Con el paso del tiempo una leyenda se ha forjado en torno al cultivo y secado de la hoja del tabaco hasta que llega a mano de los torcedores. Numerosas son las fábricas que en Cuba se dedican a la confección de los puros, algunos de renombre internacional; otros menos célebres, pero con el sello del amor y la dedicación.
Y esa precisamente es la marca que distingue a los tabacos elaborados en la Unidad Empresarial de Base (UEB) Piro Guinart Díaz, de Trinidad, donde perdura una tradición profundamente ligada a la nacionalidad cubana.
Como un ritual transcurre todo el proceso productivo luego de recibirse la materia prima para su selección y clasificación, que incluye el acondicionamiento de la capa destinada a la envoltura y la preparación de la tripa y los capotes. Ya en la galera se tuerce, se prensa y se viste con finura. Todavía falta el secado para que pierda el exceso de humedad; luego el anillado, cilindrado y envasado. Y en toda la cadena un riguroso proceso de control de la calidad… Cada momento es único y se disfruta a plenitud.
ROSTROS DEL TABACO EN TRINIDAD
En la pequeña industria perteneciente a la Empresa Provincial Tabacos Torcidos, radicada en Cabaiguán, la producción se inicia bien temprano. A las seis de la mañana cada cual ocupa su lugar en el corazón de la fábrica —la galera— porque de ello depende la secuencia sin interrupciones del proceso.
Con 83 trabajadores y un alto por ciento de jóvenes, esta UEB le entrega a la economía nacional habanos del tipo Breva y Crema. Ambos surtidos se distinguen por la calidad en la terminación; prueba de ello es que este año no se ha rechazado ninguno de los envíos con destino a la comercialización.
Si bien Oslaidi Villa Medina no lleva mucho tiempo como directora, desde que llegó al centro se preocupó por comprender las interioridades de la fábrica y compartir el orgullo de quienes ejercen el legendario oficio. “Vamos a sobrecumplir los planes de producción en galera y de venta. Es el compromiso del colectivo a pesar de todas las limitaciones ante las cuales nos crecimos en función de alcanzar estos resultados”, asegura mientras acompaña a Escambray en un recorrido para conocer de cerca las interesantes faenas productivas de sus trabajadores.
Marta Amaró es maestra tabaquera desde hace 35 años. Hay que ver la destreza con la que confecciona la tripa en una de las dos vitolas del taller. Y también la dedicación y paciencia para enseñar a las nuevas generaciones de torcedores.
Entre los más jóvenes están Víctor Toledo y Bárbara Placeres. Él comenzó el curso animado por su hermano Rogelio, parte ya del colectivo; ella a través de la Federación de Mujeres Cubanas que trabaja de conjunto con la UEB Piro Guinart a fin de ayudar a familias vulnerables.
Todavía sin la suficiente experticia en el oficio, Víctor y Bárbara permanecen en la vitola donde se manufacturan los tabacos del tipo Breva. Su inspiración es Yuliet Morales, quien pasó a la vitola de Crema. A sus manos hábiles se une un carisma peculiar como líder.
“Llevo quince años en la fábrica y disfruto mucho mi trabajo. Me gusta cantar rancheras y transmitir esa alegría a mis compañeros. Eso ayuda a concentrarnos para cumplir la norma diaria y garantizar la calidad”, dice sin levantar la vista de la mesa donde envuelve la tripa con habilidad asombrosa.
UNA GRAN FAMILIA
“Mi vida es la fábrica”, confiesa Roselia Carracedo, la trabajadora más antigua del centro. Comenzó hace 43 años como tabaquera, pero desde hace algún tiempo es la especialista de la calidad.
“En la galera los dos jefes de brigada están atentos a todo el proceso y en esta área se realiza un muestreo de la producción. Soy la responsable de que se cumplan todos los parámetros de calidad.
“El tabaco se pesa, se le mide el tamaño y el grosor, se observa el estirado de la capa, que no tenga baches ni esté fofo. No son puros de exportación, pero lo que hacemos lleva el sello de este taller.
“Ahora tenemos más motivación. La dirección del centro ayuda a que uno se sienta mejor y eso genera un ambiente de trabajo favorable. Es bueno saber que se tiene en cuenta mi criterio”.
Bárbara Ayo Fernández apoya sus palabras. Ella se encarga de preparar la capa para la envoltura exterior del tabaco. “Le mantengo la humedad y así se puede manipular mejor porque si no se parte. Hay que estirarla bien y debe estar bonita”, asegura esta mujer, quien ha permanecido aquí por 32 años.
En el área de terminación, Anneris Fritze sabe cuándo la producción es buena. “Mi trabajo consiste en anillar el tabaco, después cilindrarlo en un macito de 25, envolverlo y empaquetar los surtidos”.
En esta industria trinitaria perdura el encanto que rodea la producción artesanal de habanos con más de doscientos años de tradición en Cuba y orgullo también de los trabajadores, satisfechos por el nuevo sistema de pago que, a partir del cumplimiento de la norma y los requisitos de calidad, puede oscilar entre 6 000 y 25 000 pesos.
“Se implementó, además, otro modelo de gestión económica que nos permite la venta de tabaco, luego de cumplir todos los encargos estatales. Ya hemos asistido a las ferias de fin de semana y nuestros surtidos tienen muy buena aceptación”, manifestó la directora Oslaidi.
“Somos una fábrica inclusiva, donde no se discrimina a nadie y se trata con respeto a todos. Dentro del colectivo tenemos dos jóvenes egresados de la escuela especial del municipio que, luego de aprobar el curso como tabaqueros, son plantilla del centro. Uno llegó con algunos síntomas de autismo y hoy se encuentra plenamente integrado”.
Para consolidar el quehacer de esta UEB, Oslaidi contó con el apoyo y la atención de la empresa; mas, a su juicio, la fórmula, que no tiene nada de mágica, es el amor. “El amor que encontré en cada trabajador. Y la alegría. Son personas que te roban el corazón. Ahí, dentro de la galera, somos una gran familia”.
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