Confieso que apenas puse la puntera del pie derecho dentro del organopónico El Estadio, en el reparto de Los Olivos 1, se fue a bolina mi intención de hacer un gran reportaje provincial acerca de la agricultura urbana, suburbana y familiar, una de las razones, por cierto, que avalan la sede otorgada a este territorio para que Cuba entera festeje desde Sancti Spíritus la efeméride del 26.
Y confieso, además, que al sacar de ese lugar el talón de mi zapato izquierdo me dije lo que ahora reitero: si todas las ciudades, pueblos y asentamientos tuvieran uno o varios espacios así, la gente no estaría pidiendo ensalada hasta por seña, miles de familias degustarían mejor los alimentos que muchas veces por arte de magia logramos situar sobre la mesa hogareña, y el organismo humano tendría bases más sólidas para defender su salud.
ASALTO A MANO LIMPIA
Lo mejor fue ni avisar. No por temor a que Alberto Gorrín Martín, al frente del organopónico, montara una vitrina, sino porque lo natural es lo natural. Fíjense si es así que, al instante, me invita a pasar, deja lo que está haciendo y empieza a hablar de canteros, cultivos, semillas y cosechas, con el dominio y la pasión que tal vez no tenga en asuntos relacionados con la rutina de su propio hogar.
«Es que llevo 25 años en esto –comenta animado–. Aquí, en estas 0,60 hectáreas, paso más tiempo que en mi casa, con un equipo pequeño pero gigante (cinco trabajadores que no me fallan ni a mí ni a quienes vienen a comprar productos).
«La prueba está en que hacemos todo lo posible por mantener siempre el área en completa explotación. Lo nuestro es sembrar, cosechar, vender y que la gente resuelva problemas. Cantero listo pero ocupado es mercancía en lento movimiento. Y eso no es bueno para nadie»
Vecinos del reparto, o quienes vienen desde «un poquito más lejos» para ver qué pueden comprar, saben que, si bien El Estadio no es la excelencia, hay posibilidades de encontrar lechuga en cualquier mes del año, a la par de acelga, col china, habichuelas, pepino y otros vegetales muy demandados por la población.
Por eso no es extraño hallar, en pleno verano, algo tan inusual como el tomate placero, empatarse con el ají cachucha y el chile picante mexicano o resolver apuros gracias al macito de ajo puerro, cebollino, cilantro isleño e, incluso, algo que no abunda en huertos y organopónicos del país: el apio, que además de venirle muy bien a ciertos platos, es buscado por muchas personas para combatir enfermedades como la llamada «gota», según refiere Alberto.
¿A PRECIO DE LECHÓN ENFERMO?
–Todo eso está muy bien; ahí veo los canteros, desafiando los efectos de las últimas lluvias, al fondo una verdadera arboleda plantada desde que nació esta criatura productiva; pero… ¿qué hay de los precios hoy?
La sonrisa que aflora en el rostro de Alberto es tan criolla y transparente como la frase que dispara al momento: «Aquí vendemos a precio de lechón enfermo. No abusamos. Cada uno de nosotros tiene necesidades que solucionar, la vida está cara, pero nuestra intención no es hacernos ricos ni cosa parecida. Puedes preguntar. Hasta antes de ayer, por ejemplo, estuvimos vendiendo lechuga a 25 pesos el mismo mazo, que por la calle cuesta 80 y cien pesos».
Minervy Aragón González, empleada en el punto de venta, ha notado la diferencia entre el ajo puerro que ellos venden: diez pesos, y el que se oferta en la feria: 60.
Tal vez por ello, personas como Julio Ramírez, vecino del reparto, se ha habituado a dar su vueltecita por el organopónico, «sobre todo para comprar especies y algún que otro vegetal».
–¿Infiero que trabajan sobre la base de un plan?
–Claro que sí: nuestro plan es no tener ni un cantero vacío; cosechamos y al momento estamos sembrando otra vez, intercalamos cultivo para sacarle más provecho a la misma área, tratamos de producir nuestro abono natural porque hasta el estiércol de ganado se ha perdido, y cuando te lo venden, cuesta un ojo de la cara… El plan consiste en producir todo lo que podamos, y que la gente se vaya contenta porque, dicho sea de paso, la población compra aquí todo lo que seamos capaces de cosechar.
–¿Cómo te las arreglas con la semilla?
–Sencillo: la produzco, la busco, la compro, la invento…
Miro hacia el cantero donde el Pelusa (uno de los trabajadores) echa rodilla en tierra, y el asunto me queda más claro que el agua: sin semilla todo esto estuviera peor que San Nicolás del Peladero.
El tiro de gracia, sin embargo, lo propina el propio Alberto, al mostrar una vasija con diminutas semillas. Son de cilantro isleño. Hay suficientes como para no carecer. En otro recipiente conserva pequeñísimas semillas de perejil. Tienen su historia.
«Un día recibí un sobrecito. Fue de los que nos aportó el brasileño Frei Betto. En la primera cosecha logré una cantidad muy pequeña, pero aquello fue aumentando y debo decirte que le voy a hacer una donación a Elizabeth Peña Turruelles, la jefa nacional de nuestro Programa, para ayudar a otras provincias necesitadas.
«Pero te digo más: en el refrigerador tengo un bolsito con semillas de una lechuga que importamos. Es muy resistente, de calidad, con buen sabor y guapa hasta en los meses del verano…».
–Te voy a interrumpir una vez más: ¿Pudieras decirme en qué refrigerador…?
–En el de mi casa, por supuesto.
No necesito más. Pudiera llenar páginas enteras con datos acerca de las ocho unidades empresariales de base asentadas en igual número de municipios, los más de 1 600 espacios en agricultura urbana, 9 840 fincas suburbanas, 44 000 patios o parcelas, entre otras cifras que constan en informes… pero prefiero no salir de este pequeño organopónico, cuyos cinco trabajadores afincan la bota cada día para tenerlo sembrado de bote en bote, vaciarlo en un abrir y cerrar de ojos, replantarlo a igual velocidad y vender finalmente a precio de lechón enfermo. ¡Salud, salud!
EPÍLOGO:
- Nadie imagine que en El Estadio todo está resuelto. Como en todas partes, hay insatisfacciones dentro de su propio colectivo y en quienes acuden a comprar. Ojalá llegue el día en que las hortalizas y vegetales sobren.
- Si alguien discrepa o no cree lo dicho… vista hace fe. El organopónico, Alberto y los demás están ahí, a la mano.
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