La agonía del agua

En el barrio de Jesús María los vecinos padecen la sed provocada por tuberías obsoletas, falta de inversiones y otros males que los obligan a buscar alternativas constantes para acerca el líquido a sus hogares

Especial de Escambray En el corazón de Jesús María

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La cubeta de 36 litros pesa. ¡Y cuánto! Pero no más que la carga que por años han levantado Milagros y Juana en el mismísimo corazón de Jesús María, donde el agua se escabulló por varios conductos.

 Este “viaje” es para la bodega El Cisne, donde esperan las vasijas. “Hay que tenerlas fregadas para cuando venga la leche, ahora terminé con el yogur”, describe Milagros De las Mercedes Martínez Marín, la administradora y enseña sus brazos cansados. “Tenemos que hacerlo y ellos (los brazos) tienen que aguantar”, dice Juana García Rivero, quien no sufre lo mismo en su casa: “Tengo turbina”, la solución de muchos para extraer el agua que pasa por las obsoletas tuberías.

Para mitigar la sed colectiva también sobreviven con pozos, cisternas. “Llevamos 30 años así, sin agua —enseña María Victoria Pérez—, se han creado comisiones por CDR para ir al Gobierno, se ha dicho en rendiciones de cuenta, aparece en todos los informes, han venido compañeros de Acueducto y Alcantarillado, dicen que lleva una inversión, que estamos en zona seca y que hay un deterioro muy grande en las redes, pero nunca se ha cambiado una, hasta me han dicho que haga algo por los combatientes, pero les he dicho que esto es un asunto de Gobierno”. Lo es, asiento para mis adentros. ¿Y no les traen agua en pipa?, inquiero: “Más nunca se ha visto ninguna desde que Leticia era delegada y traía dos a la semana, todos cogían un poquito”, afirma.

La agonía con el agua está en los hombros y en el alma de la comarca.

“¿Quieres ver gente cargando en cubos, en tanques, incluso si hay apagón? Dé otra vueltecita por la madrugada, la noche, para que vea la gente con carretillas y la madre de los tomates —me invita a confirmar Jorge Luis Piloto—, sabemos las situaciones que hay, pero cada vez que uno va a Acueducto ya botaron al que había venido a prometernos una solución”.

Clara Luz Sánchez le caza la pelea: “Por la madrugada velo el apagón, esto es: en sus marcas listo y ya, cuando llega, ¡corre!, yo quito, tú pones, a veces se pasa cinco días y no viene”.

“Mira, escribe ahí que de aquí para allá —y su mano se pierde hasta las cercanías del Cabildo— están renegados a pagar el agua”, me dice una mujer que salta los “pocitos” de la calle. Otra agua se desborda mugrienta donde la calle Guillermón Moncada casi se cruza con el balneario: “Vinieron, destupieron, pero siguió igual”, detalla Roberto Campuzano.

Cuando único corre el agua es cuando se inunda la calle Varela final y llega hasta las casas. Entonces los vecinos desearían que se colara en las tuberías y acabara con el calvario multiplicado en el Edificio 1, hasta donde subió Escambray para comprobar las marcas de la sequía, la dejadez, la desatención.

“Aquí hicieron una sola cisterna para todos los edificios, el agua caía normal, pero dejó de caer”. Y desde ahí, rememora Ricardo Pérez Fiallo, empezó a dar vueltas. “Llegué a la UMIV (Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda). Me dijeron que la turbina no tenía la capacidad, cuando me metí por dentro y fui a varias partes, empezaron a decirme: ‘No hay tubería, no hay esto, lo otro’; fui a Cubahidráulica, donde vi una tonga de mangueras, me dijeron: ‘Ve a Acueducto’. Y cuenta el peloteo que vivió a pie por semanas de un organismo a otro. Todo fue hasta un día en que le dije a la gente: Voy a sacarle el pie. Habían botado hasta el director de la UMIV, nos vendieron corriendo una turbina grandísima sin cheques ni nada, se pagó con dinero que recogió la gente del edificio”. Y me la enseña, nueva de paquete, en su caja, mientras a metros está la cisterna, ya convertida en refugio de escombros y los vecinos esperan para saber qué paso con las fotos que la funcionaria de la UMIV tiró alguna vez, algún año.

Casi todos los padecimientos del barrio los ha podido curar el doctor José Francisco Pineda, menos el del agua. “No entra y la cisterna está echada a perder, está infectada. ¿Qué hago?: chupar una manguera en mi casa a las diez de la noche para llenar un tanquecito de 55 galones y pasar el día. Lo del agua está en terapia y sin resucitar”.

Es el planteamiento que más moja la libreta de Geannys Pennycooe Jonás, la joven delegada de la Circunscripción 133, quien lo heredó de sus antecesores. “Afecta a todos, pero más a esta circunscripción. Lo he visto con la Dirección Provincial de Acueducto porque es un planteamiento viejo, quedamos en que iban a venir acá y tener el vínculo directo con el pueblo, hay problemas con los recursos, lleva inversiones, pero hay que seguirlo, no nos podemos cansar. Muchos le ven a Jesús María la parte negativa, pero la gente tiene sensibilidad y se suma cuando uno le toca las puertas”.

Le sucede igual a Norge Yero, delegado de la Circunscripción 132: “A fin de paliar un poco la situación se han puesto ‘ladrones’ para cogerla cuando hay disponibilidad en la conductora, y lo de las pipas, los electores no se me han acercado a pedirlas”. Eso de que no las solicitan lo corrobora Dayamil Rodríguez Rodríguez, presidenta del Consejo Popular: “Los compañeros de Acueducto han estado arreglando salideros, se han hecho otras acciones, aunque faltan cosas”.

Y mientras degusta una taza de café, cortesía de la gente buena que allí habita, la reportera aclara a la mujer que, frente al Cabildo, subió sus brazos hacia el cielo. Escambray no les traerá el agua porque no la tiene, pero mojará sus páginas y espera que lo hagan también quienes tienen el encargo de empapar, en algo, la sequía que parte en dos a Jesús María.

Elsa Ramos

Texto de Elsa Ramos
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2014, 2018 y 2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas deportivos.

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