Quizás fue ese podio esquivo en las Copas del Mundo de este año, quizás el peso de los remos tras más de 20 años remando a favor y en contra de las corrientes, quizás esa voz interna que le susurró un adiós en la cúspide, quizás fueron todas esas cosas juntas las que sacaron del agua definitivamente a Serguey Torres Madrigal, el hombre que más alto puso en el mundo al canotaje cubano y latinoamericano.
La decisión viajaba en el bote hace un tiempo. ¿Oportuna? Tal vez. Desde que salió de su rancho en Las Tosas con 11 años “y una maletica de palo” hasta el Mundial del 2022 de Halifax, Canadá, atesoró un palmarés internacional de 28 títulos, 16 preseas de plata y 11 de bronce. Sobresale el título olímpico de Tokio 2020, en el C-2 a 1 000 metros con Fernando Dayán Jorge, el único logrado por un piragüista de América Latina en citas estivales.
Y porque tanta historia no puede quedar sumergida, Serguey sube al bote de Escambray para una despedida necesaria. “Me retiro porque siento que ya no puedo estar más al alto nivel y siempre dije que cuando me pasara eso iba a decidir que otras generaciones lo hicieran. Me retiro con 36 años y empecé con 16 en el equipo nacional, me voy en un momento en que sé que todavía hago falta, pero que otros pueden hacerlo. El haberme ido sin medallas en las Copas del Mundo me hizo replantearme un poco las cosas. Tras ocho años consecutivos sin bajarme del podio fue un golpe bastante difícil, pero no iba a echar a perder una carrera tan larga, quería irme en alto y no empezar a decaer”.
En la despedida, varios nombres reman junto a él: el de Eduanni Rodríguez, entrenador, amigo y compañero de equipo desde sus primeros días en Sancti Spíritus; el de Karel Aguiar, sobre quien expresa: “Me ayudó mucho en el principio de mi carrera, era un atleta más maduro, con talento, y en ese ciclo olímpico tuvimos muy buenos eventos. Me enseñó muchas cosas que me sirvieron a lo largo de mi carrera”. El de la psicóloga Idalys Pérez, porque “en mis momentos duros, cuando la línea se hacía más estrecha, ella era la que me alumbraba el camino y me decía que mantuviera la calma y me enfocara en mi objetivo, que era ganar los Juegos Olímpicos”. Y porque una canoa biplaza no puede partirse en dos, está Dayán.
“Fue la persona que compartió conmigo los últimos años, atravesamos juntos momentos muy difíciles, de mucha presión y siempre se mantuvo firme y confió en mí. Ese C-2 fue lo más grande, logramos ser el bote más estable no solo de Cuba, pues del 2017 al 2021 no nos fuimos del podio, logré darle a mi provincia, a mi país, los alegrones que tanto quise darles”.
Se le eriza la piel y los ojos se le humedecen ahora que hablamos, casi dos años después. “Recuerdo pasar la meta y no lo creía, fueron días en que me acostaba y creía que era un sueño, todavía hablo de eso y se me hace un nudo en la garganta. Ver en la parte de arriba de la pantalla las letras de Cuba me liberó todos los deseos y emociones”.
¿Hasta dónde la partida de Dayán influye en tu decisión?
“La escuela cubana de canoa pasa por un momento difícil, sobre todo con los canoístas que parten por la mano derecha, mi especialidad fue siempre el C-2 a 1 000 metros, los muchachos que vienen tienen talento, pero necesitan mucho más tiempo que yo no lo tengo ya, por eso opté por el single y fui medallista, pero en el C-2 las cosas no eran así y preferí quitarme del camino y dejar el espacio a los atletas nuevos”.
Pasaron décadas desde que logró plata y bronce en el Mundial Juvenil de Komatsu 2003, en Japón. En ese lapso llovieron las medallas en Mundiales, Copas del Mundo, Panamericanos, Centroamericanos. Aparecieron los reveses y también los “golpes” como el de aquella noche del 2019, cuando se vio vagando por las calles habaneras tras ser despedido del equipo nacional. Y el sol, los kilómetros, sus padres desafiando distancias cargados de jabas…
“Imagínate levantarte todos los días a las cinco y tanto de la mañana, empezar a remar a más tardar sobre las siete, levantarte pensando cómo vas a entrenar, qué comer, cómo descansar, a pesar de que no fui el más disciplinado del mundo porque por sobre todas las cosas somos humanos, pero sé que cuando mejor lo hice fue cuando mejor resultado tuve. La vida del deporte de resistencia es muy sacrificada, lo dicen las canas que tengo, el sol castiga, la presión que recibes llega hasta hacerte daño”.
Y habla de los momentos ¿grises?: “Cuando me fui de un evento sin medalla —en el 2006—, no lograr preseas en los tres Juegos Olímpicos anteriores a Tokio, aunque fui a finales; no ser campeón mundial, pese a lograr ocho subtítulos, y el día en que me dejaron fuera del equipo nacional”.
También de guerra, de batallas: “Había eventos que los asemejaba al corredor de la muerte porque sabía que era el día decisivo y desde días antes sabía que debía lucir bien, había mucha gente esperando y debía defender mi prestigio como atleta. Un ejemplo de ello es cuando nos acercábamos a las olimpíadas y revivía en mi mente cómo iba a ser, y ese día fui un kamikaze, decidido a darlo todo o morirme en el intento. Y, a pesar de no haber arrancado delante en la carrera, fue tanta la concentración que logramos el mejor tiempo que se haya hecho en unos Juegos”.
Pero el adiós llega implacable, como el tiempo y sus heridas, esas que lleva también más allá de medallas, trofeos. “Para ser honesto, no quería, pero sabía que tenía que hacerlo, ningún atleta está preparado para decirle adiós a algo a lo que ha dedicado toda su vida. También sucedieron cosas que me llevaron a tomar esa decisión, las atenciones ya sea de la provincia, del equipo nacional y cosas que te duelen. Hay momentos en los que uno puede disculpar, pero no los va a olvidar jamás, me voy molesto por temas como el de mi casa aquí en Sancti Spíritus, pues llevo más de 10 años para que se termine, a pesar de que otras se han hecho con los mismos problemas, el mismo país, el mismo bloqueo”.
Deja la competencia, pero no el deporte. “Al deporte le he dedicado más de la mitad de mi vida y le debo todo lo que tengo, pero ahora estoy enfocado en organizar mi vida, prácticamente salí de una burbuja, soy como un militar que viene de una guerra y ha tenido que enfrentarse a miles de batallas y ahora tiene que enfrentarse a la de aprender a vivir en sociedad, dedicar tiempo a mi familia y retribuir todo el sacrificio que hicieron por mí.
“Quiero agradecer a mis entrenadores y a la gente que siempre estuvo pendiente de mí, con ellos tenía siempre un compromiso moral de hacerlo bien. Es probable que sea entrenador, aunque hay una serie de cosas que deben suceder, haber terminado una carrera no significa que lo sea pese a ser licenciado, tengo que aprender a serlo, es un proceso largo que tendré que encauzar”.
Dice adiós Serguey Torres Madrigal. Sancti y Spíritus y Cuba deben saludarle con la reverencia y el honor que se dispensa a los grandes. “Sigo siendo el Serguey que nació en una casa a punto de caerse y a cada rato paso por allá, porque quien olvida sus raíces lo perdió todo. Soy descendiente de campesinos, la sencillez y la humildad con las que logré abrirme camino son cosas que llevaré hasta que muera”.
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