Al servicio de la cantina (+fotos)

Cubanísimo hasta la médula, Amaury Cepeda, defiende con todas las armas una carrera que por azar llegó a su vida y, de golpe, lo aupó a la élite mundial

Amaury es el único espirituano ganador del Grand Prix Internacional de Coctelería Havana Club con un coctel que hace alusión a la cultura aborigen. (Fotos: Ivette Ortiz/Escambray).

Rebosa carisma y simpatía. Quizá por esa misma razón, miles de visitantes demanden su servicio en la Taberna Yayabo, uno de los centros gastronómicos más concurridos de la red extrahotelera en la urbe espirituana.

Proveniente de una familia reconocida por estos lares, lo unen lazos consanguíneos con el estelarísimo pelotero Frederich Cepeda y la prestigiosa cantante Ivette Cepeda. Pero, en su caso, la cantina le abrió las puertas al mundo de la fama y, con el paso del tiempo, todavía se disciplina bajo el sexto sentido de la coctelería.

Sucede que Amaury es un ser de luz, no solo porque aupó la cantina espirituana a lo más alto, cuando conquistó premios de renombre como el primer lugar del Fabio Delgado In Memoriam y al coronarse Campeón en el Grand Prix Internacional Havana Club, ambos en 2016, sino porque supo escalar peldaños viniendo de abajo; ello realza su virtuosismo

Directo al hablar y siempre con una sonrisa a flor de labios, ha sabido ganarse la admiración de quienes lo conocen y no vacila en compartir toda su sapiencia con las nuevas generaciones de cantineros.

¿Cuál es la fórmula?, ¿el secreto del éxito?

Estudiar hasta el cansancio y situar a la familia del lado de la profesión, nunca detrás pero sí al lado; ambas son prioridad para que las cosas salgan bien. Cuando uno está en armonía con quienes comparte la vida, te da la posibilidad de pensar mejor.

¿Cómo descubre sus aptitudes por la cantina?

Yo comencé como mecánico de autos, fui electricista automotriz. Después, en el año 1996, empecé a trabajar en el Café Central, ahí me inicié como ayudante de cocina y pasé al salón de dependiente porque me dieron la oportunidad. Juan Rafael Polanco fue mi primer guía y pasé cursos de superación. Luego, en el año 2000, gracias a Orelvis Pérez Cuéllar, Armando Montes de Oca y Maribel Reinoso me hice miembro de la Asociación de Cantineros de Cuba. Me fue gustando, y pasé enseguida a la cantina, superándome, estudiando para llegar al objetivo; me inspiré y mira los resultados.

¿Cómo se atrevió a competir, siendo empírico y prácticamente sin experiencia ni estudios académicos?

Es que los compañeros me veían trabajando y me decían: “Te veo tan relajado, tú puedes ser buen competidor”, y yo me preguntaba: ¿competidor de qué?, no tenía idea, entonces me empezaron a entrenar. Polanco había visto otras competencias y me decía: “Vamos, que te veo con buenas perspectivas”, y poco a poco empecé. Cuando me inclino por algo le entrego todo el corazón; ahí estudiaba y practicaba junto a ellos. Como estaba bien inspirado en eso, gracias a Dios, lo hacía bien y cogía primer lugar.

Es el único espirituano ganador del Grand Prix Internacional de Coctelería Havana Club con un coctel que hace alusión a la cultura aborigen, el legendario Cunyaya contentivo de toda la historia de Cuba en una copa. ¿Hasta qué punto marcó la historia de su carrera este resultado?

Para mí fue lo máximo. Que me hayan elegido a competir en ese tipo de evento fue un logro, tuve que prepararme bastante. Eran 56 países y ahí me exigieron hacer un coctel relativo a la cultura cubana. Fui para la biblioteca y ahí en un libro de Historia decía que el primer aparato que se usó para moler caña en 1916 se llamaba cunyaya, por ahí le puse nombre al coctel. Seguí leyendo y conocí que la naranja agria les curaba las enfermedades a los a esclavos, bajaba la fiebre y entonces dije: este es un ingrediente más que me va a contrarrestar el dulce del guarapo. Ahí me exigían usar ron Havana Club 7 años; luego me dije que la miel es también importante porque la usaban como medicina y aporté otro ingrediente y fui redondeando el coctel. Para llegar al sabor esencial fue con las personas de la calle, me paré en la puerta de mi casa y a todo el mundo le daba a probarlo, así fui balanceándolo. Me vestí de esclavo, llevé un trapiche, molí caña en el escenario, fue un espectáculo todo y cuando dijeron: “Primer lugar, Cuba” fue lo más grande para mí.

Dulce Aroma le regaló otra satisfacción en el Campeonato Fabio Delgado, evento más encumbrado de la Asociación de Cantineros y con él representó a Cuba en la lid internacional…

Ese coctel se lo debo a todos los que ayudaron y agradeceré mientras viva. Fue exquisito, digestivo, allí hubo 26 competidores de toda Cuba y en el evento mundial de Japón también obtuve una experiencia; todavía sigo en los certámenes enseñando a los muchachos que se acercan a mí.

¿Qué significa para usted ser cubano?

Me gusta la Historia de Cuba. Las principales empresas como Havana Club, por ejemplo, siempre se proyectan hacia los cocteles con raíces de esta tierra y en eso se enfocan las principales competencias de este país. Hay que aportar elementos novedosos, me encanta eso, es muy bonito, hay tela por dónde cortar.

Es ya un veterano en este mundo de la cantina. ¿Considera que es hora de deponer las armas o aún le queda camino por recorrer?

No, ¡qué va!, todavía me queda mucho, cada día reaparece algo nuevo en la cantina cubana y mundial. Sigo estudiando y preparándome para estar siempre al día con lo novedoso; la carrera es larga, me vas a ver con un bastón y un libro en la mano. Amaury va a dar guerra todavía por un buen tiempo. El único secreto radica en la discipina, hay que ser esclavo de esta profesión.

Ivette Ortiz Nicieza

Texto de Ivette Ortiz Nicieza

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