No es la rama apícola el ombligo del sistema de la Agricultura en Sancti Spíritus, ni sus aportes definen en la mesa familiar; tampoco figura entre las actividades con marcado retroceso; quizá esa virtud natural de la abeja de volar en busca del néctar de la flor y fabricar miel en la colmena sin usar combustible ni electricidad esté entre las fortalezas que han permitido a esa actividad no tocar fondo, pese a no transitar por su mejor momento.
Pero, junto al tabaco, sí constituye un rubro exportable tradicional de alto interés para le economía espirituana y nacional, donde, además de mercado para la miel y otros renglones de la colmena, cuenta mucho la buena cotización que tienen esos surtidos, de ahí el reclamo de elevar los niveles productivos.
Por ser una actividad a cielo abierto, no escapa de los impactos de eventos meteorológicos extremos —todavía arrastra el estrago del huracán Irma en los manglares de Yaguajay—; mucho menos de la limitación de combustible, expresado en esta rama en el marcado acortamiento que ha tenido en los últimos dos años el movimiento de las colmenas — trashumancia— hacia las costas a fin de aprovechar las floraciones de los manglares en el período lluvioso. Baste decir que por esa vía el territorio pronostica todos los años entre 180 y 200 toneladas de miel.
Si nos remontamos al 2021 —cuando Sancti Spíritus entregó 818 toneladas del producto, la mayor producción en los últimos 30 años— y lo comparamos con el pasado año, fecha en que los aportes quedaron en 737 toneladas, en tanto hasta la fecha del 2023 la producción exhibe atrasos, se advierte un panorama inestable alrededor de la actividad.
Pero aun en medio de adversidades, la Apicultura deja ver señales positivas: todas las formas productivas —estatal y privada— logran aportar miel; mientras dibuja un programa de desarrollo a la altura del momento, coherente con las potencialidades y hasta pudiera decirse que terrenal, porque se afinca en la apreciación objetiva del ecosistema mediante la mapificación de los escenarios de mejor floración, que considera, incluso, el radio de vuelo de la abeja.
Entre sus pilares cuentan tener casi 80 productores con estabilidad y experiencia en el manejo de las colmenas; además, disponer de siete centros de crianza de abejas reinas certificados por la genética que trabajan, un soporte que, a criterio de los especialistas, ofrece garantía para incrementar las 7 000 colmenas proyectadas en el programa de desarrollo a corto plazo y aspirar a un escenario productivo en el rango de las 1 182 toneladas de miel.
Para cruzar ese camino, los apicultores prevén, en primer orden, explotar las llamadas zonas de silencio —no se produce miel, ni están bajo ningún esquema de laboreo agrícola—, mayormente en áreas de Fomento y Trinidad, donde se reconoce la existencia de floraciones medias y altas; lugares que pueden asimilar el crecimiento de unas 3 300 colmenas, con un estimado productivo de alrededor de 150 toneladas del rubro exportable.
El resto del crecimiento del parque descansa sobre un grupo de apicultores que reúnen condiciones técnicas y de laboreo para incorporar más dotaciones, con el interés de sumar por esa vía otras 1 500. El completamiento del aumento de colmenas recaería en los demás productores.
Sin embargo, no todo es atribuible a los estragos de Irma en la costa norte del territorio, a la carencia de combustible o a la sequía de meses atrás. El sector ha mermado en el rendimiento por colmena, y ahí está un objetivo de prioridad; pero tal vez el punto más débil en la compleja cadena productiva de la miel se localiza en la falta de floraciones, sobre todo en áreas que sirven tradicionalmente de emplazamientos a los apiarios, por demás, los espacios que últimamente concentran la actividad a raíz de la falta de combustible.
De un lado, la sequía y los incendios; del otro, se desaprovechan floraciones en las costas al no poder desplazar todas las dotaciones de colmenas previstas y, en otro orden, la reforestación practicada tradicionalmente ha estado más enfocada hacia el incremento de bosques y la madera que a favorecer el entorno de floración en función de la abeja.
Por primera vez la rama apícola encamina un programa de reforestación propio, con tecnología moderna y dirigido a lograr un impacto en los ecosistemas y en la producción de miel. Se parte de la creación de un vivero en la zona de Pitajones, en Trinidad, para fomentar plantas de mediano y alto portes, cuyas flores son reconocidas para la obtención de miel: mamoncillo, roble, almácigo, entre otras.
Si una intención define la reforestación diseñada por la propia Apicultura es estabilizar floraciones durante todo el año para lograr partidas de miel de consideración durante los 12 los meses; un comportamiento diferente al actual, en que la producción y las entregas a la industria de beneficio se concentran a partir de la primavera y en el cuatrimestre final, etapa esta que históricamente garantiza la mitad de lo que produce la provincia en un año.
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