A siete décadas de la mañana redentora de la Santa Ana, cuando un puñado de jóvenes, armados de valentía más que de fusiles, cambiaron el curso de la historia, el homenaje a los mártires de aquel revés convertido en victoria, y a todos los que de algún modo nos han traído hasta aquí, sigue siendo compromiso ineludible.
Por ello, al amanecer de este miércoles, luego de presidir la conmemoración por el aniversario 70 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la heroica y hospitalaria Santiago de Cuba, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder de la Revolución cubana; y el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, protagonizaron una jornada de merecido tributo a la historia de un país.
Tras concluir el acto, mayúscula reverencia a los hechos que marcaron el comienzo del fin de los desmanes en Cuba, Raúl y Díaz-Canel, acompañados por miembros del Buró Político y autoridades del Partido y el Gobierno a nivel nacional y provincial, se trasladaron hasta el patio del museo 26 de Julio, ubicado en uno de los espacios del otrora cuartel Moncada, para rendir honores al teniente Pedro Manuel Sarría Tartabull, militar del ejército batistiano que con su actuación salvó a Fidel, al ser apresado, pocos días después del asalto.
«Fidel vivió por este honorable señor», dijo el General de Ejército a los participantes, luego de soltar la cinta de la ofrenda floral que, en nombre del pueblo de Cuba, fue colocada ante el busto, el mismo que fuera develado diez años atrás.
Minutos después, otro moncadista, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, parado frente a la escultura, dio las gracias al hombre que expresó: «Las ideas no se matan», justo cuando los esbirros intentaron dispararle al Comandante en Jefe. ¡Cuánto agradecimiento para quien supo elegir entre la vida y la muerte del líder de la Revolución!
Y con las primeras luces del día, exactamente a las siete de la mañana, la comitiva llegó hasta el cementerio patrimonial Santa Ifigenia para asistir al cambio de guardia de honor de los padres fundadores de la nación. Cada media hora, los acordes de Elegía a José Martí, compuesta por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, y el paso firme y marcial de los soldados rasgan el silencio de este camposanto.
Luego de la ceremonia, el primer tributo fue para el Héroe Nacional, autor intelectual del Moncada, a quien los asaltantes no dejaron morir en el año de su centenario. Allí, ante sus restos, cubiertos por una bandera y dispuestos de cara al sol, como pidió siempre en sus versos, Raúl, Díaz-Canel y los demás asistentes depositaron flores al Apóstol.
A pocos pasos del mausoleo, en la piedra país que guarda las cenizas del mejor discípulo de Martí, cuyo nombre basta para identificarlo, continuó el homenaje. A Fidel, al hombre que defendió hasta las últimas consecuencias que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», también lo acompañaron este miércoles – y siempre – las flores.
Hasta Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales, Padre y Madre de la Patria, caminaron después Raúl y Díaz-Canel, conscientes de la grandeza que se ha dado cita allí: el iniciador y la mujer que lanzó a sus hijos a la manigua, convirtiéndolos en hacedores de la libertad.
Tampoco faltó en el periplo de recordación la visita acostumbrada a la bóveda familiar donde reposan, junto a sus padres, Frank País y su hermano Josué, segados por la dictadura en la flor de sus vidas; así como a la tumba de otro compañero de luchas, Armando Hart Dávalos, cuya lealtad fue su principal divisa.
La comitiva también hizo un alto en el monumento a Perucho Figueredo, autor del Himno Nacional, aquel que con su letra encendida nos sigue llamando al combate y nos recuerda que, en ese empeño, «la Patria os contempla orgullosa».
Por último, el General de Ejército, el Jefe de Estado y los demás acompañantes colocaron flores ante los mártires del 26 de julio, en el mausoleo que los cobija, y en el panteón a los caídos por el internacionalismo.
Allí, a los pies de los nichos de los moncadistas, una frase de Fidel, dicha en diciembre de 1953, y que evoca a su vez al Apóstol, asegura que «ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde». Como no se perdieron las de aquellos jóvenes que, al decir de Raúl, «trataron de tomar el cielo por sorpresa», y, más temprano que tarde, lo lograron.
Bendita entonces aquella mañana de la Santa Ana, que nos legó un Moncada, cual inspiración sempiterna; y benditos los héroes «que no han muerto al final; y que viven allí, donde haya un nombre, presto a luchar, a continuar».
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