Sentada en el sillón de su casa entrecruza las manos. Frunce el ceño, mientras escucha qué queremos saber. Una vez hechas las preguntas, su rostro va volviendo a la tranquilidad. Conoce al dedillo cada una de las respuestas. Nadie mejor que ella para hablar de los encantos y desafíos del campo.
Al tomar el hilo de la conversación María Teresa Castillo habla bajito, sin apuro. Repasa cada etapa de su vida en la comunidad yaguajayense de Llanadas Arriba, ese lugar rodeado de montañas al que la vida quiso que llegara. Aquí, en lo más intrincado del norte espirituano, se encarga lo mismo de las siembras y de las aves de corral que de los quehaceres domésticos.
Y es que en la finca Las Minas esta mujer es el brazo derecho. Para ella los días comienzan mucho antes de las cinco de la mañana. Entre la colada de café y los preparativos del desayuno, ubica en una esquina de la casa la guataca, el sombrero y las botas que la ayudan a escalar el terreno escabroso sobre el que ha plantado una variedad de cultivos.
Mas, en este terreno agroforestal María Teresa también produce carbón vegetal. A esta labor se unen su esposo, su padre y su hijo. La prueba está en los surcos de sus manos, en las curvas prolongadas debajo de sus ojos, y en el olor a carbón en plena quema que se siente por los alrededores.
“Mi esposo era carbonero y yo aprendí con él. Hoy por hoy sé armar el horno y hacerle todo lo que lleva. Esto es algo serio, complicado y trabajoso. Lo primero que hay que hacer es picar y enderezar la leña. Después, abres el plan donde vas a hacer el horno y lo comienzas a armar.
“Armarlo y darle la terminación da trabajo. Por ejemplo, nosotros lo tapamos con guano. Hay personas que lo cubren con yerbas, pero las que se necesitan para eso aquí no las tenemos. Entonces, buscamos el guano de las palmas; le echamos la tierra, y se le da la candela para que queme completo. Luego lo enfrías, y lo sacas hasta que lo llevas para el saco.
“Todo lo que se hace en un horno de carbón es trabajoso. Su duración depende del tamaño que tenga y de la calidad de la leña. Nosotros hemos tenido algunos que se han pasado 10 y hasta 15 días de quema. Si se usa una leña acabada de cortar, el horno demora más, y da mucho trabajo para la quema. Si es una leña más seca, quema fácil y rápido, aunque sea grande”, detalla María Teresa, y sus ojos resplandecen de alegría.
Durante estos años de labor ha hecho carbón vegetal para la venta en divisas a partir de especies como el marabú y el júcaro; en tanto, aprovecha el algarrobo indio para producir el de moneda nacional. A cada uno de ellos le pone el empeño que precisan las grandes obras.
Con 54 años sobre sus hombros, esta mujer llega todos los días hasta las tierras en las que, a golpe de trabajo duro, posee cultivos de maíz, frijol, café, yuca y otras plantaciones para el consumo familiar. Jamás olvidará cómo ella y su familia derrumbaron un terreno empinado sobre piedras para hacerle parir frutos a la tierra.
“El terreno no es llano, es alto y está sobre piedras. Para poder sembrar aquí, primero se chapeó y después, a guataca, limpiamos todos los bordes de la tierra. Así empezamos y llevamos cerca de tres o cuatro años que todo lo que sembramos, lo cogemos”, resalta la fémina, mientras recuerda que empataban los días para enderezar aquellas tierras.
María Teresa suelta estas palabras sin vanagloria alguna. Su mayor mérito es haber hecho todo lo que ha soñado de verdad. Quizás ha sido su entrega y la voluntad de no rendirse nunca lo que ha hecho que su finca Las Minas brille dentro de Llanadas Arriba. Tanto es así que, para encaminar sus derroteros, recibe el apoyo del Proyecto Conectando Paisajes.
“Desde el año 2016 este proyecto nos ha ayudado bastante. No solo hemos recibido instrumentos de trabajo como carretillas, palas, machetes, guantes, alambres, y grampas, sino que hemos sido privilegiados con el conocimiento, que es lo más que agradecemos. Gracias a la mano de Conectando Paisajes hemos aprendido a trabajar la agricultura sin dañar el medio ambiente”, recalcó.
Por ello, no pierde las fuerzas para seguir. Todos los días sale a trabajar duro. No entiende de perder el tiempo y, mucho menos, de abandonar sus cultivos. “La tierra hay que producirla. El que produce tiene comida. Es verdad que los años están malos, y muchas veces son muy secos, pero la tierra siempre da algo”, confiesa la campesina.
Con este pensamiento ha alcanzado lo que tiene hoy. Quizás porque nunca tuvo miedo y se atrevió, o porque sabe de sobra que el empeño y las ganas de hacer vencen el mayor de los obstáculos. “La agricultura me gusta, me entusiasma, porque el simple hecho de sembrar una matica, voltearla, y verla crecer, a mí me alegra muchísimo”, refiere Teresa.
María Teresa Castillo no es una mujer de otro mundo. Está ahí, en las montañas de Llanadas Arriba. Nunca ha querido apartarse de aquí. En este lugar tiene su familia, sus vecinos y su finca Las Minas, un sitio donde lo mismo se respira olor a carbón que se siembra sobre las más empinadas tierras.
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