Bandas de alzados en zonas rurales de la Isla, apoyadas materialmente por el gobierno estadounidense, se caracterizaron por su extrema crueldad, tal como demostraron en la noche del 26 de noviembre de 1961 cuando llegaron al bohío del campesino y miliciano Pedro Lantigua en la finca Palmarito, zona del Escambray, donde se encontraba cumpliendo con su deber el alfabetizador Manuel Ascunce Domenech.
Según testigos de los hechos, los asesinos llegaron en tropel y gritaban para amedrentar: “La soga, ¿dónde está la soga?”, ante lo cual Lantigua trató de proteger al alfabetizador y presentarlo como un familiar debido a la insistencia de los bandidos por dar con el maestrito comunista, pero Ascunce les respondió: “¡Yo soy el maestro!”.
Fue suficiente para que aquellas bestias sacaran del bohío a ambos y pese al ruego de los familiares se los llevaron. Cuentan que al otro día, al ser descubiertos sus cadáveres colgados de un árbol, los presentes quedaron impresionados por la magnitud de las heridas incisivas, mutilaciones y golpes que sufrieron antes de ser asesinados.
Los criminales eran miembros de la banda de Julio Emilio Carretero y llegaron dispuestos a matar a Manolito, como cariñosamente le decían a quien solo hacía una semana residía en el bohío de Lantigua en la finca Palmarito, considerada zona peligrosa por la presencia de elementos contrarrevolucionarios que asolaban el lugar, pero voluntariamente el joven maestro había cambiado la ubicación con una compañera para evitarle el riesgo y el aislamiento.
Según los que lo conocieron, a pesar de su corta edad sobresalía por su madurez, carácter serio y disciplinado, compartía con sus amigos o los necesitados cualquier cosa suya y además reflejaba una temprana formación en los valores revolucionarios que le inculcaron sus padres de origen humilde.
Durante 1960 Cuba asombró al mundo con el proyecto anunciado por Fidel Castro ante la Asamblea General de la ONU para erradicar el analfabetismo en 1961 en el país, donde había cerca de un millón de iletrados, tarea de tal magnitud que nunca antes se había propuesto nación alguna en tan corto tiempo.
Así, mientras la ONU y la propia Unesco comenzaron a acompañar con predominante simpatía aquel prometedor programa, en Estados Unidos la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se propuso hacer fracasar la campaña que era calificada como una especie de lavado de cerebro comunista, pero no se limitaron a los ataques propagandísticos y no perdieron tiempo en establecer sórdidos planes para la eliminación física de los campesinos que quisieran salir de la ignorancia, los propios maestros y alfabetizadores.
Para entonces el imperialismo yanqui contaba con cientos de bandas de alzados, principalmente en el Escambray, y el 5 de enero de 1961 escogieron como primera víctima al maestro Conrado Benitez que se desempeñaba en ese macizo montañoso.
Según confesiones de sus propios asesinos capturados posteriormente, le prometieron al muchacho la vida si abjuraba de sus ideales a lo que contestó: “Soy revolucionario, no traicionaré a mi pueblo” esto motivó que fuera asesinado tras indescriptibles torturas junto al campesino Eleodoro Rodríguez Linares (Erineo).
El martirio de aquel joven negro de 18 años para frustración de sus asesinos y mentores del Norte lejos de amedrentar a la juventud cubana inspiró a más de 100 mil jóvenes que integraron la Brigada que llevó su nombre y llevaría a feliz término la Campaña de Alfabetización en diciembre de 1961.
Manuel Ascunce Domenech, quien compartiría igual destino, nació el 25 de enero de 1945 en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas. A los dos años fue llevado por sus padres a la barriada de Luyanó, en La Habana, donde estudió hasta la enseñanza secundaria, desde la cual participó como alfabetizador al igual que miles de muchachas y muchachos, algunos casi niños que se incorporaron a las Brigadas Conrado Benítez.
Cuentan que Ascunce solo hacía una semana que residía en el bohío de Pedro Lantigua en la finca Palmarito, cuando las fieras con odio irracional le privaron de la vida. Poco después sus asesinos fueron detenidos y pagaron sus crímenes ante la justicia revolucionaria.
El 22 de diciembre de 1961 Fidel Castro dio a conocer que más de 700 mil cubanos aprendieron a leer y escribir a pesar de las dificultades y acciones de EE.UU. y sus agentes internos, las cuales fracasaron en su intento de impedir el triunfo de aquella primera campaña histórica encargada por la Revolución a la juventud, de la que emergieron como símbolos Conrado Benítez y Manuel Ascunce Domenech, hermanos en la gloria y el martirologio.
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