Una colega me ha instado, en reiteradas ocasiones, para que escriba sobre las tantas anécdotas y diálogos que se suscitan en los coches, el medio de transporte que utilizo casi a diario para llegar al periódico. Hasta este momento me había negado rotundamente porque, al igual que en una cola de pan, de pollo, de salchichas o en la bodega, los temas que se debaten son los que están a la orden del día: los apagones, el precio de los alimentos, la falta de pan, el bloqueo interno que lacera el prestigio de algunas instituciones, los que se van, los ancianos solos y otros tantos.
Pero en esta ocasión un asunto tratado por varias compañeras de diferentes edades me llamó en extremo la atención porque, aunque se ha abordado en reiteradas ocasiones por todos los medios y vías posibles, no deja de preocupar y ocupar a muchos: el uso extendido de los celulares en los menores de edad.
Mi alarma se activó cuando una de las “pasajeras” bien compuesta, como diría mi abuela para referirse al modo de vestir de alguien, le contaba a la de su derecha que el hijo de apenas seis años no quería levantarse para ir a la escuela porque, según ella, se había acostado cerca de las dos de la madrugada jugando con el celular.
“Lo vestí medio dormido y así lo dejé en el aula, pero si quiere trasnochar, que se atenga a sus consecuencias”, le decía sin mucho rodeo a la otra.
Abierto el diálogo se formó el careo entre quienes viajaban en el coche: “En mi casa el celular tiene horarios —aclaró una—, porque sé el daño que causa en la visión y hasta para adquirir algunas habilidades, por eso a mi niño le controlo su uso, no dejo que lo lleve a la escuela y después de las ocho de la noche está prohibido el juego”.
“Pues yo aprovecho cuando mi niña está entretenida con el celular y es mucho lo que adelanto, a ella le encantan los muñequitos y con apenas cuatro años manipula este aparato mejor que cualquier adulto”, señaló una joven.
En unos 20 minutos de trayecto se expusieron disímiles de ejemplos del uso excesivo de los teléfonos móviles, y aunque sí reconocieron lo perjudicial que implica, para ellas lo más importante resulta tenerlos entretenidos para poder adelantar en los trajines hogareños.
Todas coincidieron en que actualmente los niños no tienen otra distracción, porque para salir a pasear hay que tener un camión de dinero y ya ni la televisión pueden ver por los apagones, pasan los días muy aburridos; “¿qué podemos hacer?”, se preguntaron.
Una abuela expuso el ejemplo de su nieta, nacida en plena covid. “Mi nuera para protegerla y evitar el contagio con otros niños no la puso en el círculo y la dejó que usara su celular por largas horas y eso le provocó retardo en el lenguaje y también que la niña se comporte de manera agresiva, la estamos tratando con varios especialistas, eso nos tiene muy preocupados a todos en la familia”, manifestó algo afligida.
El tema estuvo en debate hasta que llegamos a la parada final y tomamos rumbos diferentes. Entonces yo, que no pude dar mi criterio al respecto porque simplemente no me dejaron, me hice el compromiso de escribir sobre este asunto, para una vez más alertar: ¿saben todos los padres que la exposición prolongada de los niños a los teléfonos celulares puede tener efectos notables en su desarrollo físico y psicológico?
Los especialistas en salud mental, oftalmólogos, neurólogos y pediatras coinciden en advertir que el uso de los dispositivos electrónicos por los niños durante largas horas cada día perjudica su desarrollo normal y les ocasiona trastorno de sueño, problemas de conducta e incluso de depresión infantil y ansiedad, con riesgo de generar adicción en casos extremos.
También subrayan que la exposición excesiva es perjudicial porque puede acelerar el crecimiento del cerebro y asociarse con déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y falta de autocontrol; así como el riesgo de trastorno bipolar, psicosis y conductas agresivas.
Es cierto que hoy día resulta complicado utilizar otros métodos de entretenimiento para los pequeños, sobre todo en casa, pero hay que buscar el tiempo porque ellos necesitan jugar al aire libre, participar en actividades físicas y desarrollar hábitos saludables que les servirán para toda la vida. Una vez más la alerta está hecha. Es muy lamentable que, aun conociendo las consecuencias negativas que implica el uso excesivo de los celulares en los pequeños, muchos padres sigan apostando por entregarle el suyo a su hijo.
A veces resulta complicado equilibrar en la cuba actual de los últimos tiempos.
Es más menos estresante para los padres ahora por el facilisimo tecnológico mantener entretenido a los niños con los productos de turno. Y también más barato, sobretodo si es familia numerosa. Y no es algo solo de aquí, esa dependencia tecnológica en mayor o menor ocurre en todos lados del mundo.
Lo más peligroso, y de lo que nadie habla, viene siendo cuando las personas se unen a la tendencia de estar con el teléfono cuando transitan y tecleando en plena caminata. Perdiendo toda noción del entorno que le rodea. Y no lo sueltan ni aunque les pisoten las gomas de bicicletas o les pase el carro por arriba.
Estamos creando una generación de «Zombies telefónicos» ya los veo pasar que parecen robots, los llamas y ni caso hacen, realmente es preocupante la situación, se lo dices a los padres del daño que le estan haciendo y el caso del gato.
Muy cierto, es preocupante como los padres solo les interesa su comodidad y no se preocupan por sus hijos.