Cuatro paredes encierran una vida. Fotos en blanco y negro, otras en colores, casi todas raídas por el tiempo, adornan el cuartico de grandes balaustradas: allí repasa sus días cercanos a los 90 años. Allí la trovadora suple la guitarra por el bastón.
A ratos, con caminar trabajoso, señala a los camaradas que cuelgan de la pared, amigos de farras y tarimas, artistas de Trinidad y de toda Cuba. Allí laten los encuentros con grandes del pentagrama. Allí sonríe Pablo: hombre de corazón inmenso de quien vive agradecida.
“Él era y lo será siempre un maravilloso cantante y trovador, y una bellísima persona con un corazón magnífico, tuvimos una gran amistad, yo fui a su casa a La Habana y traje la guitarrita que me regaló, tuve ese honor”
El obsequio de Pablo Milanés cebó de acordes los años mozos de Isabel cuando las oficinas de la Empresa de Bebidas y Licores, la mantenían ocupada. La música era solo afición: todavía el manto de Santa Cecilia no le cubría totalmente sus cuerdas vocales.
Isabel repasa las instantáneas, cada una es un episodio matizado de aplausos; todas, un compendio de avales que otorgan un título: La Profunda.
“Esto está lleno de fotos, pero son fotos que tienen para mí un valor, porque en muchas están mis inicios en el canto y momentos inolvidables.”
Y es que el talento innato de la trovadora trinitaria lleva la impronta de Moraima Secada, Sara González, Silvio Rodríguez…
“Era cuando yo cantaba en la Casa de la trova, primero con un septeto que yo hice, y después como solista. Ahí están las fotos, vino Silvio y cantó, también Sara González, ella era para mí como una hija, su muerte me dolió mucho, siempre que venía a Trinidad me visitaba, se metía en este cuartico, pero nunca cantamos juntas, para que tú veas”.
Cuatro paredes encierran una vida: en su cuartico también las instantáneas que cuentan la visita familiar a Miami, solo una breve estancia, porque su Trinidad de chinas pelonas le invocaba.
La nostalgia se esboza en el rostro de Isabel, sus ojos azules cansados por los años y las luces, miran la guitarra, su única compañía, ahora sumida en el silencio.
“Eso ha sido para mí lo más malo que me ha pasado, porque morir, todos tenemos que morir, pero que yo no pueda tocar mi guitarra, eso ha sido mi muerte”.
“Ahora vienen a mi mente aquellos tiempos, cuando no te cansabas nunca, no te podías cansar, porque estabas junto a gente tan agradable, cantantes buenos, que hacían los segundos buenos, los tambores, muy lindo aquello, chico”.
Y en sus remembranzas aparece Enrique Pineda Barnet, que en su juventud viajó a Trinidad para sanar heridas del alma y encontró abrigo en la música y el beso de La Profunda.
Y es que el cuartico de Isabel Béquer fue oasis que alimentó espíritus. Allí, entre tragos y descargas, nació la frase que sus amigos de farras y tarimas repiten como una suerte de distinción: “El arpa es inmortal”.
Humilde,talentosa y querida, la profunda..trinintaria y cubana de pura cepa EPD…