En medio de un encuentro desarrollado recientemente en Sancti Spíritus entre varias generaciones de ferroviarios, Ramón Corrales García nos contó su historia. No se trata de un recuento simple, toda vez que este hombre fornido, de carácter alegre y de memoria prodigiosa, habló de múltiples experiencias dentro del sector, desde que comenzó a trabajar en 1970 hasta la actualidad.
“En aquel entonces trabajaba en la zona de Sopimpa, en el montañoso municipio de Fomento, allí comencé como reparador, luego fui camina vía, después pasé una escuela en Santo Domingo para poder desarrollar mi labor”. Rememora Ramón, a la vez que nos muestra uno de los primeros carnés que le entregaron en la década del 70.
“Yo tengo una larga historia en los ferrocarriles, recuerdo el día en que se partió el puente ferroviario sobre el río Agabama, estaba lloviendo mucho y habíamos salido con 13 compañeros de la brigada desde Casilda, donde llevábamos cuatro días reparando el vial por un descarrile que se había producido en la toma de petróleo, en las cercanías del Puerto y luego de concluir las labores decidimos regresar a Fomento”, explica Corrales.
En su viaje de regreso la brigada de reparadores de vías y puentes atravesó toda la línea férrea desde Casilda a Meyer bajo un aguacero. Todos viajaban en el motor de vía y en dos remolques donde llevaban, también, los instrumentos de labor y unas planchas de acero. “Al llegar a las inmediaciones del puente estaba la policía —cuenta Ramón—, era por la tarde y los compañeros de la PNR nos dijeron que no debíamos pasar, porque ellos notaron que el puente estaba como tambaleándose. Yo lo miro de lejos y lo veo recto, entonces me dije, pasar este puente en este motor de vía es como pestañear y decidimos lanzarnos.
“Lo hicimos a la máxima velocidad, como a 70 kilómetros, pero cuando estaba en el mismo centro del puente sentí como que el motor me cabeceó, casi se sale de los rieles. Así llegamos a Manacal de Línea, que queda como a un kilómetro del puente, corrimos para el teléfono público, para llamar y saber si podíamos seguir rumbo a Sopimpa, entonces ya estaba la noticia de que el puente ferroviario Agabama se había partido en dos”.
¿Qué sentiste?
“Bueno, no te niego que me ericé de pies a cabeza, me temblaron hasta los dientes de imaginar lo que podía haber pasado, pero cuando uno es joven hace cosas sin pensarlo. Por suerte, pasamos sin problema, aunque todavía, a la vuelta de tantos años, cierro los ojos y pienso en ese momento, era el afán por llegar a la casa, con la familia, luego de varios días fuera y trabajando duro en lo del descarrile de Casilda.
“Lo cierto es que nosotros fuimos los últimos en pasar por ese puente, a solo unos minutos de diferencia antes de su desplome. Recuerdo que hasta donde la vista alcanzaba, no se veía el agua del río, solo una paliza que arrastraba la crecida: palos, palmas, gajos de árboles. Fue una ceiba, muy grande, que estaba en la zona de Cristina, en Sopimpa, la que al caer al río arrastró la enorme paliza hasta impactarse contra las columnas del puente”.
¿Qué otras historias recuerda?
“En otra ocasión, antes del desplome del puente, regresaba en la chispita de Trinidad y choqué con la cañera La Guineíta, que tiraba caña para el central Ramón Ponciano, eso fue en el kilómetro 56. Rolando que era el maquinista en ese entonces, se llevó el derecho de vía. Por suerte, yo alcancé a tirarme, me golpeé todo el cuerpo, pero sin males mayores”.
Con el paso del tiempo Corrales fue Jefe de Distrito en la Línea Central, luego se mudó para Cabaiguán y comenzó en esas mismas funciones, en la localidad de Guayos. Ya jubilado y reincorporado, trabajó como jefe de brigada, pero desde hace un tiempo se le ve de un lado a otro de la línea desempeñándose como camina vía, un oficio aparentemente fácil, pero que tiene muchos requerimientos.
“Fíjate, cuánta historia tengo acumulada —añade el ferroviario—. Me acuerdo que por muchos años fui compañero de Elpidio Hernández, el maquinista del motor de vía que condujo a Fidel durante su recorrido por la línea desde Fomento hasta Manaca Iznaga; sin embargo, ese hombre, ya fallecido, nunca se vanaglorió de tal aventura, creo que ni siquiera lo mencionó. Eso se supo después a raíz de un trabajo que publicó el periódico”.
¿Y qué es para usted ser camina vía?
No es un trabajo fácil y sí de mucha responsabilidad, yo me levanto bien temprano y salgo a recorrer toda la línea férrea entre Cabaiguán y Guayos, reviso detalladamente los puentes, las conexiones, si falta un tornillo, si la traviesa está en mal estado, son diez kilómetros de recorrido y lo hago despacio para que no se me escape ningún detalle, luego hago un informe de los problemas encontrados y sobre esa base se programa la reparación o el mantenimiento.
¿Ama el ferrocarril?
Con toda mi alma, yo siempre digo que tengo sangre ferroviaria, será porque soy uno de los obreros con más años en este sector, por eso no puedo dejar de caminar entre rieles y mientras hago mi trabajo, me vienen a mente todos esos recuerdos.
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