Parte baja del noveno, juego 3-2; en la pizarra, dos outs, bateador en 3 y 2… Shohei Ohtani poncha a Mike Trout, compañero de equipo. Aquel, el mejor de este planeta y MVP del Quinto Clásico Mundial. Este, mejor jugador de la MLB en los últimos 10 años, tres veces MVP, a las puertas del Salón de la Fama de Cooperstown y con el contrato más alto de Las Mayores (430 millones).
Quien pida más es un goloso. Y también un ciego, como los que se niegan a ver la evidencia. No pudo existir cierre más espectacular ni brillante para los mortales que tuvimos la fortuna de ser testigos de un evento de lujo. Porque tras esta escena, viva y real, aunque con ribetes dramáticos, no solo Japón ganó invicto su tercer título en una final soñada e inédita, ante Estados Unidos, en una porfía entre las dos mejores ligas del planeta.
Los nipones, de punta a punta, dieron una clase del béisbol que roza lo perfecto, derrotaron a los hasta entonces campeones en casa propia, en un LoanDepot Park que enseñó sus mejores luces. Excelso pitcheo y mejor aún manejo de este, jonrones, defensa, exactitud, carácter, coraje… Así pudo superar a un equipo que armó un dream team o un All Star, aunque extrañara mejor bullpen.
En medio de tanta brillantez, Cuba se precia de haber donado al evento también sus destellos. El regreso a los cuatro grandes de los Clásicos regaló días de emoción, euforia y pasión no solo a los cubanos. Aunque muchos hubiésemos querido una despedida menos aplastante ante Estados Unidos, llegar hasta semifinales sobrepasó las expectativas y los pronósticos de la mayoría, acentuados tras las dos derrotas iniciales.
Hay que decir que Cuba avanzó hasta donde le permitió el evento. Supo aprovechar la bondad de caer en el grupo más asequible o débil de los cuatro, sin ningún equipo de la élite, aunque tuvo que esperar por el favor de las matemáticas, y luego le sacó jugo al cruzarse en cuartos con un elenco como Australia, mucho menos fuerte que Japón. Cuando tuvo enfrente al rival más exigente hasta ese instante, la derrota 14-2 ante Estados Unidos enseñó las distancias de calidad y nivel, más allá del escenario matizado por las provocaciones, la hostilidad, la agresión y el odio de unos pocos de Miami, que atacaron la pureza del deporte, aunque desde el graderío primó el apoyo, tanto como desde otras geografías físicas y virtuales.
Mas, tanta orfandad de alegrías por años no hizo que el descalabro opacara la ilusión. Aprendimos a celebrar sin subirnos a un podio como muestra de madurez después de aquellos lutos nacionales como cuando regresamos de Beijing 2008 con la plata olímpica. En verdad hacía rato que un elenco no les lograba erizar la piel a sus seguidores que sufrieron, soñaron y amaron, e hiciera vibrar al país, robarle la atención por días y ganar admiradores en otras latitudes.
El Clásico nos regaló el liderazgo retomado de Alfredo Despaigne, las excelentes demostraciones de Erisbel Arruebarruena, Roel Santos, Yoelkis Guibert y Yadil Mujica; la entrega y alegría de Yadir Drake, el crecimiento en el box de los veloces Yariel Rodríguez, Raidel Martínez y Liván Moinelo; la calidad probada de Yoan Moncada, tercera base del Todos Estrellas y del relevista Luis Romero, muy consistente en el bullpen; la humildad y la paciencia de Armando Johnson…, en fin, la integración coherente y la capacidad competitiva que apareció antes de la semifinal.
Pero tras las mieles y luces, cuando bajemos de la nube del Clásico y aterricemos en la realidad terrenal sin encandilamientos, es preciso ver al evento más allá de la euforia, para que no nos pongamos a pedirle peras al olmo ahora que el 29 de marzo empieza la Serie Nacional en su versión 62 y en lo adelante vendrán los Juegos Centroamericanos y Panamericanos.
Regresamos a los cuatro grandes de este Clásico, pero no somos de la élite del mundo. Aunque lo asumimos como un triunfo de nuestro béisbol, este no es el visor ni la vitrina de este, ni mucho menos nuestro nivel. Para llegar hasta allí Cuba apeló a una fórmula de equipo mixto que funcionó. Habrá que aplaudir la incorporación de los emigrados en medio de tantas presiones y agresiones. Jugaron con ardor, sobre todo Moncada y hasta Luis Robert, aunque no enseñó todo el arsenal que se esperaba.
No todas las inclusiones fueron felices, como resultó el caso de Yoenis Céspedes, a quien llevamos por encima de otros a pesar de haber estado tres años sin jugar, o la de Lorenzo Quintana, que ahondó las dudas que se cernían sobre la receptoría y al final obligó a “improvisar” con Ariel Martínez, que, aunque es receptor, fue inscrito en el cuadro. También dejó en entredicho algunas estrategias, como mover una alineación ganadora para un partido crucial con tal de poner a Andy Ibáñez por encima de Yadil Mujica, eficiente con el madero y a la defensa.
Aunque merecidamente los acogimos como campeones, en realidad no lo fueron, deportivamente hablando. De los cuatro primeros, fuimos los más discretos como líderes de grupo con 2-2. Revisar el Clásico nos muestra como lecciones deficiencias en el corrido de las bases, la necesaria búsqueda de más jonroneros —un arma que casi todos los elencos tuvieron— y el hecho de que la elección de los rentados no debe encandilarnos al punto de mirar más el dónde juegas que el cómo estás en el momento de la elección.
El Clásico nos dejó sus luces y sus mieles, presencia garantizada en la sexta edición del 2026 y el próximo Premier 12. Y nos dejó, también, dos pelotas, pero de eso hablaremos después.
El Clásico, que rompió récord de teleaudiencias, seguidores en las redes y entradas a los estadios, valió la pena, aunque fuese para ver una final como esa o una semifinal de infarto entre Japón y México, y hasta para ver a Cuba por encima de otros más encumbrados.
Valió la pena para ver a Ohtani —un “extraterrestre”— lanzar 102 millas luego de consumir cinco turnos al bate, a pesar de ser de carne y hueso, así como al resto de las estrellas que prestigiaron el torneo ante otras que declinaron, o para ver que los nipones también tocan la bola cuando hace falta —como en el octavo de un juego decisivo— o le tiran al primer envío, si es bueno. Además, por decirnos que el béisbol, más allá de su exclusión olímpica, vive y apasiona, enamora y convoca, mucho más si es de altísima calidad.
Exacto y excelente!
Muy buen articulo Elsa y lo que mas satisface es que abordas los resultados por su nombre, sin asomo alguno de triunfalismo y contrario a la ceguera de un porciento de los aficionados que piensan que el hecho de haber logrado el 4to lugar, es ya un indicador de que estamos en la elite del beisbol internacional, vaya tamaña equivocación de quien piensa de esta manera y aprovecho para referirme a dos aspectos entre otros muchos que pudiéramos mencionar como lecciones de este clásico, el primero ya lo abordo Elsa y es el bateo de largo alcance por parte del equipo de EEUU y el de Japón y el segundo, que la mayoría de los pícher que integraron el equipo de Japón tenían entre 20 y 23 años y todos tenían un amplio repertorio de lanzamientos y tiraban la recta a mas de 95 millas y algunos que superan las 100 millas como es el caso de Ohtani y que para colmo es también un excelente bateador.
ahora la Nacional, reconocer que en Cuba es hoy la 3ra categoría, yo la desarrollara en un todos contra todos a una sola vuelta de 3 juegos y gana sin juegos extras el que acumule mayor % en ganados y perdidos, luego hago 2 torneos al unísono con 4 equipos cada uno, uno de 1ra categoría y otro de 2da. Cada 4 provincias cercanas forman los 2 equipos y cuando cause baja uno de la 1ra división por rendimiento, lesión u otra causa puedo subir uno destacado del 2do equipo y así mantengo el 1ro can la mayor calidad posible. Estos si llevan juegos extras para lo que se pueden diseñar fórmulas atractivas y que sirvan para elevar aún más el nivel.
En la formula que se adopte, hay que tratar de combinar dos elementos que a mi juicio son importantes, el primero es lograr una estructura que propicie el interés de los jugadores participantes y que se alcance el objetivo de elevar su desarrollo integral a niveles superiores a los actuales y el segundo, es que que la estructura motive el interés por el espectáculo por parte de los aficionados y de esta manera que la gente asista a los estadio a disfrutar de los encuentros y así revertir lo que ha estado ocurriendo, a nivel de todo el país, en las ultimas series precedentes con una perdida total de interés que se visualiza con los estadios completamente vacíos y hasta en la falta de seguimiento de los juegos que trasmite la televisión.