Asombra conocer que la causa mayor de muerte en Cuba por eventos atmosféricos es el rayo; fallecen como promedio más de 60 personas al año. Es un fenómeno al que no siempre se le presta toda la precaución que amerita, sino que más bien le debemos percepción del riesgo. Una descarga de energía nos vuelve vulnerables y es muy peligrosa también para el equipamiento y la infraestructura; hasta depara riesgos debajo de un techo sin la debida protección tecnológica, porque pecamos de una debilidad: al popularmente llamado pararrayos no se le brinda siempre prioridad e importancia.
Como en materia de precaución es mejor pasarse antes que quedar por debajo, la sociedad debiera mirar el peligroso fenómeno desde ese mismo prisma y apelar a todas las alternativas que contribuyan a mitigar el riesgo. Una de las principales es utilizar el Sistema de Protección Contra Rayo, algo de lo que se carece en muchos locales e instalaciones; claro, implica una inversión nada barata; mas eso no puede ser excusa, porque debiera planificarse como cualquier otra actividad o gasto. Sin embargo, en la vida real, del pararrayos o, su mantenimiento, nos acordamos cuando truena.
Según los especialistas de la Sucursal SEISA (Servicios de Seguridad Integral S. A.) en Sancti Spíritus, se trata de un sistema compuesto por la tierra física —aterramiento—, protecciones eléctricas en los paneles de entrada de la corriente —supresores— y la protección externa, el pararrayo. Con énfasis, subrayan que un mal aterramiento no garantiza eficacia en la protección.
En las áreas urbanas de Sancti Spíritus, donde predominan construcciones de otras épocas y es común la cercanía entre inmuebles, se vuelve difícil la instalación del sistema de protección contra rayos, sobre todo a la hora de encontrar espacios para hacer el aterramiento, como dicta el manual técnico. Ahí radica uno de los reales obstáculos para situarlo.
Aun en esas condiciones, en la ciudad espirituana existen recientes ejemplos de centros protegidos con la tecnología, digamos Servicios Legales, en la calle Independencia, donde se acometió el aterramiento rompiendo la losa del piso. Otro caso fue en la tienda La Habana, en virtud de que se aprovechó un proceso reconstructivo para solicitar y colocar el sistema de protección.
Por muy ajustadas que estén las finanzas o recortados los presupuestos, lo que representa este dispositivo en materia de protección de vidas humanas, recursos materiales, equipamiento e incluso hasta la información de una computadora, se justifica planificar el dinero que sufrague su instalación. Según conoció Escambray a través de la Sucursal SEISA, en un policlínico de los modernos el costo de la instalación puede oscilar entre 200 000 y 250 000 pesos, más un componente en divisa.
Es una inversión apreciable y admitamos que no debe entrar a competir contra el gasto de servicios o producciones básicas ni contra ningún encargo social, productivo o económico; pero sí tener un día la oportunidad dentro del abanico de gastos. Por ejemplo, no son pocas las entidades que han erogado en estos últimos tiempos el doble y más de ese dinero por la chapistería de un carro.
No digo que ese sea un gasto innecesario, solo alertamos que, si se le pone dinero a eso, a la compra de aditamentos para los vehículos, a la reconstrucción, la pintura u otras inversiones, ¿por qué no planificar algún día el dinero que solucione la vulnerabilidad que tiene en buena medida la infraestructura socioeconómica de la provincia ante el real peligro que representa el rayo?
Esquivar la colocación de un moderno sistema de protección o no planificar su mantenimiento es padecer de miopía ante un fenómeno que mata a personas y destroza equipos. Si queremos ejemplos reales, recordemos el incendio en la base de supertanqueros de Matanzas o las más de 70 estaciones de bombeo de agua que en una sola semana quedaron fuera de servicio en el sistema de abasto de La Habana por el impacto de rayos.
Tradicionalmente, las descargas eléctricas siempre se han visto más asociadas con el campo; hasta se admite a escala popular que los truenos arriba de la ciudad —como se ha hecho frecuente— no era un fenómeno común en otros tiempos. Al menos en Sancti Spíritus no hay estudios que corroboren tales suposiciones; tampoco hay que ser un experto para otear el paisaje de la ciudad espirituana y advertir, junto al crecimiento urbanístico, la masificación de antenas, torres y edificaciones de todo tipo. Falta la demostración científica; pero, ¿quién duda que tantos artefactos metálicos actúen como una especie de imán para atraer los rayos sobre el área urbana?
En una provincia donde la experiencia ante el embate de huracanes y lluvias intensas aporta conocimientos de todo tipo, no debe dejarse a la espontaneidad el riesgo ante el impacto del rayo, como si fuera la última rueda dentro del esquema de protecciones.
Para nada sería un dinero botado, ni malgastado; es asunto de planificar el gasto que implica instalar el sistema de protección contra el rayo y su mantenimiento; si no es para el 2024, dentro de tres o 10 años, pero que un día le llegue su turno.
Ojalá, al compás de la necesidad y de lo que representa en materia de cuidar la vida humana y los bienes materiales, se reevalúe el costo de dicho equipamiento e instalación y se logre abaratar en lo posible la inversión, porque ahí está otra de las causas por las que no se solicita el montaje del valioso equipamiento.
No se trata solo de las enunciadas medidas de protección individual, o confiarse porque las pérdidas de vidas por el impacto del rayo ocurren, casi siempre, en lugares abiertos. Ante este fenómeno, cualquier precaución es insuficiente. ¿Acaso no es para preocuparse lo que puede desencadenar ese impacto en un local sin sistema de protección o, si existe, que esté deteriorado por falta de mantenimiento? No tener referencia en el territorio de que eso haya ocurrido no excluye el peligro, ni el riesgo; pensemos siempre que una sola vida humana jamás tendrá equivalencia en dinero.
Eso siempre va a tener tela por dónde cortar.
Ahora que mencionas ambos casos, se debería considerar de inadmisible la falta de protección y de previsión por la cantidad de recursos que deben tener asignados al poder ser considerados estratégicos, combustible y abasto de agua…
Y también la otra cara el desconocimiento y otros elementos asociados frente al estudio y colocación, o si reúne los requisitos lo construido referente a los pararrayos, como bien menciona en otro parrafo.