El trabajo desempeñado por miles de féminas espirituanas hace hoy parir la tierra y, en medio de tantas limitaciones, es rocío que abona cada surco, donde el sudor se multiplica en beneficio del desarrollo local y la soberanía alimentaria.
Tal fuerza señorea sobre montes de encendido verde; su talento es capaz de convertir el terreno árido en granos, viandas y hortalizas. No son pocos los espacios donde alguna vez campeó el marabú y ahora crecen platanales, pues nada es imposible para la mujer cubana.
Nélida Yuliet Solenzal García vive para el campo porque allí encuentra todo cuanto necesita para ser feliz: alimentos, agua, el azul del cielo sobre un amanecer fugaz y hasta el lagarto en la pared.
Tiene 33 años, es del municipio de Sancti Spíritus y administra la finca Ríos de agua viva, ubicada en la carretera de Trinidad, como si la vida misma dependiera de bohíos y sacos de carbón, de palmas y un pozo grande por donde asoma el alma.
“Con la yuca elaboramos varias producciones y lo hacemos todo en familia. Para nadie es un secreto la escasez que ha presentado la harina de trigo en el país, pero en la finca no nos ha faltado la comida gracias a la harina de yuca”.
El secreto está, confiesa la joven, en deshidratar la vianda para aprovechar así sus almidones de alto valor alimentario y elaboran hasta chicharritas de yuca en conserva.
Según su criterio, la harina de yuca puede perfectamente sustituir la de trigo: “En casa hacemos el pan y también pizzas; panetelas, pudines, galletas y polvorones para alimentar a la familia”.
Cuenta Yuliet que aspiran a inaugurar próximamente un restaurante que sirva platos a base de yuca como apoyo a la implementación del Plan Nacional de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional, además de contribuir al desarrollo local porque en la comunidad en la cual están enclavadas sus tierras no existe una opción gastronómica de este tipo.
“Se trata de un viejo anhelo familiar que desde hace años intentamos hacer realidad y, en honor a la verdad, a la comunidad nuestra le hace mucha falta”, agrega.
Algunos pudieran pensar que ocho personas conforman una familia numerosa para tales emprendimientos, pero se necesitan más brazos para arar la tierra y arrancar la yuca, mientras se administra un negocio culinario. No obstante, la joven confía en la pasión y el ahínco de su gente.
“Si excluimos de las labores en el campo a mis dos niños que son pequeños, tenemos solo a seis personas para casi todo, pero queremos que este sea un negocio familiar y, aunque nos resulte más trabajoso, lo vamos a lograr”.
Mueve nerviosa las manos que le sudan ante tantas preguntas y deja entrever unos callos enormes, del tamaño de su corazón de guajira. Luego sonríe mientras los ojos, casi instintivamente, buscan la lejanía.
“Toda la yuca que necesitamos para nuestras producciones la sembramos en la finca y cuando demandamos más, pues sencillamente cambiamos frutas o viandas por yuca a productores locales o vecinos”.
En Ríos de agua viva todos se reparten las faenas y el trabajo compartido toca a menos; amanecer con el fango a la altura de las rodillas es lo menos preocupante. Cuando algunos labran la tierra, otros realizan las labores domésticas y viceversa; de lo contrario, todos para el surco, incluidos los niños, quienes ya se empinan y aprenden el oficio.
“Nací guajira, en un seno familiar campesino y eso lo amo. Mi papá estudió Pedagogía y se graduó de profesor de Historia, pero luego regresó al campo porque es lo que le gusta. Ese amor por lo guajiro nos lo inculcó a todos en la casa. Trabajar en el campo para poder sustentarnos nosotros mismos no tiene comparación”.
Cada quien sabe lo suyo, decía mi abuela y así lo cree Nélida Yuliet, quien se confiesa obsesiva cuando de conocer la procedencia de los alimentos se trata.
Tanto es así que consume solo lo que siembra junto a la familia. Malas costumbres, dirán algunos; yo le llamaría volver a las raíces y creer en la utilidad de la virtud: “Nada de lo que aquí producimos está contaminado porque nuestra finca es agroecológica categoría 3, la máxima condición que se otorga, y no empleamos químico alguno”.
Intento formular otra interrogante, pero alguien le pregunta por el pudín que asoma a la mesa, donde muestra sus producciones. Se despide orgullosa de sustentar a la familia con una mínima dependencia del exterior, como le llama ella a comprar comida en el pueblo; además, siempre tiene a mano un dinerito en tiempos de inflación agigantada, dice, mientras vende sus productos a un sorprendido cliente.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.