En sus palabras los nombres no suenan a pacientes y, mientras los va mencionando uno a uno: Yankiel, Kateleane, Roxana…, quien la escucha cree que habla de familiares; acaso, ya lo son, aunque luego revele que a ellos la han ido atando los lazos sanguíneos que solo teje el amor.
A la doctora Valia Concepción Ulloa le ha crecido con los años la familia que ha adoptado consulta a consulta, examen a examen, desvelo a desvelo. Y quizás por esos nexos inexplicables para la razón puede recordar, sin ninguna historia clínica delante, la fecha exacta en que dio la certeza de un diagnóstico complejo; las veces que se ha parado al pie de una cama en Terapia Intensiva cuando alguno de sus casos ha requerido ingreso allí; el rostro mustio de los padres al saber a los hijos enfermos; el beso en la mejilla del pequeño que, a pesar de tantas inyecciones, ya le dice amiga; las llamadas a deshora en busca de algún consejo…
Porque con la Medicina ha ido profesando a diario lo que ha aprendido con su fe: sanar y servir a los otros siempre. Y ahora que las preguntas le hacen confesar tantas emociones vuelve a descubrirse en la doctora que ansió ser desde pequeña y que de grande, sin sospecharlo siquiera, ha logrado crecer tanto.
“Escogí Medicina porque esa sí fue mi pasión desde niña —dice quien hoy es especialista de primer grado en Medicina General Integral e Inmunología—. Mi papá era chofer y yo me ponía su camisa blanca y las puyas de mi mamá y decía que iba de guardia —cuenta mientras la voz se le va rasgando y ahogando al borde de las lágrimas—. La Medicina sí ha sido una pasión en mi vida siempre. Vuelvo a nacer, soy médico”.
A la Inmunología llegaba también casi por el mismo enamoramiento y por destino. “Cuando en pregrado el doctor David Luna me dio clases de Inmunología les dije a mis compañeros de aula: Voy a ser o dermatóloga o inmunóloga y ellos me dijeron: ‘No, los inmunólogos se vuelven locos y andan por ahí así como contando y tú no vas a ser porque aquí en Sancti Spíritus eso nunca entra.
“Cuando llega el concurso no bajan Dermatología, de la cual yo era alumna ayudante, a no ser para los estudiantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y yo no era de las FAR. Entonces pedí Inmunología”.
Le llegó cuando aún estaba de licencia de maternidad e Isaac, su hijo mayor, solo contaba con nueve meses de vida, cuando tenía que perder los pies —literalmente— pedaleando desde la Universidad de Ciencias Médicas a las doce del día para amamantar al niño y regresar a estudiar, cuando las fuerzas le fallaron ante la densidad de aquel primer seminario.
“Inmunología fue algo que Dios permitió en mi vida y me enamoro de ella porque veo que se relaciona con todas las especialidades médicas y ese enfoque interdisciplinario me cautiva.
“He perseverado hasta aquí. Lleva mucho estudio y, bueno, mi niño se adaptó a estudiar conmigo hasta las tres de la mañana. El chiquito es diferente, me dice: ‘Mamá, acuesta, vamos, vamos’, y tengo que acostarme con él y levantarme luego a estudiar. La Inmunología te permite implicarte en la vida de todos los pacientes, porque cualquier paciente que vemos, sea un niño o un adulto, cuando empezamos a involucrarnos en su dieta, su rutina diaria, ya vamos formando parte de su vida”.
Pudieran dar fe muchísimos casos. Bastaría remontarse casi una década atrás cuando la adolescente que hoy es Kateleane llegaba a la consulta de Valia, entonces residente de Inmunología, tras aquellas neumonías a repetición que siempre terminaban en Terapia Intensiva. Sería el primer diagnóstico de la doctora Valia —y uno de los dos que hoy existen en la provincia— de una de las enfermedades inmunológicas tan infrecuente como agresiva.
“Es una deficiencia rara porque es un déficit de células NK y el diagnóstico fue casi una casualidad, porque son pocos los casos con esa inmunodeficiencia en el mundo. Le hicimos todo el estudio del sistema inmune aquí en Sancti Spíritus, todo daba normal, le poníamos tratamiento y la niña seguía en Terapia y entonces le hicimos el estudio de subpoblaciones y tenía un déficit de células NK y empezamos a inmunomodularla. La vemos tres veces al año en consulta y la niña no ha ido más a Terapia Intensiva.
“El otro caso es Roxana, que tiene un déficit clásico de células NK. Llega a mi consulta remitida por periodoncia por una periodontitis prepuberal, le hacemos las subpoblaciones linfocitarias que dan un déficit de células NK, la hemos inmunomodulado, padecía de otitis e infecciones fúngicas antes de cumplir el año que se han mejorado y no ha tenido otra complicación.
“Todos estos diagnósticos los hacemos en equipo, los discutimos en colectivo, repetimos los exámenes para no dar un diagnóstico erróneo porque una inmunodeficiencia primaria es una inmunodeficiencia primaria, estás diciendo que tienes una enfermedad que se relaciona con infecciones frecuentes, enfermedades autoinmunes donde tu propio organismo te daña y también con procesos oncoproliferativos”.
Tal vez por esa sensibilidad que le brota mientras desgrana las palabras no le ha costado, ni pesado jamás, involucrarse. Y desde la más límpida de las sinceridades les habla a los padres de las complejidades de las patologías y, también, de los cambios en los estilos de vida, de los riesgos que pueden disminuirse entre todos… a la vez que les va abriendo las puertas de su casa y de su alma.
Mas, aunque a sus consultas lo mismo llegan adultos que niños y todos reciben los cuidados por igual, a la madre doctora que es le ganan sus afectos los más pequeños.
“Atender a los niños nunca es un sacrificio, es algo especial, porque los niños son lindos, son sinceros, genuinos y eso es lo que más me cautiva de ellos. Si te quieren, te quieren y si no te quieren, te lo dicen; pero te dan una puerta para que tú seas su amiga”.
Lo ha sido por los años de los años. Como ha sucedido con Yankiel, el paciente al que con 37 años de edad y una inmunodeficiencia primaria por déficit de IGG, diagnosticada hace alrededor de ocho años, aún acompaña hasta las consultas con el cirujano para tratar su litiasis vesicular.
Valia ha sido la doctora amiga de sus pacientes y amiga de sus amigos. Tanto que algunos diagnósticos todavía no le han sanado.
“En el 2021 tuve dos diagnósticos que cambiaron mi vida. Uno fue el de una amiga de Medicina, que me llamó para que la viera porque estaba llenándose de forúnculos y cuando me empezó a explicar le dije: Vamos a ver a un hematólogo, porque cuando me describió la clínica y los resultados de los complementarios sabía que tenía un proceso oncohematológico. Pero a Valia no le gusta tomar las decisiones sola ni pensar sola y cuando los hematólogos la vieron tenía una leucemia aguda, y era mi amiga.
“El otro diagnóstico complejo fue una compañera de aula de mi niño que llegó a la consulta de Inmunología porque tenía unas lesiones en la piel y la maestra de mi niño me la trajo. Cuando vi eran unos hematomas gigantes que no me gustaron y llamé al hematólogo para que la vieran. Los análisis arrojaron que tenía una pancitopenia; es decir, tenía hemoglobina, leucocitos y plaquetas disminuidos y el diagnóstico final fue una anemia de Fanconi, que es una inmunodeficiencia primaria por un fallo medular, y la niña falleció ese mismo año. Eso me marcó”.
Detrás de cada caso hay una historia de desgarros y de complicidades, de recaídas y levantadas, de tratamientos y sanación. Detrás de Valia hay una retaguardia que viene a ser su mejor antídoto: la madre que cuida a sus dos niños para que pueda trabajar sin premuras, el padre que es también sostén y el esposo que se consagra lo mismo a los hijos que a las tareas hogareñas.
Por eso también ha podido superarse y, a la par de su labor asistencial, convertirse en máster en Urgencias Médicas y alcanzar el título de profesora auxiliar delante de aquellos muchachos de pregrado y posgrado a los que los enseña a ser buenas personas y mejores médicos.
¿Has errado en algún diagnóstico? ¿A quién le has fallado?
Como persona puedo fallarles a muchos, incluso, no ser lo que otras personas aspiran; pero en la parte de los diagnósticos de inmunodeficiencias primaras, me esfuerzo mucho para no fallar y si me pasa me dolería mucho, con el corazón.
Siempre hacemos discusiones y siempre está eso de tratar de hacerlo cada día mejor y más perfecto, soy muy perfeccionista, pero eso no quita que, tal vez, le haya podido fallar a alguien. No es mi deseo.
Yo me entrego a la consulta, a mí se me puede olvidar dónde pongo las llaves de mi casa, pero no se me puede olvidar el tratamiento, lo que les vi a las personas que atiendo. Mis consultas no las hago corriendo, aunque tenga dos niños y mi mamá esté operada y le cueste trabajo, yo me entrego y trato de palpar, de examinar y de dar lo mejor de mí, si algo sale mal yo hice todo lo mejor posible para que no saliera. No es nada tal vez especial, pero yo me entrego de corazón”.
Es una doctora maravillosa,acudí a ella desesperadamente y me trasmitió una confianza que salí muy satisfecha de la consulta,me atendió en un pasillo del hospital por la desesperación que me veía.Estoy muy agradecida con ella.Bendiciones,ojalá todos los médicos tengan esa pasiencia y esa consagración.Le deseo éxitos!.
Sin dudas es una de las mejores profesoras que bajo el techo de una casa de altos estudios no encuentra impedimentos para transmitir con sus habituales motivaciones y vívidas anécdotas el conocimiento que con tanta gracia , ternura , entrega y demás enriquecidas habilidades impregna en la conciencia y acervo de sus estudiantes. Más que agradecido estoy de todas y cada unas de sus conferencias y ni hablar de sus historias (aunque reconozco que sus preguntas generan cierto estrés jjjj )
Que bueno que alguien recuerda al Profe y gran docente David Luna Gonzáles…..