Pocos saben que este sitio no siempre perteneció a los Iznaga. De hecho, la primera mención histórica en la que aparece data del año 1750, cuando Manuel José de Tellería compró lo que en sus tiempos fue llamado el corral de Manacanacu para construir un ingenio de azúcar y miel.
Durante los años venideros el ingenio transitó por las manos de varios propietarios hasta que, en 1795, Joaquina Josefa Muñoz y Herrera, la hija del anterior propietario, vendió las tierras a Pedro Iznaga y Pérez de Vargas por un monto de 24 000 pesos.
La familia Iznaga Borrell, una de las más poderosas y adineradas de Trinidad y de la sacarocracia nacional, dedicó grandes caballerías de tierra y miles de esclavos a la producción azucarera.
Al morir Pedro Iznaga, su esposa, María del Carmen Borrell, entregó dos ingenios a sus hijos, entre ellos el que se convirtió en el San Alejo de Manacas. Se dice que la administración de Alejo Iznaga fue tan espléndida que entre los años 20 y 40 del siglo XIX no había mejor industria de la caña en la nación.
Para el año 1862, el entonces Ingenio Manacas poseía 231 esclavos y en 1881 se declaró que la propiedad había multiplicado 20 veces su valor: se cotizaba por casi 500 000 pesos.
El ingenio estuvo conformado por las edificaciones propias de los complejos agrícolas: una hacienda donde vivían los dueños, una fábrica de azúcar, los barracones de esclavos y la torre vigía. Hoy se conservan restos de la fábrica y de los barracones, luego convertidos en caseríos; la casa hacienda y, por supuesto, la torre.
LA TORRE
Sin discusión alguna, uno de los mayores atractivos de la visita a Trinidad es la hacienda Manaca Iznaga y, en consecuencia, la torre vigía que corona el lugar.
Con una altura de 44.6 metros y casi 200 escalones, la también llamada torre cubana de Pisa resiste una pequeña inclinación que han provocado avatares del clima y el paso de los años.
La atalaya está situada a 14 km de Trinidad, al norte de la carretera que une la tercera villa con Sancti Spíritus. A esta construcción la rondan varias leyendas relacionadas con un amor maldito disputado por los propietarios de estas tierras.
Declarada Monumento Nacional en 1978, se cuenta que fue construida para vigilar a los esclavos en su labor. Era el ojo que todo lo ve de la plantación: muestra del poderío colonial trinitario, el tañer de sus campanas indicaba el comienzo y el fin de la jornada, días festivos, horas de trabajo esclavo, la existencia de incendios en las plantaciones y convocaban a la oración.
Fue concebida como una estructura sólida, hecha de ladrillos de barro cocido y la mezcla de cal y arena. Estos materiales, junto a la inventiva de su fabricante anónimo, conformaron una edificación resistente y duradera.
Tiene siete niveles con formas geométricas diferentes que terminan en un octágono para darle variedad e independencia a cada piso. Subir es una experiencia única en todo el territorio nacional: por un lado, se vuelve sobre los pasos de una historia feliz y triste a la vez, y, por otro, es imposible no sentir asombro, éxtasis o pavor al enfrentarse a las espléndidas vistas.
LA LEYENDA
A pesar de que muchos historiadores adjudicaron la construcción de la torre a fines meramente utilitarios, cosa curiosa que hasta nuestros días lleguen otras historias increíbles.
Se dice que el levantamiento de la torre se debió a una disputa amorosa entre los hermanos Pedro y Alejo Iznaga. Enamorados de la misma mujer, se jugaron el amor a quien construyera una obra magna.
Alejo propuso construir una torre majestuosa y Pedro, un pozo de gran profundidad. Se verían las caras un año después. Los esclavos trabajaron noche y día bajo el azote del mayoral hasta que, al final, el valle tuvo su torre. Más tarde Pedro, quien también alcanzó su propósito, construyó un pozo que todavía hoy es utilizado por pobladores de la zona.
Otra de las leyendas, de menos popularidad, vincula la obra con el comportamiento infiel de la esposa de Alejo. El Iznaga, ciego de celos, retó a duelo a un joven que pasaba las tardes junto a su esposa. Esta, como muchas historias locales, acaba en desastre: un chico murió y la fémina acabó encerrada en la torre de por vida.
Sea cual sea el motivo, más o menos pragmático, más o menos fantasioso, la torre mirador de Manaca Iznaga es hoy una joya de la tercera villa de Cuba que cautiva tanto a visitantes locales como a foráneos.
Excelente, José Lázaro. Puesto que Trinidad tiene diversos lugares similares, te sugiero que continúes con esa línea de darlos a conocer desde una óptica fresca y con abundantes y buenas fotos.