13 de agosto de 1959: La estrategia de Fidel abortó la conjura (+fotos)

En territorio trinitario quedó frustrada, hace 65 años, la conspiración yanqui-batistiano-trujillista, primera operación dirigida por la CIA contra la Revolución cubana

El Comandante en Jefe demostró en Trinidad su prestigio como estratega. (Fotos: Archivo).

A finales de 1957 el Gobierno de Estados Unidos decidió poner en práctica alguna medida para evitar el triunfo del Ejército Rebelde, brazo armado del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Desde entonces la Agencia Central de Inteligencia comenzó a crear las condiciones para introducir una “tercera fuerza” ajena al tirano Fulgencio Batista y al líder insurgente Fidel Castro Ruz, que fuera capaz de tomar el poder en Cuba y deslegitimara la continuidad de la lucha revolucionaria.

El grupo insurreccional denominado II Frente Nacional del Escambray (II FNE) bajo el mando de Eloy Gutiérrez Menoyo, que se había establecido en el macizo montañoso del centro del país, fue proyectado como una de las variantes a utilizar en función de la “tercera fuerza” que se necesitaba para oponer al MR-26-7.

El 5 de febrero de 1958 arribó al Escambray el agente de la CIA William Alexander Morgan, quien en poco tiempo supo ganarse la con­fianza de Gutiérrez Menoyo, de tal manera que este lo ascendió directamente a comandante y lo designó jefe del Departamento de Organización General, que en su concepción constituía una especie de estado mayor.

El 27 de junio el oficial de la CIA John Meckpless Espíritto se presentó en esa región con cobertura de periodista y corresponsal del diario The Havana Post para hacer filmaciones sobre el II FNE y atribuirle mayor relevancia frente al MR-26-7. Inmediatamente se dedicó a la tarea de establecer un centro de inteligencia en las montañas para buscar información sobre las guerrillas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, monitorear la situación del II FNE y controlar al agente William Alexander Morgan.

En diciembre de ese mismo año, cuando era inminente la derrota del Ejército batistiano, en respuesta a una indicación formulada por el Gobierno de Estados Unidos a varios gobiernos latinoamericanos con el propósito de impedir el triunfo de la Revolución cubana, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo le ofreció a Fulgencio Batista cinco mil hombres armados para detener el impetuoso avance del Ejército Rebelde. De acuerdo con los planes trazados esa poderosa fuerza debía intervenir en Cuba el 6 de enero de 1959.

Parte de las armas enviadas por el tirano Trujillo para masacrar al pueblo de Cuba.

Pero en horas de la madrugada del 1ro de Enero Batista huyó del país junto con sus principales colaboradores y se produjo el inevitable triunfo de la Revolución cubana, lo que frustró la intervención militar extranjera en la guerra de liberación que el Ejército Rebelde había llevado a cabo exitosamente en todo el territorio nacional a lo largo de los últimos dos años.

El 16 de febrero Fidel Castro asumió como Primer Ministro, y la Revolución comenzó a dar los pasos iniciales para el cumplimiento del Programa del Moncada y el desmantelamiento del estado burgués.

El 26 de marzo durante una reunión del Consejo de Seguridad Nacional el director de la CIA Allen W. Dulles mostró su preocupación por la evolución de los acontecimientos en la isla, por lo que el Presidente Dwight D. Eisenhower tomó la decisión de derribar la Revolución a cualquier precio. 

La principal medida se realizaría a través de la V Reunión de Consulta de Cancilleres de países miembros de la Organización de Estados Americanos, a realizarse en Santiago de Chile, entre los días 12 y 17 de agosto, y el pretexto para sentar a Cuba en el banquillo de los acusados se fundamentaba en la falacia de que la Revolución era culpable de la inestabilidad en el Caribe.

Para lograr el pretexto que se perseguía, a través del oficial de la CIA Frank Bender, la CIA influyó sobre Trujillo para que les diera continuidad a los frustrados planes de ayuda a Batista, y desarrollase nuevas medidas de enfrentamiento contra los revolucionarios cubanos, a un nivel lo suficientemente alto como para que se justificase la convocatoria a una reunión de cancilleres de la OEA.   

Mientras tanto, en Cuba se apoyaba a un grupo de revolucionarios anti-trujillistas encabezados por Enrique Jiménez Moya, que habían participado en la lucha contra Batista. Sin embargo, aunque una ayuda de esa naturaleza a fuerzas políticas de otro país tenía varios antecedentes en la región, ese tipo de asunto nunca se había considerado con suficiente entidad como para que se valorara en una reunión de cancilleres de la OEA.

Contando con el apoyo de algunos representantes de la mafia italoamericana asentados en el hotel Capri, en La Habana, Trujillo atrajo nuevamente a William Morgan y a través de este a Eloy Gutiérrez Menoyo, con el propósito de fomentar un levantamiento armado en el Escambray, que sería apoyado por el desembarco aéreo de ex militares batistianos y de una fuerza mercenaria internacional a la que se denominó Legión Anticomunista del Caribe.

A principios de abril, tras varias semanas conspirando junto con Trujillo, para organizar un levantamiento contrarrevolucionario que respaldara una invasión militar desde República Dominicana, ante el temor de ser descubiertos Morgan y Menoyo decidieron informar a las autoridades cubanas la situación en que se encontraban involucrados, para emerger en ese instante como “héroes” y esperar otra oportunidad que les permitiera derrocar la Revolución definitivamente.

A partir de entonces, la Dirección revolucionaria asumió el control de la situación, dando inicio a un juego operativo dirigido magistralmente por Fidel desde el punto de vista político, diplomático, militar y de contrainteligencia, frustrando una operación que desde la óptica del Dictador dominicano y su jefe de Inteligencia Militar Johnny Abbes García, garantizaría el derrocamiento de la Revolución Cubana.

El joven Manuel Cisneros Castro fue designado para mantener las comunicaciones radiales de forma permanente con la Inteligencia Militar trujillista, mientras un grupo de combatientes del Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde cumplirían importantes tareas clandestinas en la penetración y el control de los complotados.

En dos viajes realizados a Miami en abril y mayo, Morgan coordinó los planes con el cónsul dominicano en esa ciudad coronel Augusto Ferrando y con el sacerdote Ricardo Velazco Ordóñez representante especial de Trujillo en la operación que se preparaba.

Camilo acompañó a Fidel en las acciones para neutralizar la conspiración.

Velazco Ordóñez viajó a Cuba en junio para precisar la participación en la conjura de un grupo de representantes de la alta burguesía criolla, encabezados por Arturo Hernández Tellaheche y Bernardo Caíñas Milanés, quienes actuarían en coordinación con ex militares batistianos que mantenían fuertes vínculos con la Embajada de Estados Unidos en La Habana. Para controlar a este singular visitante, el DIER designó un chofer que actuando como agente se mantuvo todo el tiempo junto al sacerdote durante su estancia en la capital.

El 28 de julio en otro viaje realizado por Morgan a Miami recibió de Augusto Ferrando una fuerte suma de dinero, además de una antigua lancha torpedera convertida en embarcación de recreo, pero cargada de armas y pertrechos de guerra. De acuerdo con las indicaciones recibidas, una parte de ese cargamento debía desembarcarse en los cayos de San Felipe y Los Indios, próximos a la Isla de Pinos. Las restantes armas serían descargadas por vía aérea en las cercanías de Trinidad, a fin de abastecer a los hombres presuntamente sublevados en esa región.

Estas indicaciones revelaban que se trataba de un plan de más amplio alcance con la participación de otras fuerzas, encaminado a crear una situación de inestabilidad interna en Cuba que le facilitara un pretexto al Gobierno de Estados Unidos para intervenir militarmente en la isla.

El 6 de agosto Morgan zarpó de Miami en dirección a La Habana, llevando consigo 78 750 dólares, cuarenta ametralladoras calibre 30, varios fusiles y suficiente cantidad de municiones, todo lo cual había sido entregado por el Cónsul dominicano para hacer llegar a los “sublevados”.

Cuando se conoció que Morgan regresaba, Fidel decidió iniciar la operación que neutralizaría las acciones enemigas, planteándose como principales objetivos arrestar a los conspiradores en la capital, ocupar el dinero que los latifundistas y Trujillo iban a proporcionar a la contrarrevolución, hacerse de las armas que se habían adquirido en el territorio estadounidense, y derrotar a las fuerzas que osaran invadir el país.[1]

Al día siguiente, Fidel indicó iniciar las detenciones de los elementos participantes en la conjura que radicaban en La Habana, Managua y San Antonio de los Baños. Junto con el Máximo Líder de la Revolución participaron en el arresto de los complotados en la capital los comandantes Ramiro Valdés Menéndez, Juan Almeida Bosque, Efigenio Ameijeiras Delgado y Augusto Martínez Sánchez, entre otros jefes y oficiales del Ejército Rebelde.

La próxima decisión tomada por Fidel fue inspeccionar personalmente la región de Isla de Pinos, donde no se detectó ninguna señal de enterramientos de armas.

El 9 de agosto, durante una reunión del Consejo de Ministros, Fidel informó sobre las medidas de neutralización del complot que se fraguaba. Acto seguido indicó al canciller Raúl Roa García que viajara a Santiago de Chile para asistir a la V Reunión de Consulta de Cancilleres de países miembros de la Organización de Estados Americanos, con la misión de denunciar la conspiración internacional contra Cuba y rechazar cualquier propuesta que pusiera en tela de juicio la soberanía de la nación. Lo acompañarían el ministro de Economía Regino Boti León y el subsecretario de Estado Marcelo Fernández Font.

Ese mismo día, en horas de la noche, un avión de la Fuerza Aérea dominicana sobrevoló la carretera de Cienfuegos a Trinidad, pero ante la falta de iluminación existente en una pista de aterrizaje que el II FNE había improvisado frente a la playa El Inglés, el piloto decidió regresar a su base en Ciudad Trujillo.

El 11 de agosto, alrededor de las dos de la madrugada, una segunda aeronave C-46 dejó caer muy cerca de la mencionada playa, veinticinco paracaídas con cuatro cajas cada uno que contenían catorce mil proyectiles de diferente calibre. Una parte de los paracaídas cayó en el mar, pero las fuerzas revolucionarias recuperaron todo el cargamento.

Al día siguiente Fidel Castro y Camilo Cienfuegos arribaron al aeropuerto de Trinidad, en cuyos alrededores ya se encontraban desplegadas las Fuerzas Tácticas de Combate del Ejército del Centro bajo el mando del comandante Filiberto Olivera Moya y un grupo de combatientes del II FNE leales a la Revolución dirigido por el comandante Lázaro Artola Ordaz.

Para apoyar a las fuerzas revolucionarias en esa región, una tropa dirigida por el comandante Demetrio Montseny Villa había arribado al aeropuerto de Trinidad desde la provincia de Oriente, con indicaciones expresas del comandante Raúl Castro Ruz para proteger la vida de Fidel ante cualquier eventualidad.

Lo ocurrido entonces fue fruto de la genialidad del Comandante en Jefe, al hacer creer al enemigo que la región se encontraba tomada por fuerzas contrarrevolucionarias, con el objetivo de ocupar todo el armamento que enviaran por vía aérea y neutralizar rápidamente a los batistianos y trujillistas que participaran en la planificada invasión procedente de República Dominicana.

Fue tan creíble el teatro de operaciones instalado, que resistió una inspección en el aeropuerto de Trinidad del sacerdote Ricardo Velazco Ordóñez, quien viajó expresamente en el tercer avión cargado de armas como “enviado especial” de Trujillo, y pudo apreciar en el terreno a una compañía de supuestos rebeldes armados que disfrazados de campesinos gritaban ¡Viva Trujillo! entre otras expresiones contrarrevolucionarias.

Antes de retirarse, alrededor de las siete y treinta de la noche, Velasco Ordóñez entregó a los “sublevados” diez bazucas con sus municiones y parque calibre 30 y 50, 3 000 pistolas y cinco radios portátiles entre otros accesorios.[2]

Las comunicaciones radiales con Ciudad Trujillo tenían como fondo el ruido de las explosiones, el tableteo de las ráfagas de ametralladoras y el eco de los disparos que tenían lugar en los combates ficticios que se desarrollaban en los alrededores del aeropuerto de Trinidad. Al regresar a su destino Velazco Ordóñez le informó a Trujillo que ya disponía de todas las condiciones para realizar un desembarco exitoso en la región central de Cuba.

El 13 de agosto, alrededor de las ocho de la mañana, aterrizó en el aeropuerto de Trinidad el cuarto avión trujillista, con un cargamento de pertrechos de guerra y once tripulantes encabezados por Luis del Pozo Jiménez hijo del ex alcalde de La Habana como “enviado especial” de Trujillo y Roberto Martín-Pérez Rodríguez hijo de un connotado esbirro batistiano que se había marchado de la isla en el mismo avión de Batista.

Seis de los tripulantes proyectaban quedarse en el “teatro de operaciones” y a los otros cinco les correspondía precisar en un mapa los lugares que serían objeto de ataques aéreos, definir las misiones que cumplirían las fuerzas invasoras y después regresar para informar personalmente a Trujillo.

El líder de la Revolución despidió el duelo de los combatientes caídos en la operación.

A una señal previamente convenida, un grupo de combatientes bajo el mando del comandante Filiberto Olivera Moya arrestó a los que pensaban quedarse en Trinidad. Mientras tanto, otro grupo dirigido por el comandante Lázaro Artola Ordaz procedió a la neutralización de los tripulantes que habían permanecido en la nave.

Cuando Artola expresara: “¡Qué buenas están las granadas que nos enviaron!”, los combatientes que se encontraban dentro del avión procederían a detener a los visitantes. Pero antes que se produjera la señal convenida el combatiente Oscar Reytor Fajardo hizo un gesto para manipular su arma, lo que fue advertido por el excapitán Francisco Betancourt, quien abrió fuego. Otros combatientes ripostaron la agresión.

Por parte de los tripulantes de la nave murieron el excapitán Francisco Betancourt y el exteniente Carlos Vals; y resultó herido el exteniente coronel Antonio Soto Rodríguez. Por parte de las fuerzas revolucionarias hubo dos muertos y nueve heridos. Los caídos fueron el primer teniente Eliope Manuel Paz Alonso y el civil Frank Hidalgo Gato. Entre los heridos estaba Oscar Reytor Fajardo, que falleció 42 días después.

Cumpliendo indicaciones de Fidel, el 14 de agosto los comandantes Raúl Castro Ruz y Manuel Piñeiro Losada arribaron a Santiago de Chile con las pruebas materiales y documentales de esta conspiración internacional, y el canciller cubano Raúl Roa denunció la operación subversiva del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba, donde la pieza fundamental era la V Reunión de Consulta de Cancilleres de la OEA que se celebraba en esa ciudad.

Esa noche, durante una comparecencia por la televisión cubana Fidel expresó: “Es evidente que hay actividad contrarrevolucionaria desde el primer momento… […] Esto forma parte de una gran trama internacional contra la Revolución […] parte de una conjura gigante […] que es la conjura de una serie de intereses nacionales y extranjeros, de tipo económico, de tipo político […]”.[3]

La derrota de esta operación subversiva del Gobierno de Estados Unidos contra la Revolución cubana, la primera de una larga cadena de agresiones que ahora arriba a su aniversario 65, puso de manifiesto el excepcional calibre del Comandante en Jefe Fidel Castro como estratega político y militar, y el apoyo masivo del pueblo cubano a las ideas liberadoras que él representaba.

*Dr. C. Pedro Etcheverry Vázquez, director del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado

**Dr. C. Andrés Zaldívar Diéguez, especialista del Memorial de la Denuncia


[1] Fidel Castro Ruz: “Comparecencia ante la televisión nacional para explicar al pueblo las acciones realizadas para liquidar la conspiración trujillista”. 14 de agosto de 1959.

[2] Revista Bohemia, Año 51, No.34, “Vida, pasión y muerte de una conspiración”, 23 de agosto de 1959, pp.77-91 y 96-98.

[3] Periódico Hoy, 15 de agosto de 1959.

Pedro Etcheverry Vázquez* y Andrés Zaldívar Diéguez**

Texto de Pedro Etcheverry Vázquez* y Andrés Zaldívar Diéguez**

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