Antes de acceder a ser entrevistado, Murga pasa la mano izquierda por sus labios. Siempre la izquierda, dice, porque es la del corazón, y porque para hablar de Fidel uno debe limpiarse la boca primero.
Con la añoranza de quien rebusca en media centuria de recuerdos y el esfuerzo propio de los años, retorna a la época en que trabajó, codo a codo, con el hombre que siempre deseó conocer.
“Cuando triunfó la Revolución yo era un guajirito de 19 años con muchas ansias de aprender y echar pa’lante en la vida. De no ser por la Generación del Moncada, hoy seguiría siendo analfabeto, pero si llegué a segundo, sexto y octavo grados y luego me hice técnico del arroz y conocí Italia en calidad de trabajador cubano fue gracias a la Revolución.
“Para corresponder tanta benevolencia siempre soñé con ver a Fidel y decirle personalmente: Gracias por todo, Comandante. Sin embargo, en aquel entonces, ¿qué iba a saber yo lo que me depararía el futuro?”.
Cuando regresó de Europa, Evelio fue enviado a Niña Bonita, un complejo técnico donde se comenzó a experimentar con variedades de arroz existentes para hallar otras nuevas y más productivas. Allí, comenta, tuvo la oportunidad de su vida: saludó y hasta abrazó a Fidel, no una, sino mil veces.
“Nos caía como del cielo y sorprendía al panel entero a mitad de faena. Iba a diario: primero pasaba por donde estaba Ubre Blanca (la famosa vaca de los 40 litros de leche) y luego veía a sus hijitos, como cariñosamente llamaba a las maticas de arroz. En esa gracia, lo tuve casi dos años muy cerca. ¡Qué tiempos!
“Imagina su confianza en el proyecto, que al regresar de un viaje a otro país o de una gira de provincia, primero les echaba un ojo a los cultivos y después llegaba a casa. En más de una ocasión, lo sorprendí de madrugada, campo abierto, con una linterna en la mano”.
Pero los mayores logros fueron en la Estación Experimental La Coca. Allí se obtuvieron las variedades de arroz esperadas. Una de ellas, la mejor, quedó bautizada con el nombre de la institución y fue también en ese lugar donde ocurrió el suceso.
“Él no preguntó directamente, pero tuve que asumir porque yo era el técnico”.
Ese día, Fidel estaba más interesado que nunca en los nuevos granos. “Cuando abrió la boca, no pensamos que nos iba a coger con una mano alante y la otra atrás, porque nosotros hacíamos cada trabajo genético que le roncaba el tarro. Sin embargo, partió el bacalao al medio”.
Hoy Murga se burla del suceso, pero en aquella sala nadie se atrevió a mostrar ni la más ligera sonrisa cuando a aquel hombrón de verde olivo le picó la curiosidad:
—Sí, pero yo tengo una duda. ¿Cuántos granos de arroz tiene una libra?
Que Fidel preguntara y no hubiera respuesta era inconcebible. “Todos nos miramos perplejos. Recuerdo que lo primero que me pasó por la cabeza fue: Dios mío, este hombre está loco”, mas al ver su cara entendí lo que pedía. Fidel quería que de La Coca salieran los mejores técnicos e ingenieros, así que, luego de recapacitar, descubrí que él solo exigía una preparación que rozara la perfección que necesitábamos”.
Aun así, la interrogante estaba abierta.
“Eso depende del tamaño del grano, Comandante. Deben ser miles”.
—¿Y el Coca, por ejemplo?, añadió divertido.
-—“Bueno, Comandante, yo… Disculpe, no tengo idea.
Todavía a Murga se le llenan de lágrimas los ojos por la vergüenza de ver al hombre que lo inspiró en su vida con aquella tremenda cara de inconformidad.
“Al final tuve que contar tres veces para saber cuántos eran. No recuerdo con exactitud, pero anoté 16 000 y pico. Y, oye, el tipo me tuvo un día entero contando”.
Por cosas como esa estamos como estamos
Hoy vas a contar menos
Cada dia dan menos
Una libra es una libra, aunque te den menos libras en la libreta