Cuando caminas Cuba es como estar en una pasarela barroca donde se mezclan colores, gustos, costumbres y creencias que llegaron de múltiples confines para hacer de lo cubano un inmenso arcoíris de más de siete colores.
Nuestra identidad tiene muy pocos rasgos de autoctonía. El escaso desarrollo de la cultura aborigen hizo que sus costumbres y tradiciones fueran extinguidas, en lo fundamental, por la de los colonizadores españoles que priorizaron la espada.
El asentamiento de los sectores poblacionales españoles que arribaron a la “isla grande” durante los siglos XVI y XVII estuvo marcado por el catolicismo como sello ideológico y sostenido por el hato ganadero como estructura económica predominante.
En la medida en que el hato le dio paso a la plantación y el ingenio azucarero se adueñó de la economía criolla, la naciente burguesía apeló a un proceso anómalo de buscar fuerza de trabajo esclava para la industria.
Lo que fuera una desgracia económica se convertiría entonces en una suerte cultural para Cuba. Con el proceso de trata negrera los campos y ciudades del nuevo mundo se fueron poblando de africanos traídos para las labores agrícolas y domésticas.
Los “negociantes de negros” montaban en los barcos a los pobladores africanos de diferentes tribus, regiones y culturas que al desembarcar en puertos cubanos y ser distribuidos para las actividades económicas fueron formando un mosaico que ha dejado su huella por siglos en la formación de nuestra identidad.
Fue un proceso profundamente heterogéneo. Los yorubas, los congos, los carabalíes, los mandingas, los arará y los iyesá poco a poco fueron dejando atrás su identidad para pasar a formar parte de la naciente nacionalidad cubana.
Su raza se mezcló con la blanca, la china, la japonesa; sus guerreros se fundieron con los santos católicos; sus cantos y bailes se sumaron a los venidos de España y del reto de las tradiciones que se asentaron en tierra criolla para formar con el tiempo lo auténticamente cubano.
Del continente negro llegaron los “cazados” como animales con su escasa vestimenta, pero con su rica idiosincrasia. No les era permitido traer más recurso que su cultura; por eso se acomodaron y adaptaron el mundo que encontraban en su nuevo hogar para mantener viva el alma africana en su nueva vida.
Vendidos como cualquier objeto trabajaban para dejar el sudor y la sangre en el suelo mientras llenaban los cofres de dinero de sus amos. Atendieron los deseos de sus compradores para evitar castigos y cuando sus mínimos reclamos desataron las fura de sus dueños se alzaron para dejar sus vidas o parte de su cuerpo en el intento viril del cimarrón.
No fue por voluntad que juntaron sus deidades a los santos católicos y sus piedras de río a lujosos altares. Lo tuvieron que ganar con lágrimas hasta que el machete mambí les dio la libertad. En la manigua redentora construyeron la Nación junto a blancos, asiáticos, árabes y norteños.
No fueron suficientes tres guerras perdidas y una República mediatizada para realizar del negro todos sus derechos. Discriminación, exclusión, odio y rechazo fueron una parte de la historia mal vivida por la tradición africana, mientras de la otra nacían los mulatos, los blancos creían en Elegguá y los negros usaban guayaberas.
El tiempo fue poniendo curas, mientras muchos nacidos acá dieron su esfuerzo en regiones africanas desde los proyectos emancipadores con las armas en la mano, otros levantaron paredes, curaron enfermos, enseñaron en aulas o formaron campeones.
Ni las garantías del proyecto social colectivista y constructivista que llegó con la Revolución triunfante de 1959 ha podido saldar la deuda eterna con África. Dondequiera que el color de la piel o una creencia sean barreras o se tenga que poner en ley jurídica lo que debe ser una ley natural del bien público, la obra no estará completa y África no será completamente nuestra.
Mientras tanto, cada 25 de mayo es menester poner una modesta ofrenda en el pedestal que los cubanos le debemos a la parte nuestra pintada de negro, a cada momento de los siglos fundacionales con sangre y fuego que nos dieron el premio de tener en cada espacio una parte de África entre nosotros.
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