el efecto de sus propios problemas, encarrilando conductas, poniendo letras en las blancas páginas de los que empiezan, escribiendo en sus vidas.

A la vuelta de los años ellos devolverán, desde sus puestos en la vida, el sacrificio de hoy. Otro día otro doctor reconocerá en el semblante enfermo el rostro querido de su maestro y, tal vez salvándolo de la muerte o alejándolo de ella, le dirá: “No se preocupe, profe, aquí estoy con usted”.

Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

Comentario

  1. Excelente trabajo, de una sensibilidad incomparable. Muchas gracias, en nombre de los maestros. 🌹♥️

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