Ni aquel día cuando apenas se había puesto par de veces la bata blanca, luego de graduarse de licenciado en Enfermería, renunció. Quizás aquella urgencia era solo el presagio de todas las que estaban por venir, de lo que sería su vida de allí en adelante: una guardia de 24 horas durante los siete días de la semana, porque a la corta su casa, allá en Los Pinos, se iría convirtiendo, acaso, en otro consultorio de puertas abiertas para todos.
Lo anunciaron los gritos de Misladis, la madre de aquel bebé, que llegó a deshora a la casa de Aramís con el niño ennegreciéndosele entre los brazos y con el socorro a punta de los labios. Lo recuerda más de una década después el licenciado en Enfermería Aramís Concepción Hernández y no deja de estremecerse.
“Yo apenas me había graduado —confiesa a Escambray cuando las preguntas lo interrogan a propósito del Día Internacional de la Enfermería—. Un niño me hizo una broncoaspiración por un buche, tenía 9 meses y tuve que salir corriendo con la ropa que andaba. La mamá me llamó, porque no llegaba al carro hasta que lo alcanzamos y llegamos al materno, lo aspiraron y, al final, el muchachito se quedó bien. Tiene ya 7 años, se llama Ronny”.
Sería la primera de muchas experiencias. En el consultorio No. 11, perteneciente a la comunidad rural de Los Pinos, en Cabaiguán, donde comenzó a trabajar cuando terminó la licenciatura, luego de laborar tres años en la ESBEC Clodomira Acosta, de La Yamagua, atendería lo mismo reacciones a la penicilina que iría asistiendo a quien lo llame aunque sea en medio de la madrugada.
Sin descanso. Será por ese empuje que le crece desde las más puras vocaciones de ayudar a sanar a los otros que lo mismo hace guardia en la Sala de Hospitalización, de Cabaiguán, que va a la CPA Juan González, si lo llaman, o a Santa Lucía, donde lo necesiten.
Y sin asomo de heroicidad alguna lo comparte: “Presto ayuda a algún colega mío de Manaquitas, la Nueva Cuba, cuando ellos están de guardia vienen y me buscan. Atiendo a los pacientes donde quiera que haga falta. Yo lo hago desinteresadamente. Trabajar, trabajo en cualquier lugar”.
Tanto que la prueba de fuego de ese altruismo llegó con la covid; tanto, que aún no se explica cómo pudo alargar los días casi más de 24 horas para salir del centro de aislamiento que fue el círculo infantil Bello Amanecer e incorporarse, luego, a las guardias del Hospital y no dejar de tener al día el consultorio.
“Yo no sé cómo resistí cuando la covid. Salía del círculo, iba a Los Pinos, vacunaba a las personas, iba al consultorio y adelantaba el trabajo del Programa de Atención Materno Infantil. Fue una experiencia muy dura trabajar con todo ese riesgo, con mucho miedo por contagiar a mi familia que son personas enfermas y tuve que trabajar en tres lugares”.
Pudo por esa convicción que lo sostiene de ayudar a los demás siempre, por la vocación que le fue creciendo cuando cuidó a su madre enferma en aquella sala de hospital y supo que ser enfermero era su vida toda.
“Yo he trabajado en varios lugares, pero lo que más me gusta es el consultorio. Esa es mi comunidad, mi gente, esa es la familia de uno y una cosa muy importante es trabajar donde vives.
“Cuando la covid lo mío era vacunar y el círculo, pero yo por amor a mi profesión, a mi lugar, a mi comunidad siempre prestaba servicio en mi consultorio, incluso, muchas personas poscovid también los atendía en Los Pinos y en otros lugares.
“Yo pude haber sido médico, pero no quise porque lo que verdaderamente me gusta es ser enfermero, trabajar con el paciente, hacerle todos los procederes que lleva”.
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