Su casa es como un punto de referencia a la que todos llegan en busca de orientación y de apoyo para el desarrollo de cualquier actividad.
Por el camino que conduce a Gavilanes, justo en la loma de Charcón, donde las nubes rosan las palmas y el cielo se ve mucho más cerca que desde el llano, allí nació Elisa Fernández Turró, mujer diminuta y activa, que con sus 80 primaveras a cuestas no deja de estar presente ni de colaborar con las organizaciones de masas a las que pertenece, desde que fueron fundadas.
Tras el triunfo de la Revolución, cuando sacaron a algunas familias de la serranía para protegerlas del hostigamiento provocado por los guardias del Ejército de Batista y se las llevaron para una zona cercana a Santa Clara, ella, que por ese entonces era una joven enamorada, regresó a El Pedrero y aquí hizo vida conyugal, formó su propia familia y comenzó a ser parte importante de esta comunidad.
Dos hijas, una nieta y un bisnieto son el orgullo de Elisa, quien ha sabido combinar las labores domésticas y la responsabilidad que implica llevar las riendas del hogar, con cuánta tarea se presenta en el barrio, ya sea como activista sanitaria, secretaria del bloque de la FMC o como cederista.
“Quisiera poder hacer más, pero ya los años pesan”, expresa cuando piensa en todo el tiempo que ha estado organizando las reuniones o la fiesta por el 23 de Agosto, incluso, los encuentros con los niños y adolescentes que llegan hasta su casa para aprender a tejer o coser, como parte de un círculo de interés que ella desarrolla.
¿Cómo logra motivar a las jóvenes en este tipo de labor comunitaria?
“Es algo difícil en estos tiempos, pero no imposible, porque en la medida que las muchachitas vean que uno es capaz de hacer cosas por la organización, entonces se van sumando, solo es preciso ser ejemplo y convocarlas para que sigan el camino que nosotros iniciamos hace tantos años. Yo marcho al frente, pero para desarrollar cualquier actividad salgo en busca de los jóvenes, recientemente por el 8 de marzo organizamos tremenda fiesta y el punto de encuentro fue mi casa, aquí nos reunimos, nos disfrazamos, intercambiamos regalos, platos elaborados por las propias mujeres, cantamos, se dijeron poesías, en fin, fue algo lindo que unió a varias generaciones”.
Con su manera de hablar pausada, pero segura, Elisa va recorriendo cada una de las etapas vividas, esas que permanecen muy bien guardadas en su memoria. “A mi edad nada me asusta, por eso cada vez que pienso en dejar a un lado las tareas para dar paso a las nuevas generaciones, llegan otras encomiendas como las relacionadas con los programas de adelanto o el de empoderamiento de la mujer y siento que debo ser parte de los mismos”.
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