Cuando aún esta isla no se había sacudido del diluvio del huracán Oscar y continuaban llegando graneadas historias sobre proezas de salvación humana desde Guantánamo, que nos provocaban un salto en el estómago, los meteorólogos cubanos ya ponían sus ojos en una amplia área de nublados, situada en el mar Caribe Central. Sin aspavientos, advertían acerca de la posible evolución de aquella mancha, que pintaba de blanco las aguas profundas y azules. Era el 3 de noviembre en la noche.
Más que curtido en estas lides y poniendo oídos a los vaticinios del Instituto de Meteorología (Insmet), el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil había decretado, a las cinco de la tarde de ese domingo, la fase Informativa para las provincias desde Camagüey hasta Pinar del Río, incluido el municipio especial de Isla de la Juventud. Aquel sistema de bajas presiones daba mala espina no solo a los especialistas del Insmet.
Poco a poco, los pronósticos dejaron de ser pronósticos. Al día siguiente, el noticiero Al mediodía, de la Televisión Cubana, informaba del nacimiento de la depresión tropical 18. Un avión de reconocimiento reportó el hallazgo. A mitad de mañana, el organismo ciclónico se localizaba a unos 310 kilómetros al sur de Kingston, Jamaica.
A media tarde del propio 4 de noviembre, ya daba señales de vida una nueva tormenta tropical, bautizada como Rafael. Por consiguiente, y atendiendo a su posible trayectoria, pasaban a la fase de Alerta todos los territorios del occidente del país. Antes de las ocho de la noche, Rafael alcanzaba la categoría de huracán, el onceno de la actual temporada.
Sancti Spíritus amanecía este miércoles en Alarma ciclónica, junto a Villa Clara y Cienfuegos, al igual que las provincias occidentales. Se sabía que por este pedazo de Cuba Rafael no pondría sus “pies”; sin embargo, los expertos presagiaban lluvias que reventarían los pluviómetros. Por fortuna, todo quedó en pronósticos.
Más de una confirmación dejó el huracán Rafael, que tocó tierra cubana por un punto de la costa sur de Artemisa, pasadas las cuatro de la tarde del 6 de noviembre. Ante todo, la prioridad que le concede el Estado y el Gobierno a la preservación de las vidas humanas; por ello, aunque, si bien las anunciadas intensas precipitaciones no daban razón de ser, el Consejo de Defensa Provincial ordenó la evacuación de las personas residentes aguas abajo de los embalses y de otras zonas proclives a inundaciones por la crecida de ríos.
Por tal motivo, nuevamente los pobladores de Tunas de Zaza y El Médano volvieron a hacer las mochilas y permanecieron a buen resguardo en instituciones educativas de la capital, entre estas el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas Eusebio Olivera, la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez y la Escuela Pedagógica Rafael María de Mendive.
Otra vez, profesores, maestros y personal administrativo sirvieron de anfitriones; otra vez, las manos tendidas, como obraron, también, aquellos familiares y amistades, que acogieron en sus casas a evacuados, debido a los ya referidos peligros de inundaciones. Sépase que más del 90 por ciento de los protegidos en esta oportunidad —la cifra total rebasó los 11 000 en la provincia— lo hizo bajo este sistema de albergamiento, o sea, en viviendas.
Otra vez, Salud Pública garantizó los servicios vitales, incluido el ingreso en el Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos de una treintena de pacientes, quienes reciben tratamiento de hemodiálsisis, procedentes de Trinidad, La Sierpe y Sancti Spíritus y residentes en lugares vulnerables.
Otra vez, los organismos y entidades resguardaron sus bienes y recursos económicos. Otra vez, los agricultores adelantaron las cosechas; los radioaficionados se mantuvieron activados, y los medios de prensa estuvieron donde nació la noticia, incluso, luego de la descononexión del Sistema Electroenergético Nacional.
Nuevamente, prevaleció la disciplina de la población; y cuando afloró la indignidad humana, hubo gente para enfrentarla, como el joven médico del Policlínico Centro, quien se lanzó a correr detrás de aquel ciudadano que le acababa de arrebatar una cadena a una señora en plena calle y logró neutralizarlo, con el apoyo de otros espirituanos. Sobrevino, después, una mar de aplausos. Eran pasadas las diez de la mañana del jueves; a esa hora, Rafael proseguía alejándose de Cuba.
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